Merian
Llevaba toda la tarde de pie atendiendo mesas. Había sido un día bastante ajetreado y no creo haber visto nunca visto la cafetería tan llena. Con tanto alboroto, Isabela, la dueña, se ha visto obligada a llamar a Alexis para hacerla venir en su día libre, porque se me estaba complicando la tarea de atender a tantas personas sin necesidad de ayuda.
Tras haber atendido a todos los presentes, puedo tomarme un respiro sentándome cerca de la barra. Estoy bastante agotada, no veo la hora de dar por finalizado mi horario e ir directa a casa. Necesito dormir.
—¿De dónde habrá salido tanta gente? — se pregunta Alexis mientras toma asiento en la silla de al lado. Me encojo de hombros sin saber qué responder, yo también estoy algo sorprendida por la cantidad de personas que están cenando en la cafetería teniendo en cuenta que es lunes.
—Voy un momento al baño — me excuso, aunque dudo que me haya escuchado. La pobre pensaba que hoy podría pasar el día haciendo otras cosas, pero, sus planes han sido frustrados.
Me lavo las manos y me rehago la coleta que se había despeinado debido al calor que he tenido que soportar durante el día. Estoy deseando la llegada del invierno, adoro el frío, la nieve y la ropa abrigada. Pero, pensándolo bien, esta será la primera navidad que celebraré fuera del orfanato y reconozco que siento algo de tristeza por ello. La soledad en la que estoy sumergida estando en mi apartamento, no es agradable y menos al recordar el bullicio de los niños al que tanto me había acostumbrado.
Sonrío al recordar aquella época. Éramos felices con lo poco que teníamos, no le dábamos importancia a lo material, había más interés el pasar el tiempo juntos, dado que ninguno sabíamos cuando iba a ser nuestro último día viviendo en aquel pequeño espacio. Recuerdo el día en el que Henry se fue: había cumplido la mayoría de edad y estaba loco por ir en busca de Alexis. También recuerdo el dolor que sentí al verlo marchar, a mí me faltaban otros doce meses para seguir sus pasos. Como lo eché de menos. No hay algo que odie más que recordar ese día, dado que a partir de ese momento nuestra relación no volvió a ser la misma.
Sacudo la cabeza levemente intentando así, deshacerme de esos pensamientos, nadie tiene la capacidad de poder cambiar el pasado. Parece feliz y yo también, a mi manera.
Al volver a mi puesto de trabajo, Alexis, no está donde la había dejado. Giro la cabeza al percibir un leve movimiento y asiento con una media sonrisa cuando el señor Rob me pide la cuenta. Recorro el corto pasillo que lleva directo a la cocina. Al abrir la puerta derecha que separa la cocina del estrecho pasillo, no puedo evitar soltar un pequeño grito al ver a mi jefa y a Alexis pegadas al lado contrario de la puerta, la que lleva el cristal en la parte superior.
—¿Se puede saber qué están haciendo ahí? – Carlos ríe ante la escena y yo sigo sin recibir respuesta alguna.
—No les hagas mucho caso, están embobadas con un hombre que acaba de llegar. —me encojo de hombros con diversión y pido la cuenta del señor Rob.
—Gracias, voy a atender a ese misterioso hombre porque debo suponer que no lo han hecho —la risa de Carlos él lo último que escucho antes de abandonar la cocina. Esas dos parecen unas adolescentes alborotadas. Dejo la cuenta a su correspondiente mesa y repaso el pequeño local con la mirada en busca del hombre que ha conseguido volver locas a mi jefa a mi mejor amiga.
Es entonces, cuando el tiempo se detiene.
Mi respiración se paraliza por un instante al ver a semejante hombre. Un extraño cosquilleo se cuela en mi estómago, provocando una sensación ajena y totalmente nueva para mí. No va acompañado y su postura refleja el mal día que ha debido tener. Tomo unas cuantas bocanadas de aire antes de seguir con mi trabajo. Espero no balbucear.
—Buenas tardes, ¿ya sabe lo que va a tomar? — en el instante en el que sus ojos entran en contacto con los míos, mi garganta parece necesitar agua con bastante urgencia. Madre mía. Son azules y el anticipo de barba que cubre su definida mandíbula le hacen ver...masculino. Demasiado masculino.
—Buenas noches. Debo suponer que pedir algo que lleve alcohol no será posible, ¿verdad? —he dado en el clavo. Ha debido un día terrible.
—Lo siento, es un local familiar —me encojo de hombros sin poder quitar la mirada de sus labios. La forma en la que estos se mueven cuando habla, hipnotiza. Deja de mirarlos.
—En ese caso, me dejo en tus manos —lo que me faltaba. No puede decirle algo así a una adolescente y menos a una que apenas ha tenido contacto con hombres como él. Respira Merian, respira.
Me alejo con la intención de buscar algo que pueda gustarle, dicen que una buena comida siempre ayuda a mejorar el estado de ánimo de las personas. Mientras me centro en mi tarea, Alexis se acerca sin despegar su vista de la puerta de la entrada.
—El tipo es rico. ¿Has visto el coche que hay plantado frente de la cafetería? —niego quitándole importancia a las palabras de Alexis. ¿De verdad ese hombre era tan estúpido para coger el coche de haber estado bebiendo?
Corto un buen trozo de mi famosa y deliciosa tarta de manzana y sirvo una taza de café. Espero haber acertado, a todo el mundo le gusta la tarta, no creo que él sea una excepción. Me acerco, le sirvo el plato y espero paciente su reacción. Su leve sonrisa hace que el extraño cosquilleo vuelva y es todo lo que necesitaba de su parte.
—Que aproveche —con toda mi mala educación, decido dejarle con la palabra en la boca y alejarme con rapidez, mientras mi corazón decide volverse loco.
—Es tan guapo, ¿qué tal su voz? —sacudo la cabeza divertida ante las miradas soñadoras de Alexis e Isabela.
—Masculina, muy masculina — sueltan un suspiro mientras yo rezo para que el individuo no se percate de sus miradas soñadoras.
Paso alrededor de veinte minutos dando vueltas por el local, he procurado mantener toda mi concentración en realizar mi trabajo y mantener la torpeza a un lado. Ha habido momentos en los cuales he sentido como una especia de incomodidad, sentía como si alguien me estuviese mirando y mi cerebro sabía perfectamente de quien se trataba. Esperaba estar equivocada. Miro el reloj y agradezco internamente cuando mi turno por fin llega a su fin.
Henry debería haber llegado. Me despido de mis jefes, dándoles las buenas noches y por mucho que quiera evitarlo, miro una vez más al único hombre que ha logrado robarme el aliento. También está por irse. Aunque sienta algo de vergüenza, tomo loa tonta decisión en hacer los pasos un poco más lentos.
—Gracias. —alzo mi rostro y su altura logra intimidarme. Debe medir un metro noventa, a su lado debo parecer un pitufo.
—No tiene por qué darlas —contesto, mientras le hago una leve señal a Henry.
—He salido del trabajo antes de tiempo, he cogido el coche y no tengo ni la menor idea de cómo he llegado aquí. — no creo haber visto a una persona tan...perdida.
—Supongo que ha tenido suerte de encontrar este lugar, estas calles no son muy amigables en plena noche y habría sido presa fácil para los maleantes de haber estado ebrio. — a mí ya me han intentado atracar unas cuantas veces y eso que soy del barrio, no me quiero imaginar lo que habrían hecho de haber visto a un hombre como él, ebrio y con un coche como aquel. Por muy alto y musculoso que sea, el alcohol lo habría noqueado.
—Supongo que el destino no quiso ser tan cabrón después de todo. —dice en voz baja mientras se encoje de hombros. Oh, a pesar de su tamaño, dan gas de estrecharlo en brazos y darle mimos. ¿Qué? No, nada de mimos y menos a extraños.
—Las casualidades no existen, puede que esa noche el destino haya cambiado algo en su vida. No está borracho, eso debe ser algo bueno. —me tomo el atrevimiento de guiñarle el ojo antes de irme. Con una última sonrisa como despedida, me dirijo con pasos lentos hasta el coche de Henry, pero, la voz del hombre interrumpe mi camino.
—¿Cómo te llamas, pelirroja? — mi corazón late de manera desenfrenada ante su apodo y me cuesta reprimir la sonrisa. Me vuelvo a girar, quiero ver su rostro una última vez aun teniendo todas las posibilidades de llegar a tropezar por caminar de espaldas.
—Merian—contesto sin poder reprimir la sonrisa boba.
—Ha sido un placer conocerte Merian, soy Demian.
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Unidos por el destino ©
RomanceÉl: un hombre al que la vida ha golpeado sin piedad hasta convertirlo en un ser frío y sin corazón. Anclado a una vida de la cual no puede deshacerse, obligado a permanecer entre las rejas de una mujer sin escrúpulos, que se niega a entregarle su ta...