Londres, 16 de Junio de 1800

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Habían pasado ocho días desde el matrimonio de los marqueses de Kent, y Almerind estaba que se moría por tener noticias de lo que en la casa de él estuviera ocurriendo. La mañana era hermosa, el sol entregaba su luz a toda la habitación, era un buen augurio. Oyó cuando Camille entraba y ponía lo necesario para asearse.

- Camille... ¿has sabido algo de Ian y Christine? -su criada sólo le dirigió un rápido vistazo y continuó haciendo su trabajo. El día anterior le había hecho la misma pregunta pero ella no sabía nada

- Hoy vi a Molly, no dijo nada fuera de lo común sobre los marqueses -dijo despreocupadamente

- ¿Y qué es lo común? -requirió preocupada

- Bueno, me contó que fue asignada para ser la criada de la señora -Almerind abrió los ojos como platos

- Entonces ella lo sabe todo, Camille. ¡cómo no pudiste decírmelo antes! ¿Qué dice Molly? -ya ni siquiera se movía estaba atenta a lo que su criada dijera y se dio cuenta que estaba siendo demasiado efusiva

- Me contó que la señora es muy hermosa, dijo que nunca en su vida había visto alguien así

- Algo que no sepa por favor -urgió

- Era de lo que más estaba asombrada Molly, dijo que ni siquiera se maquilla y que el corsé era sólo un accesorio -Almerind no quería seguir escuchando sobre los encantos de Christine

- ¿Qué pasó el día después de la boda? -tomó a Camille de los brazos y la sentó frente a ella. Ella se veía reticente a hablar y no sabía si era porque lo que tenía que decir era bastante común o porque le ocultaba algo

- Está bien -agregó Camille y se dispuso a repetir todo lo que su amiga había dicho- Molly dijo que cuando terminó la fiesta los señores subieron a la habitación de él -Almerind escuchó atenta- por supuesto que no sabe qué pasó ahí. Y a la mañana siguiente fue a la pieza de la señora, que está unida a la él

- ¿Estaban juntos? -preguntó con miedo

- Estaba ella sola, Molly dijo que no cree que pasara algo entre ellos. No había muestras de nada-Alm suspiró de alivio- a no ser que ella no fuera pura -dijo Camille con malicia, ella no se fiaba de las jovencitas que parecían inocentes y mucho menos de ella, la que le había quitado el hombre a su señora. Pero Almerind confiaba en la inocencia de Christine

- De modo que duermen separados -dijo feliz- ¿y cómo se llevan?

- Molly dice que con normalidad, se tratan amablemente, con cordialidad, eso sí, sin nada de amor -Concluyó Camille sonriente- durante el día el señor trabaja en la biblioteca o va al parlamento y ella creo que está remodelando la casa.

Sin duda eso era lo que ella quería oír, por lo que rápidamente se aseó, vistió y bajó feliz para desayunar con la familia. Su cuñada estaba sola en el comedor mientras vio que las niñas correteaban en el patio a la espera que llegara Colin.

- Te ves muy feliz, Almerind -dijo Elizabeth mientras ponía mantequilla en un bollo de pan

- Lo estoy -sonrió ampliamente

- Eso me alegra. ¿sabes que la familia de Bianca nos ha invitado a cenar hoy? -Alm hizo una mueca

- No tenía idea, ¿piensan ir? -requirió despreocupadamente mientras azucaraba el té

- Si te refieres a si pensamos ir, todos como una familia. Claro que sí

- Lo haré sólo por Joseph -dijo rendida

- Todos lo hacemos por él, querida... te quería hablar de otra cosa

- ¿De qué? -la preocupación de Beth la intrigó

- Llegó esto en la mañana -su cuñada le extendió una carta. Era una invitación a una tarde de té... firmado por Christine Cavendish, Marquesa de Kent. Ver su nombre tan formalmente hizo que los vellos de sus brazos se erizaran.

- No me parece raro -dijo mostrando tranquilidad- supongo que irás...

- Sólo si tú también lo haces -dijo Beth con preocupación por ella

- Claro que sí, ya lo he superado -contestó con la mayor tranquilidad posible

Elizabeth le sonrió, y luego Emily llegó acompañada de Esther para que las cuatro fueran a visitar a Prudence quien había tenido al bebé hace sólo unos días. Colin estaba dichoso, ya tenía un hijo varón y se le notaba feliz por donde quiera que fuera.

Cuando llegaron a su casa vio que no eran las únicas visitantes, pero al ser de la familia claramente tenían la preferencia. El pequeño Albert era un bebé sano y fuerte, y Prudence también se encontraba en perfectas condiciones, cuanto le hubiera gustado tener un hijo. Aún tenía posibilidades, pensó con una sonrisa y tocándose el vientre. Paseó a Albert por la habitación mientras las demás entretenían a Prudence conversando. Luego todas regresaron a la casa donde debieron comenzar a ataviarse para la cena en casa de Bianca.


La verdad era que estar casado con Christine era de lo más tranquilo, durante las mañanas desayunaban juntos, luego él se ocupaba de sus asuntos y ella desde el primer día de casados se había puesto en la acción de re-decorar la casa, ahora brillaba, había resplandor y elegancia, la luz que entraba durante el día iluminaba maravillosamente, nunca hubiera pensado que una casa con tan malos recuerdos pudiera verse tan bien. Al segundo día habían llegado varias invitaciones para una variedad de eventos.

- Hemos recibido cuatro invitaciones para hoy -le dijo ella mientras tomaban té. ¿cuándo hubiera estado él tomando té antes? Pero no iba a dejarla sola en eso si podía acompañarla. Aunque se muriera de aburrimiento en el intento

- ¿A cuál quieres ir? -ella comenzó a mirar cada una de las invitaciones indecisa

- ... ¿tú quieres salir? -preguntó

- Sabes que no soy asiduo a esos eventos, pero si tú quieres asistir por supuesto que te acompañaré -Ian sabía que debía ser sincero

- La verdad es que yo tampoco quiero ir -respondió aliviada- creo que podríamos prescindir de esto por algunos días

Entonces era cierto lo que Almerind decía, Christine estaba abrumada con toda la atención que recibía y al fin casada podía librarse de los eventos en los que sus padres la exhibían. Aunque ambos sabían que no podían hacer eso por mucho, pero aprovecharían lo que pudieran. Mientras tanto él se pondría al día con el trabajo del marquesado, había estado tres meses en cada reunión que se realizara y tenía muchas cosas retrasadas, además del parlamento. Durante las tardes trabajaba en eso con la música de Christine como fondo, tocaba espléndidamente y siempre era un placer escucharla. Además el trabajo era una distracción para dejar de pensar en Almerind, hace ya más de una semana que no la veía, si hubiese querido se habría escabullido durante las noches hasta la casa del conde, Christine ni siquiera lo habría notado.

El Amor De Una LadyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora