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En manera que camino hacia la recepción, el pecho se me va llenando de nostalgia. No entiendo nada, a decir verdad. Me parece horrible, hasta un punto difícil de creer, lo mucho que han cambiado las cosas en un año.

Hace un año cursaba primer año y a todos se nos hacía imposible—incluso a los de segundo—salir del Astex sin un permiso firmado por tus padres con días de anticipación. Y cada que me acercaba un poquito más, me dolía con mayor fuerza el pecho. Recordaba aquel pasillo hacia la salida cuando Michael y yo tuvimos nuestra primera cita oficial/no oficial. Cuando perdí mi zapato y casi no conseguimos regresar a casa.

A casa, el Astex ya no sólo se sentía como una casa, si no como un hogar.

Y después, pasó un año, pasó Dallas, pasó Flynn, pasó May, y pasó Michael otra vez.
Yo no pertenecía a ningún lado. No era de Flynn, no era de Michael. En este momento, con todo el drama incluido, estaba perdido. De aquellas veces que sientes que flotas entre el tiempo y el espacio, encerrado en una burbujita con ocho horas de oxígeno. Yo ya me estaba quedando sin él.

Ahora las reglas habían cambiado un poco. El padrastro de Calum seguía siendo el director, por su puesto, pero nuestras vidas no fueron las únicas que se vieron temiblemente modificadas con el paso de los meses. Ahora teníamos permitido salir como máximo tres horas a pasear por la ciudad, sólo debíamos dejar una identificación y una firma. Y por supuesto, estar conscientes de que si no regresábamos a tiempo, una notificación sería enviada a nuestros padres y perderíamos el derecho a exámenes finales. El Astex ya no parecía más una cárcel, pero tampoco un hogar, ni una casa si quiera. No era nada más que un edificio, una escuela y ya.

Finalmente llegué a la ventanilla de la salida. Una gran puerta con casetas ahora pintadas de amarillo claro. Me recordó, vagamente, a mi antigua habitación.

—Necesito salir. —Le dije en un profundo suspiro al guardia de la entrada. Él controlaba las entradas y salidas; por suerte, no era el mismo al que habíamos golpeado hace un año. Éste era un hombre de mediana edad no tan regordete y con una expresión de indiferencia en el rostro.

—Identificación. —Dijo sin siquiera mirarme a la cara.

Llevé mis manos a los bolsillos traseros, luego a los frontales, de nuevo a los traseros, de nuevo a los frontales, a mi camiseta, a mis muslos, nada. No tenía conmigo mi cartera. Todo lo que pude encontrar fue mi celular y dos billetes de cinco.

—No la tengo. —Pronuncié más para mí que para él. De repente, mis ojos comenzaron a humedecerse, no entendía nada otra vez.

Era la nostalgia que me había hecho un nudo en la garganta, pero también era la pelea con May y Flynn. Yo era un vaso a punto de derramarse, y esto se sintió como si me vertieran otro litro de agua dentro.

—No la tengo—Repetí ahora con la cara empapada.

Claramente, este era un problema estúpido. ¿Por qué? Bien podría regresar a la habitación por mi cartera, entrar sin mirar a nadie y salir con la misma. Pero mi orgullo no me lo permitía y no podría recorrer el camino de la habitación a la entrada de nuevo pues cada pequeña sección del patio central me ponía una soga al cuello. No podía seguir recordando y no podía humillarme en la habitación.
También podría sobornar al guardia, excepto que sólo tengo dos billetes y no es suficiente para el taxi o incluso la estación de metro. Tampoco conozco al guardia y ser expulsado por sobornar a una autoridad no es lo siguiente en mi lista de tragedias para Luke Hemmings.

Entonces sólo me quedé ahí parado llorando y observando como el guardia entraba en pánico al ver a un adolescente llorar y murmurar cosas inentendibles.

I'm Not Okay::mukeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora