Despertar se había hecho una rutina tan tediosa, tan innecesaria, que hubiese preferido quedarme dormida con los estúpidos calmantes que procuraba tomar cada noche. Porque dormir era lo mejor que podía hacer. Despegarse por unas horas de aquel mundo sin sentido, tan cruel, tan vacío, era un lujo. Más aún cuando él lograba colarse en mis sueños para hacerme sentir viva y luego devolverme a la realidad. A veces imaginaba que estaba desquitándose conmigo por alguna tontería que dije, cuando no hacíamos más que jugar con la consola o por haberle ganado en alguna partida. Merecía esa tortura. La de solo tenerlo mediante sueños, sentirlo a través de una fantasía causada por los medicamentos que me recetaba el médico con excusas baratas como que debía descansar o que debía seguir adelante por él. Si no le gustaba verme así, ¿por qué me dejó? Era incapaz de entenderlo y las personas que decían quererme tampoco. Ellos nunca fueron capaces de entender nada. Mucho menos mi dolor. Porque era mío. Nadie más que yo sabía lo que significaba, qué y quién lo causaba, los demás solo se hacían una tonta idea de mi sufrimiento. Solo crean conjeturas sobre mi, que soy una lunática y que he perdido la razón, una mujer solitaria que se hunde en la soledad de su oscura habitación para llorar por alguien que no volverá.
Tambaleante intento ponerme de pie, me acerco al baño para ver la peor versión de mi, de una mujer que años atrás resplandecía felicidad por el simple hecho de despertar a su lado. Ahora solo había ojeras y ojos rojos de tanto llorar cuando antes la causa era él y su manía de ver películas cuando no podía dormir a altas horas de la noche. Siempre dispuesta a complacer sus caprichos. Amaba hacerlo. Salí cuando termine la rutina de cada mañana; verme en el espejo, amargarme aún más y decirme a mi misma que debo enfrentar un día mas por mas desagradable que me resultase l idea.
Salgo de mi habitación para darme cuenta que el pasillo no lucía como siempre, se encontraba iluminado, como si una persona entrometida se hubiese colado en mi casa para asegurarse de que aun sigo con vida. Camino hasta las escaleras, imaginando otra vez que él se asomaba por detrás para asustarme como solía hacer cada mañana, pero debería convencerme de que eso ya no sucederá. Bajo las escaleras despacio y, a medida que lo hago, escucho ruidos desde la cocina. Resoplo cansada recordando que hay quienes tienen una copia de las llaves de mi propia casa.
Camino hasta allí para encontrarme con Alice Gundersen lavando los trastos que dejé ayer a la noche cuando la oscuridad de la casa y su ausencia me invadió haciendo que detestara estar en aquella habitación, sola. Sin escuchar sus anécdotas, sus chistes, su risa, sin escucharlo a él.
— ¿Qué haces aquí?—pregunté fría, sin siquiera saludarla.
— Creí que sería evidente—sarcástica.
— Podrías siquiera llamar antes de venir?—protesté—. Se te olvidaron los modales, Alice.
— Y a ti se te ha olvidado vivir, cariño—esta vez mirándome, secó sus manos y caminó hasta mí para abrazarme.
La despegue de mi, rápido, no podía soportar que me abrazara. Era su madre, Alice Gundersen, la sentía como si fuera mía también, siempre me apoyó y me protegió. Le debía tanto a esta mujer, pero no podía, ahora no. Cada vez que la veía, mis recuerdos se dirigían a él y la forma en la que la ocultaba de las cámaras, celoso de cualquier comentario halagador hacia su madre, siempre hablando tan bien de ella, de cuánto la quería. Ella era una pequeña parte de él. Es la mujer que le dio la vida. Le estaba eternamente agradecida por ello pero ahora con toda la perspectiva se me olvida por completo.
— ¿Qué haces aquí?—volví a insistir en el asunto.
— Que persistente—suelta un soplido—. Vine para ver si te encontrabas bien y ahora que veo...
— ¿Bien?—alce una ceja e intento sonreír pero no lo consigo asi que desistí de ello—. ¿Listo?
— No, también vine a decirte que la próxima semana es el cumpleaños de Ana—hace una pausa, esperando a que dijera algo, pero no lo hice, así que continuó —. Creí que no ibas a recordarlo...
— Lo recuerdo, es su hermana, no se me olvida—la interrumpo furiosa ante su comentario, irónico por cierto.
— Lo siento Mia, solo quería que supieras que las puertas de mi casa siempre estarán abiertas para ti, no dudes en venir—alza la mano para acariciar mi mejilla pero pronto recuerda nuestra situación —. Ana se pondrá feliz si te ve...te llamaré luego, cuidate cariño. No hagas nada estúpido...
No me dio tiempo a que protestara por aquel comentario, solo paso por mi lado y salió de la cocina. Escuché un par de pasos antes de que cerrara la puerta para dejarme otra vez sola. En una casa llena de recuerdos. En la casa de los Doblas. En aquella construcción que en un entonces regocijaba de felicidad.
¿Cómo es que te atreviste a dejarme Doblas? ¿cómo? Después de tanto amor que te di, luego de tantas risas, de tantos 'te amo', de solo mirarnos a los ojos para saber lo mucho que nos necesitábamos el uno al otro. Porque así era y sigue siendo. Te necesito. Doblas te necesito y tu me dejaste. Y sabías que no sería capaz de soportarlo, igualmente me dejaste. Temiendo olvidar el color de tus ojos, esa galaxia que llevabas dentro y que jamás en tantos años pude descifrar su tonalidad. Porque hasta en ese detalle me volvías loca.
Te extraño Doblas, quisiera que estuvieras aquí conmigo, tú eras el único que creía en mí. Ahora estoy a la deriva, amando con locura a un hombre que jamás podré tener, soñando con sus palabras, con sus ojos topándose con los míos, imaginando el calor de nuestras palmas cuando enredabas nuestros dedos.
Las lágrimas en mis ojos no tardaron en hacerse presente, humedecen mis mejillas a su paso y mi alma se desgarra a medida que pasa el tiempo. Pero no importa, ya no me importaba que pasaba conmigo, solo me importaba él. Vivía para él y ahora ya no está.
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Hell (r.d)
Fanfiction«La vida sin él era un infierno » Ganadora de Salseo Awards y #900 en Fanfic (Abril 2016) -TheNormalitySuck Diciembre 2015- ||En edición||