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No espero amor ni odio, ya tengo bastante con mi dolor, maldigo el episodio, lo peor es que yo fui quien lo escribió, me esperan los demonios, que deja tu olvido y que juega conmigo.―Perdón―Camila.

Lauren

Mañana del lunes. Despierto por la luz que se cuela por la ventana. Hace calor y el cuerpo encima de mí no ayuda mucho. Sin tener cuidado me siento en la cama y busco mi ropa con la mirada.

Cuando voy a recogerla, una mano acaricia mi espalda con toda la intención de retenerme. Mi piel se eriza de mala manera y prosigo a incorporarme.

―Vuelve a la cama.―pide ella.

―Disculpa, ya me voy. ―espeto poniéndome la camisa.

―Oh, vamos. Anoche la pasamos muy bien. ―hace un puchero avanzando hacia mí.

Me alejo de ella un poco, retengo sus muñecas para que no me toque y le hablo sin inflexiones.

―No quiero tus manos de zorra sobre mi otra vez.

La suelto con mala gana y me largo lo más rápido de ahí. Nunca me he llevado bien con el alcohol y por eso siempre acabo con la primera puta que encuentro en mi bar de paso. Al llegar a casa me ducho velozmente y salgo directo a la oficina donde de seguro me esperan un montón de problemas.

Dicho y hecho.

Una hora he tenido que soportar las insinuaciones de mi empleada. Ella no entiende lo que paso entre nosotras jamás volverá a suceder. Me desespera que insistan tanto y más cuando no estoy de humor.

Al final de la mañana ha sido despedida y yo me dirijo a almorzar. Normani Hamilton Kordei eleva la vista cuando me ve llegar. Me saluda a la vez que alza una mano. Miro a mí alrededor, es tan fuera de lugar su gesto.

―¿Qué hiciste qué?

Ruedo los ojos y bebo de mi vino. Es horrible, busco a la mesera.

―Haga el favor de llevarse esta porquería de mi mesa y si tiene algún vino decente en éste lugar espero merezca la pena.

―S-si, disculpe usted. Enseguida le traigo lo mejor.

Mientras dice eso la miro de arriba abajo. Estatura media, cabello negro, ojos grises, piel blanca y lo más favorable; tiene un cuerpo de diosa. Si no fuese tan inepta tal vez consideraría llevármela a la cama.

―Deja de mirarla como carnada, Jauregui―la voz de Normani no me distrae de aquel provocativo espectáculo. Como mueve el culo esa niña―. ¡Dios, eres peor que un hombre!

Bien, suficiente reproches tuve hoy. Acomodo mi servilleta y miro a la morena.

―¿Ya pensaste en algo, Hamilton?―rebano mi milanesa.

―Sabes no me gusta que uses ese apellido.

Soy buena cambiado de conversación. Sonrió ante mi próximo comentario.

―Lo sé, pero es inevitable. Me trae tantas memorias.

―Supérame, Lauren―dice con una mueca y bebe su jugo―. Contestando a tu pregunta, Jauregui; sí, ya todo está arreglado, pero como tu asesora te aconsejaría que dejes de cogerte a tus secretarias.

Dejo los cubiertos y la miro fijo. Nadie me dice qué hacer y menos cuando se trata de mi vida privada.

―Me conoces, no lo puedo evitar.

―Entonces contrata a un hombre como secretario. Ya podrás encontrar alguna ramera por ahí, a la vuelta de la esquina que satisfaga tus necesidades.

A Mí Merced (Camren)©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora