Londres, 26 de Marzo de 1800

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Almerind Hastings se levantó a primera hora, pidió a su criada que prepara todo lo necesario para el largo día de picnic, sabía que no era seguro que Ian asistiera, pero algo le indicaba que sí, y si así era, no lo dudaría ni un momento y le hablaría, no dejaría pasar ninguna oportunidad.
Llegar al lugar del picnic era una travesía, un breve paseo por el Támesis  retardaba un poco la llegada, pero el ambiente era el perfecto. Se puso su mejor vestido de día, el clima era maravilloso, la primavera comenzaba y el sol daba una luz magnífica. Veía a lo lejos que ya unas cuantas personas paseaban por el lugar, pero era mucha distancia como para distinguir a alguien.
Apenas se bajó del barco su corazón comenzó a acelerarse, tomó el brazo que Joseph le ofrecía, dio una respiración profunda y comenzó a caminar, nerviosa hasta los pelos.
En el lugar se encontraba la élite inglesa, había hombres cabalgando, mujeres sentadas sobre el suelo, niños corriendo, era realmente un día perfecto.
- Almerind, irradias felicidad hoy –dijo Esther. Luego saludó a sus cuñadas.
- Es un hermoso día, ¿por qué no habría de estarlo? –sonrió Almerind. Vio como Emily se aproximaba con Amanda a su lado, pero su amiga tenía un atisbo de preocupación en el rostro
- Qué bueno que han llegado, justo para presenciar el acontecimiento del año –las demás se miraron expectantes
- No me digas que Christine Kensington al fin se decidió por un marido –bromeó Almerind
- No me atrevería a asegurarlo aún, hermana. Pero debo admitir que tienes dotes de adivina. Kensington y el Marqués de Kent están caminando por el río, ¡solos!
Almerind sintió que por un momento palideció, esperó y trató de tranquilizarse. Emily siempre exageraba, sólo estaban paseando, que estuvieran solos era irrelevante, había tantas personas ahí que eso no era censurable. Aun así no aguantaba las ganas de ir a la orilla del río, quería ver con sus propios ojos a Ian, quería que él la viera y ansiaba saber la reacción de él al verla. Se escabulló con Amanda para que la acompañara a pasear por ahí, lo haría como si todo fuera una pura casualidad.

Ian sabía que varios los estaban mirando cuando caminaba con la bella joven, objetivamente la verdad era que Christine Kensington era la mujer más hermosa que había visto en toda su vida... pero era tan señorita, tan recatada, tan... era todo lo que odiaba en una mujer. Estaba más que consciente de que en ese preciso momento, mientras ellos caminaban, por lo menos la mitad de los presentes los observaban.
Era una de las pocas ocasiones que tenía de hablar realmente a solas con ella, ¿Pero qué hablarle a una muchacha de dieciocho años? Además podía percibir lo incómoda que ella se sentía, estaba ahí paseando con él sólo porque su padre se lo había dicho, de otro modo estaba seguro que hubiese estado con sus amigas, conversando de... temas que a chicas de dieciocho años le interesarían; pero sin embargo, ahí estaba él, caminando junto a ella y pensando seriamente pedirle matrimonio.
- Y bien señorita Kensington... ¿Qué le ha parecido Londres después de cuatro años alejada de la sociedad inglesa?
- Creo que no tengo mucho que comparar en relación de cuando me fui, sólo que para ese entonces me la pasaba en mi casa, y ahora no hay día que no deba asistir a un evento social –respondió sinceramente, pero ella ni siquiera lo miraba, parecía como si en el río hubiera un maravilloso espectáculo pues miraba fijamente
- Sin duda, siempre encontrará en esta ciudad algo que hacer
- Usted es un conocedor en el tema, marqués –le dijo mirándolo y sonriéndole
- No, yo no asisto a tantos eventos como lo parezco –respondió serio
- Lo digo porque últimamente lo he visto bastante seguido –dijo la joven tímidamente. Él analizó la expresión de ella, tenía una cara que podía hacer sentir celoso a un ángel, pero no estaba seguro de su personalidad y la pondría a prueba
- Creo que se sabe que asistir a los mismo eventos que usted, no ha sido al azar –él detuvo la caminata y la miró fijamente, pero ella sólo sonrió con amabilidad y miró hacia el río.
¿Acaso él no provocaba nada en ella? ¿Era ella tan fría? Alguien como Christine como mínimo se hubiera sonrojado. Al ver su escueta reacción, continuó caminando. Vio como a lo lejos la Marquesa de Layes los miraba y le dirigía una mirada a su hija. Estaba del todo consciente que a pesar de que ella tenía muy buenos pretendientes, ser la esposa del Marqués de Kent era lo que a sus padres más les convenía, por lo que ver que su madre la animara a ser más atenta con él no le extrañó.
- Me halaga con lo que dice marqués –le dirigió una sonrisa que lo había dejado mudo. Con esa sonrisa estaba seguro que ella conseguía muchas cosas. Y la miró embobado un segundo, segundo que esperaba pasara desapercibido para los demás.
- Señorita Kensington, si me lo permite, déjeme decirle que tiene la sonrisa más hermosa que he visto –habló él con galantería
Mientras continuaban caminando y hablando de temas tan aburridos como lo difícil que era viajar en invierno, Ian vio a Almerind que paseaba con una de sus amigas, se veía deslumbrante con ese vestido verde brillante, sin duda era la más llamativa del lugar, se veía hermosa, una belleza muy distinta a la de Christine, no sabía cómo es que podía atreverse si quiera a pensar en esa jovencita como esposa, cuando sabía que Almerind podría cumplir ese puesto a la perfección. Sólo le dirigió una rápida mirada, seguramente ella ni siquiera lo había notado, y no pretendía que eso pasara. Quería mostrarse indiferente a ella, por lo que evitando encontrarse frente a frente se dirigió a su acompañante que en ese momento hablaba algo sobre... para ser sincero no sabía, si no estaba mal creía que algo tenía que ver con seda.
- Hace mucho calor, ¿le gustaría ir a refrescarse? no me gustaría que más tarde sufriera un dolor de cabeza.
- Qué bueno que lo dice, creo que el calor es infernal –ella trató de cubrirse del sol con la mano un momento y luego aceptó el brazo que él le ofrecía para comenzar el camino hasta la sombra.
El trayecto hacia los asientos fue silencioso, nadie podía verlos directamente, por lo que ninguno de los dos se veía en obligación de hablar con el otro. Pero eso fue sólo un momento, la mamá de ella se acercó para ofrecerles algo de beber, y dado el extenuante sol ambos aceptaron y tomaron asiento. Las personas a su alrededor los miraban tratando de ser disimulados pero eso no les funcionaba mucho. Estuvo unos cuantos minutos hablándole cuando vio que alguien de verde brillante se aproximaba.

Las dos jóvenes comenzaron a caminar como si no hubiera nada importante en el lugar, pero a medida que se aproximaban al río el corazón de Almerind comenzó a latir a toda velocidad, de pronto vio que en la orilla estaban ellos hablando frente a frente y con la mayor tranquilidad, como si no notaran que varias personas a su alrededor los miraban con atención.
- De modo que es cierto que Ian pasea junto a la muy cotizada Christine Kensington -Almerind sintió que un fuego la quemaba por dentro, y subía hasta su cara.
- Calma, sólo están caminando, ni siquiera van del brazo –habló su amiga tratando de tranquilizarla, y era verdad, sólo caminaban y no se veían muy contentos que se dijera. Definitivamente los demás habían exagerado, pero iría a hablarle aunque eso fuera lo último que hiciera.
Pero algo inesperado para ella pasó, vio como él le sonrió y momentos después le ofrecía la mano y se dirigían a otro lugar, los siguió con la mirada y sólo iban a un lugar con sombra, pensar que tal vez la estaba llevando a un lugar apartado le hizo enloquecer. Muy señorita podía verse Christine pero sabía que las jovencitas de sociedad, especialmente de las del tipo de ella eran las peores. Emprendió tranquilamente camino hacia ellos.
- Buenas tardes –saludó con elegancia- Marqués de Kent, que placer verlo –vio como Christine la miró quizá sorprendida de que no la saludara a ella, pero no dijo nada
- Señorita Hastings –devolvió el saludo de la manera más correcta posible. Tener a Almerind cerca era todo un desafío- ¿Conocen a Lady Christine Kensington?
- Nos conocimos hace un par de días–Alm miró a la muchacha, ¿Por qué tenía que ser tan hermosa? Sabía que por personalidad ella no era su competencia, pero ¿y si su belleza superaba todos sus defectos? Christine se puso de pie en un movimiento exquisito- Lady Christine Kensington –inclinó la cabeza Alm
- Es un gusto volver a verlas –ella sólo le devolvió el saludo con un breve gesto de la cabeza, a juzgar por su cara no parecía estar muy entretenida y mucho menos feliz por la llegada de las damas.
Ian sabía que Almerind quería hablar con él, pero no estaba dispuesto a ponerle las cosas tan fáciles, si algo le gustaba de ella era su testarudez y si quería hablar con él, ella encontraría el momento, aunque se estuviera muriendo de las ganas de que estuvieran a solas.
- Si me disculpan damas, creo que mi amigo Lord Darcy ha llegado –Christine lo miró rápidamente, como si le hubiera dicho que se iba para dejarla con piratas, y les dirigió una fría mirada a las recién llegadas. Esa jovencita seguro ya estaba cayendo en los encantos del marqués. Por su parte Ian les dirigió una suave reverencia, y sabiendo que lo que estaba a punto de hacer exaltaría a Almerind, tomó la mano de Christine y depositó un suave beso. Habló dirigiéndose sólo a ella- Le pido disculpas, vuelvo enseguida -a lo que la jovencita respondió con una sonrisa encantadora, pero volvió a su actitud seria.
Almerind ardió de odio cuando él le hizo ese desaire, además, ¡besar a esa muchachita y no a ella! Casi estalla sólo de odio, miró a Amanda, y puesto que ellas se habían acercado no podían dejar a Christine sola y se sentaron junto a ella. Entonces Amanda haciendo uso de sus dotes actorales fingió preocupación por su marido y se retiró de escena para que su amiga pudiera hablar con su rival.
- ¿Es su primera visita a Londres desde que se marchó, Lady Kensington? –preguntó tratando con todas sus fuerzas de ser amable
- Sí –respondió la muchacha sin siquiera mirarla. Era tan odiosa, ni siquiera tenía la amabilidad de dirigirse directamente a ella
- ¿Y lo ha disfrutado? –Christine miró alrededor, pensando su respuesta
- Todos han sido muy amables –Alm miró a la joven con mayor detenimiento y vio tristeza en aquellos ojos verdes
- Quizá, ¿Un poco abrumador? –sugirió sutilmente. Vio en los ojos de la joven que había dado en el clavo y que ella sonreía con alivio
- ¡Sí! Encontró la palabra perfecta. Todos son muy amables, tan halagadores, pero... no estaría mal si regreso a casa –las mejillas de la muchacha tomaron un leve color rosado
A Almerind le dio una pena terrible, era una niña abrumada por toda la atención que estaba recibiendo.
- Seguro que la próxima vez que venga a la ciudad será todo más tranquilo, puedo asegurárselo –le dijo con una ternura de la que no se creía capaz tener para su rival
- Supongo que tiene razón –dijo la joven mientras arreglaba un pliegue de su vestido volviendo a su actitud de seriedad
- ¿Acaso no le gustaría regresar? -aventuró
Christine alzó la mirada como si considerara el impacto que tendría su respuesta si contestaba con sinceridad. Fue en ese momento que Almerind cayó en la cuenta que no era en absoluto la muchacha estúpida que ella había imaginado, sólo era muy joven y convenientemente tímida.
- Supongo que sería muy extraño que regresara a Londres como una mujer casada –Christine lo había dicho con una sonrisa pero veía oculta la tristeza que eso le significaba. La boca de Alm se secó y trató de articular las siguientes palabras
- ¿Es eso probable? –la muchacha se sonrojó
- Algunos caballeros han expresado su intención, los he rechazado... Pero me temo que ya no podré hacerlo más –dijo con una sonrisita que Alm no pudo interpretar bien, pero la sutil mirada que Christine le dirigió a Ian delató a su marqués.
Sintió que un dolor le recorrió por todo el cuerpo, esperaba encontrar que Christine Kensington fuera una muchachita que no pudiera decir una frase coherente, pero en cambio había encontrado a una joven sincera, encantadora y al parecer, inocente. Pero demasiado joven, ¿en qué pensaban sus padres? ¡Era una niña! Sólo sintió deseos de ayudarla a escapar de cualquier matrimonio que sus padres quisieran imponerle, fuera con Ian u otro.
- No puede haber ningún apuro, si fuera usted disfrutaría de la soltería un poco más. Le aseguro que en un año o dos las ofertas no le faltaran –Christine se rió, tan encantadora como siempre
- Mi madre también lo dice. Pero supliqué tanto para que me trajeran a Londres... hasta que... -la jovencita volvió a dirigirle una mirada a Ian, que a lo lejos también las había mirado- Ya es muy tarde, sólo me queda disfrutar de mi estancia en la ciudad
Estaba más que claro que Ian se le había insinuado como marido, no podía entenderlo. Él dijo que nunca se casaría con nadie, y ahí estaba enamorando a una jovencita de dieciocho años, no cabía en su cabeza. Ian debía estar completamente loco, o completamente enamorado... apenas la idea cruzó por su mente Almerind la desechó, Ian no podía estar enamorado de esa niña. Tal vez sólo fuera una aventura para él, si estaban comprometidos, Lady Sparrow ya lo habría publicado. Aunque tener una aventura con la hija de un marqués no era algo que él haría, bueno, había tenido una aventura con la hija de un conde, ella. Pero no lo haría ante tanto público, no frente a toda la sociedad.
- El Marqués de Kent –dijo para ser exacta- es un hombre apuesto
- Sí, ciertamente lo es –pero Christine no hablaba como una muchacha enamorada, solamente era la constatación de un hecho
- Uno de los mejores partidos de aquí, por no decir el mejor- exclamó en voz más baja y mirándola fijamente.
- Desde luego –sonrió Christine
- Puede ser una compañía muy agradable –la joven le dirigió una mirada algo confundida, entonces se dio cuenta que estaba insistiendo demasiado en él
- Sí, ha sido muy agradable y respetuoso
Sonrió sin ganas a la muchacha que podría robarle al hombre que amaba y habló con la mayor sinceridad que pudo.
- Aunque no me lo ha pedido, permítame darle un consejo, querida mía. Es muy joven, no se lance precipitadamente al matrimonio si no hay tras eso la más profunda devoción. Si no siente esa devoción por el Marqués de Kent, no lo acepte. Si por el contrario lo quiere acéptelo sin dudar.
Christine analizó sus palabras.
- Le agradezco sinceramente Lady Hastings, dudo que haya alguien más aquí que reconozca la importancia de casarse por amor. Tenga por seguro que tendré presente su consejo.
Alm había hecho lo que podía con las intenciones más puras, confiaba, es más, podía estar casi segura que Christine Kensington no deseaba casarse, ni con Ian ni con ningún otro. Pero había algo que la inquietaba, Ian parecía entusiasmado con ella. Además no sabía si era porque no quería estar con ella o porque ansiaba estar en compañía de Christine, que cuando ella amablemente se despidió de la joven para mezclarse con un grupo de conocidos, vio como Ian se disculpaba con su amigo y se dirigía a acompañar a la muchachita. La envidiaba con todo su ser, por supuesto que sin odio, pero ella tenía las atenciones que ella ansiaba recibir.
Le había encantado la forma en que se había acercado a Ian el verano anterior y todo lo que habían hecho juntos, pero por otra parte, le hubiera gustado ser cortejada por él, él en su máxima galantería, de la misma forma que estaba haciéndolo ahora con Christine, sin ocultárselo a nadie. Sintió tristeza, eso ya no ocurriría, aunque en el mejor de los casos él le pidiera matrimonio, que la cortejara sería ridículo después de todo lo que habían vivido juntos.

¿Sería capaz de casarse con ella? Se preguntaba Ian mientras caminaba al encuentro de la joven, era hermosa hasta lo inimaginable, pero si se casaba con ella no sabía si sería capaz de tocarla por lo menos en un par de años, y aunque eso sucediera dudaba que pudiera ser tan feliz con ella como con Almerind Hastings. Estaba usando todas sus fuerzas para no mirarla, pero no podía evitar dirigirle miradas furtivas mientras hablaba con algunas personas, era hermosa a su manera, se movía con una naturalidad nata entre las personas, en cambio Christine parecía que no pertenecía a este mundo, era como un ser etéreo que estaba esperando para que seres superiores la llevaran al paraíso, demasiado bella como para vivir entre los mortales; Alm cabalgaba como una amazona con una pierna a cada lado, Christine era una dama; Alm sabía cargar armas y no vacilaría en usarla si era necesario, Christine se escandalizaría al solo ver una. Las diferencias entre ambas eran abismales, y eso lo perturbaba: Alm era como el  hierro, fuerte, lista para la acción y potencialmente letal; Christine era como el algodón, bonito, suave y cómodo.
- Lamento haberme ausentado, señorita. Mi amigo no me lo hubiese perdonado –exclamó al tiempo que se dirigían hacia donde estaban sirviendo la comida
- ¿Le disgusta Lady Almerind, marqués? –el tono de voz de ella requirió que le pusiera su atención. La miró de nuevo sin parecer sorprendido
- ¿Disgustarme? ¿Por qué lo pregunta?
- Cuando se acercó a nosotros usted se fue y se acercó a mi sólo cuando ella se alejó
- Creo que sólo ha sido coincidencia –respondió tratando de parecer lo más convincente posible. Pero supo que Christine vio una evasiva en su respuesta, le complacía saber que no era una muchacha estúpida, y pronto se sintió en la obligación de dar una excusa- Lady Hastings es la hermana de uno de mis mejores amigos, no tengo motivos para estar disgustado con ella
- Tuvimos una conversación encantadora –él la miró sorprendido un segundo, considerando todo lo que Alm había luchado por su amor, ¿Había mantenido una conversación encantadora con Christine?
- Esa es una de las principales habilidades de Lady Almerind
- Ojala fuera una de las mías –dijo Christine con una sonrisa desconsolada que lo dejó sin respiración
Era sorprendentemente hermosa, no habría nadie como ella en un siglo ¿Por qué dudaba en casarse con ella? Sin duda aprendería todo lo que le hiciera falta.
- Usted es una compañía muy agradable –la tranquilizó depositándole un galante beso en la mano- una mujer muy parlanchina empujaría a un hombre a la locura –en esos momentos de nuevo estaba pensando en Alm, ella era perfecta para él
- Sin embargo, muchos hombres se arriesgan al desafío –dijo mirándolo a los ojos
- No todos... -Ian le dirigió una coqueta sonrisa, ella sonrió como agradeciéndoselo. Hubieron varios segundos de silencio
- Tengo la impresión de que cuando estamos juntos lo aburro –habló, él temió que se notara la poca atención que le estaba prestando. Ella no parecía herida ni ofendida, sólo sincera
- En absoluto Lady Kensington, me fascina estar en su compañía –ella sonrió desganada, como si intentara creerle
- No sería una sorpresa. Soy más de diez años menor que usted, y lo que a mí me interesa a usted no –él la miró sorprendido de su sinceridad.

Cerca de ellos, Almerind se encontraba junto a la anfitriona, la señora Stone, Margaret Kingley, Emily y Elizabeth.
- Que pareja tan encantadora –habló la señora Stone
- Sin duda –anunció Margaret, por más que lo intentó, las demás percibieron el tono de envidia que sus palabras suponían. Una joven soltera de veintiocho años como ella la envidiaba, una recién aparecida de dieciocho llamando la atención de todos.
- Es una señorita muy encantadora –agregó Almerind con una sonrisa forzada
- Lo ha sacado de la oscuridad. ¿Quién se habría imaginado al marqués en un picnic? –preguntó graciosamente la señora Stone. Aunque le dolía, había verdad en aquello, era primera vez que lo veía en un evento así- sería un premio para él lograr llevarla al altar
Seguramente Alm se sentiría muy satisfecha si a la mujer le cayera un rayo en ese momento, pero no podía ser tan injusta, todos estaban deleitándose con el acontecimiento, la principal belleza del país con el mejor y más joven partido de la aristocracia inglesa. ¿Pero a nadie le importaba si ella quería casarse o no? ¿No les parecía extraño que dos personas casi completamente desconocidas de pronto se casaran? Le pareció que ya había oído mucho sobre la potencial pareja y se acercó a otro grupo, pero ellos también hablaban de lo mismo.

El Amor De Una LadyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora