Londres, 29 Junio de 1799

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Una mariposa de un bello verde caminaba nerviosa por su habitación, Almerind estaba frenética por la elección de su disfraz, una mariposa era bastante inocente, pero no ciertamente cuando el disfraz era tan revelador y mostraba su figura de esa manera. Llamó a Camille, su criada, para que fuera a retocarle el peinado.
- Sé sincera conmigo Camille, ¿Cómo me veo?
- Se ve hermosa señorita, no habrá en el baile alguien más bella que usted. Se lo aseguro, el marqués quedará prendado de su belleza -Almerind miró rápidamente a su criada, luego sonrió.
- Eso espero.
Almerind le confiaba todos sus secretos a Camille, era una muchacha menor que ella pero ponía las manos al fuego por su doncella, sabía que nunca contaría nada que le dijera. Además estaba segura que impresionaría al marqués, ojala fuera cierto.
Cuando hizo su entrada triunfal al lugar, varios caballeros fijaron sus miradas en ella, cuánto le hubiera gustado saber de quienes se trataba, seguramente se llevaría varias sorpresas. Miró paciente por todo el lugar buscando a alguien que se asemejara al marqués, pero no logró divisar a nadie.
- Creo que un disfraz así sólo lo llevaría una mujer audaz -escuchó a sus espaldas y reconoció la voz incluso antes de darse la vuelta
- Marq...
- No digas ese nombre, hoy soy Hércules
Y vaya que lo era... estaba decidida a convertir ese día en uno que nunca olvidaría.
A partir de ese día los encuentros entre ambos se hicieron más frecuentes, claro que los hermanos de ella nunca lo supieron, sus coqueteos acompañados de conversaciones fascinantes se llevaban a cabo en lugares en que una señorita nunca estaría sola con un hombre. Ian estaba extasiado con ella, todo lo que decía, lo que hacía, sus movimientos, su cuerpo, todo le atraía de ella, sin duda era una mujer diferente a las demás, alguien encantadora y a la vez apasionante.

Londres 01 Agosto de 1799

- Una mujer de mi edad y en mi estado civil, creo que te imaginas que nunca he estado en una habitación sola con un hombre
- Lo suponía, pero no estaba del todo seguro -respondió él sinceramente- Me lo acabas de confirmar
- Así es. Ya soy casi una solterona consolidada
- ¿No deseas casarte?
- Si quieres que te sea sincera, claro que lo quiero, casarme y tener hijos -respondió desde el fondo del alma.
Él la miró largo rato, una idea extraña había pasado por su mente: pedirle matrimonio, pero no, eso no sucedería, él nunca se casaría. Encantado le enseñaría todo lo que quisiera, podría ser su amigo, compartir intimidades con ella, pero no casarse- Pero sé que eso no ocurrirá, soy muy especial a la hora de encontrar a un hombre... aunque me temo que lo he encontrado, pero él rehúsa al matrimonio -Ian sabía perfectamente que se refería a él
- Temes bien, no deseo casarme. Lo sabes desde hace muchos años Alm.
- Lo sé, Ian
- Entonces, ¿Te quedarás soltera? ¿Sin disfrutar de los placeres conyugales? -le dijo en una sonrisa sensual
- No soy tan ingenua como para creer que esos placeres pueden obtenerse sólo con el matrimonio, no es necesario estar casados -Ian escuchó intrigado esa frase
- Y obtener esos placeres sin matrimonio... ¿Para ti es reprochable? -Ian esperó inquieto esa respuesta.
- Siempre y cuando se mantengan en secreto... no -respondió atrevidamente, sabía que hablaba en general, pero los dos estaban conscientes que se referían a ellos mismos
- Entonces... ¿Estás dispuesta, Almerind? -la mujer escuchó esas palabras y las analizó antes de contestar.
- ¿Para qué privarme de algo, que según cuentas es tan agradable?
Ian estaba seguro que una mujer como ésa no se encontraría fácilmente en ningún lugar, era una señorita respetable, lo sabía más que bien, además hermana de uno de sus amigos, pero no podía negar que la necesitaba. Cuanto desearía que no fuera la hija de un conde, ella si no se casaba, aunque solterona, sería una señorita respetable. Si fuera una simple mujer de por ahí, podría ser su mujer, se la llevaría a su casa, la mantendría, le consentiría, incluso dejaría que fuera la señora de la casa, pero sin todo eso del matrimonio. Pero no, ella era Almerind Hastings, hermana del conde de Devonshire y por consiguiente debía ser respetable... pero si ella estaba segura que sería soltera, ¿Qué mal haría que fuera su amante? Ella estaba más que dispuesta, de él ni hablar. Sólo era necesario dejar unos cuantos puntos claros.
- Puedes estar seguro que no le diré a Bright que te obligue a casarte conmigo
- Créeme que aunque lo hiciera yo no cedería -aunque Almerind esperaba esa respuesta, se sintió herida. Ella ansiaba casarse, pero si no podía por supuesto que aprovecharía su oportunidad de disfrutar con él- Mi estado civil no lo cambiaría por nada, siempre seré el soltero marqués de Kent
- Por favor, lo dices como si te estuviera amenazando con una pistola para que te cases conmigo -dijo ella con una sonrisa fingida
- Sólo quiero dejar unas cuantas cosas claras, y esta demás decir que todo se mantendrá en absoluto secreto
- Eso no tienes ni que pedírmelo, yo saldría perdiendo si algo de esto llega a saberse.
Y como si fuera un negocio Almerind Hastings e Ian Cavendish pusieron los puntos sobre las ies antes de empezar cualquier relación, pero la verdad era que ellos se necesitaban de una forma más profunda, ella estaba consciente de eso, y él ya comenzaba a estarlo.

La criada miraba nerviosa por la puerta cada un minuto, Lady Almerind había salido hace horas y aún no regresaba, le había dicho que posiblemente esa noche pasaría lo que tanto había ansiado con el marqués, ¡pero ya eran casi las cuatro de la madrugada! Miró nuevamente y vio dos figuras de negro que caminaban a lo lejos en dirección a la casa, cuando estuvieron enfrente se besaron y unos minutos después su señora entraba.
- ¡Bendito sea Dios! -exclamó la mujer mientras tomaba a Alm de la mano y la llevaba rápidamente a su habitación. Cuando hubo cerrado la puerta pudo respirar con tranquilidad- Pensé que moriría de los nervios, los demás criados se levantaran en unos minutos -dijo aún nerviosa. Luego miró a su señora pero ella sólo sonreía, la miró con ojos inquisitivos, haciéndole la pregunta sólo con la mirada.
- ¡Sí! -casi gritó Alm, callando un grito de emoción- Fue tan hermoso Camille, aún no puedo asimilarlo
A pesar de lo preocupada que la había puesto, Camille no pudo más que sonreír, Almerind nunca había estado tan feliz como en ese momento, tanto que la tomó de las manos y bailó con ella. Cayeron en la cama de la risa.
- Será mejor que se acueste y descanse un poco.
Almerind dudaba que pudiera pegar un ojo, había sido tan feliz, no podía dejar de pensar en él.
Ian aún se sentía extasiado, nunca había estado con alguien como ella, dudaba que aquella fuera la última vez.

Las semanas y meses pasaban, el verano en Londres estaba en todo su apogeo, bailes, óperas y cenas a diario, aunque no en todos esos eventos podía encontrarse con Ian, él con suerte asistía a cenas de amigos, para ir a una ópera los artistas debían ser muy buenos, a lo más iba una vez en una temporada, pero al hablar de bailes... la única vez que lo había visto en uno fue para la de disfraces, y aun así, estuvo menos de una hora ahí. Ian consideraba que los bailes sólo eran útiles cuando se quería cortejar a una dama, y puesto que él por nada del mundo quería casarse, no tenía razones para asistir a alguno.
A la hora de estar juntos, era mucho más fácil que Almerind fingiera asistir a alguno de aquellos eventos con Amanda, su mejor amiga, y escaparse para estar con él, que correr el peligro de que los vieran juntos. Pero no podía pasar un día en que no pensara en ella, en todo lo que le hacía sentir. Se sentía un hombre casi feliz cuando estaba con esa mujer, que podía llegar a ser superficial a veces, pero que su ternura y compresión lo sobrepasaban. ¡Por Dios! Si incluso había pensado en fugarse con ella, una idea loca y estúpida, era obvio que los encontrarían.
- Desde hace un tiempo estas distinto Ian, ¿Tiene algo que ver la amante que te conseguiste y de la que no quieres que sepa su identidad? -Ian sonrió, eso era un sí- ¿Cómo es eso hombre? ¿Acaso te ha hechizado?
- Eso creo, no puedo dejar de pensar en ella, Jack-su amigo lo miró estupefacto, nunca lo había oído decir esas palabras
- Definitivamente te hizo brujería, tú no puedes ser Ian Cavendish -dijo Jack riendo- ¿Escucho campanas de boda?
Ian no pudo decir "no", como siempre lo decía cuando le hacían esa pregunta, ¿Acaso se estaba enamorando? ¿O ya lo estaba? No quiso responder a esas preguntas, las respuestas le asustaban.

El Amor De Una LadyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora