"Desesperación."

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Justo cuando sus labios iban a rozarse un ladrido les interrumpió.

-¿Qué pasa Marco?-dijo Anni levantandose de encima del pecho de Jake.

El perro mordió su calcetin y estiró de ella.

-Oh, ya veo, ¿quieres llevarme algun lado?-la adolescente le lanzó una sonrisa enternecedora.

"¿No etariais hasiendo algo impotante nu?"dijo el cachorro. "Maldito chucho, me las pagaras".

Jake.

Anni era diferente, era especial. No como aquella zorra peliroja que le traicionó.

910 a. C. Casa de Kejha.

Cuando me desperté aquel horrible dolor que maltrataba mi cuerpo había acabado. Froté mis ojos para orientarme un poco. En las paredes blancas se dibujaban oscuras sombras por la luz de la lámpara que colgaba del techo. Bajo mis pies había una alfombra pelo. ¡Aquella era mi habitación!

Me levanté al recordar el escozor que sentía cuando aquel hijo de puta me mordió en el cuello. Mi sorpresa fue que mi cuello se veía intacto en el espejo. Pasé mi mano en busca de algun indicio del sufrimiento que me había provocado aquella mordedura.

Me sentía frustrado. ¡Era imposible!.

Contemplé mi rostro entero y retrocedí asustado; mis ojos se veían rojos. Los cerré y froté una y otra vez, pero cada vez que miraba mi reflejo dos puntos rojos me miraban fijamente.

Una lágrima corrió mejilla abajo. ¿Qué me estaba pasando? ¿por qué tenían que pasarme a mi aquellas cosas? tan solo era un crio de 17 años, con una buena familia -dentro de lo que cabe-, fuerte y seguro de si mismo.

Fantaseé con lo que estaría haciendo si nada hubiera pasado. Como cada día desde que podia recordar, mi madre, picaría a mi puerta con ganas y al abrir me la encontraría toda emperifollada e acicalada.

Yo le sonreiría mientras ella pasaba la yema de los dedos por sus mechones color trigo.

Sin decir ni una palabra bajariamos poco a poco por las escaleras -mi madre decía que la realeza jamás tenía que andar con prisa- y antes de llegar al comedor nos descalzariamos y le entregariamos los zapatos a Estigio, el niño esqualido que teniamod como esclavo. Sin que mi madre se percatara, le daría unas monedas de oro y el respondería ofreciondole una figurita de madera tallada a mano.

-Suspiró al recordar aquellas figuritas que tanto le gustaban. Durante años las había guardado como su mayor tesoro en una pequeña caja de madera. Cada figurita representaba un animal, pero nunca se repetían-.

Después Estigio desaparecería para volver a su trabajo y nosotros nos sentaríamos en el césped recién cortado al lado de la fuente.

-Dime madre ¿no te gusta el tacto y la frescura del césped acabado de cortar?-acariciara lo mencionado con los ojos cerrados- ¿o el viento qué acuna los olivares y nos impregna de su olor? ¿a caso no le gusta el sonido de los pajarillos cuando cantan?-abriría los ojos para esperar su respuesta, que como siempre, no llegaría jamás.

-Buenos días, les traigo el desayuno.-diría una anciana.

Aquella era la amable cocinera de la casa que llevaba trabajando allí toda la vida. Cuando era pequeño, después de llegar a casa tras un largo y duro entramiento Tory -que así se llamaba- me curaba las heridas de la cara o de cualquier lugar que me hubieran golpeado. Cuando ya había colocado la última venda con una sonrisa se descolgaba la llave dorada que guardaba dentro del vestido y abría una cajita de madera blanca en la que estaba mi preciado gozo; el chocolate.

Partía un trozo, lo envolvía en una servilleta y me lo entregaba para que me lo comiera a solas. Me decía que aquel era nuestro pequeño secreto y tras otra amable sonrisa, me iba corriendo a disfrutar mi pequeño regalo.

Ahora Tory, dejaría dos bandejas en el suelo, uno para mi y otro para mi madre.

La bandeja contendría, como siempre, un plato con 3 revanadas de pan blanco, un pote con miel y un vaso de zumo de naranja bien azucarado.

La boca se me haría agua tan solo de verlo, y con ansia me untaría la pegajosa miel sobre el pan.

Saborearía cada revanada como si nada más importara.

Me encantaba disfrutar cualquier cosa por pequeña que fuera, cualquier detalle era digno de ser disfrutado.

Tras engullir el pan, me bebería el dulce zumo de un trago, y antes de que mi madre hubiese dado ni un mordisco a su comida me levantaría dandole un beso en la frente y caminaría dirección a mi habitación.

Otra lagrima cayó de sus ojos. "Mamá...". Cerró el puño con rabia mientras las gotas iban deslizandose por sus mejillas enrojecidas.

-¡Artemisa!-gritó Kajhe- ¡Artemisa, ven!

Pasaron los minutos pero no recibió respuesta alguna.

-¡Artemisa! ¡mueve tu culo desde el Olympo y explicame esto!-gritó con fuerza en dirección al techo de su blanca habitación.

Y una vez más, nadie contestó.

Desesperado por aquel silencio abrumador, corrió rumbo el Templo de la Diosa.

Llegó en tan solo unos minutos, cosa que no era normal, pero Kajhe lo paso por alto.

-¡Artemisa contestame!-su voz retumbó por las columnas y paredes- Por favor -masculló desesperado- Por favor....

"Fin del flasback"

Casita del árbol.

-¡A comer!-gritó Anni que llevaba una hora encerrada en la cocina.

Como era obvio a Jake aquello no le hacia mucha gracia, el amargo reencor de sus recuerdos comiendose montones de manjares para calmar su hambre le había causado una cierta tiricia a la comida. Dejando atrás su trauma, se sentó en la mesa.

-Cuando estaba ordenando todo encontré un mantel de picnic, ¿a qué es muy rural? -dijo ella con una sonrisa en la cara.

-Sí.-observó el mantel a cuadros rojos y blancos que cubría la mesa- muy rural.-y volvió a la cocina.

-¿Tienes idea de lo díficil qué es hacer comida encima de un trozo de piedra caliente?-dijo desde allí.

Apocalipsis.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora