Capítulo 26

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Atravesaba el salón de la casa de Alice y Héctor, escuchando sollozos desde alguna parte del inmenso hogar, que ahora se encontraba a oscuras. Sentía una opresión en su pecho, un escalofrío la recorría de pies a cabeza y, sus piernas y manos temblaban. Su respiración era incontrolable y hasta sentía cada latido de su corazón, algo andaba mal. Volteó y su mirada fue directo a la encimera, donde siempre hubieron fotografías de la familia. Caminó cauteolosa, intentando percibir alguna imagen a pesar de la poca luz que ingresaba por la ventana, creyó que sus intentos eran absurdos pero no lo fueron. Observaba los retratos uno por uno, sonriendo al ver como la familia reunía sus más bellos recuerdos en papeles impresos, en portarretratos. Pero su sonrisa se difuminó cuando pervivió la ausencia de alguien, faltaba ese ser de ojos extraordinarios. Dio un segundo vistazo, él no estaba, el chico de pelo castaño parecía que nunca hubiese sido parte de las fotografías. Pero Mia recordaba con certeza haberlo visto. No podía estar tan equivocada.

Entonces volvió a escuchar un sollozo, estaba cerca de ella pero parecía que se alejaba a medida que intentaba agudizar sus sentidos y, lo único que logró distinguir, fue el llanto desgarrador de una mujer. Respiró profundo, la agobiante oscuridad parecía complementarse con ella, como si aquello deseara que sean una sola. Se dispuso a avanzar antes de que el miedo fuera parte de la chica. Llegó a las escaleras, se detuvo allí al notar una silueta moverse en la oscuridad de la primera planta. Su garganta se cerró por completo, pensaba que no era capaz de articular sonido alguno, pero se obligó a subir los escalones uno por uno y rápidamente, desesperada por las sombras que percibía.

Lo que lograba distinguir era nulo. Por suerte, tenía su móvil en el bolsillo de su chaqueta de cuero y alumbró el pasillo. Vio una puerta abierta al final del mismo, era la del chico, la de su amigo y confidente. Pero su mirada se desvío a la puerta que estaba entreabierta a escasos pasos de ella. Recordaba que esa era la habitación de sus padres. Volvió a respirar hondo y exhaló antes de armarse de valor y llamar a la puerta.

"Pasa", dijo una voz dulce y con un peculiar acento, un tanto apagada. Tan característico de una mujer que vivió gran parte de su vida en su natal Noruega.

Ella abrió aún más la puerta y vio a Alice sentada al costado izquierdo de la cama, observando sus manos a pesar de la inmensa oscuridad de la habitación. Una sensación de miedo recorrió todo el cuerpo de Mia, haciendo que sus manos temblaran aún más y que sus ojos se cristalizaran de inmediato.

"Mia", susurró alzando la mirada.

"Alice", dijo con un hilo de voz casi inaudible.

"Ven, por favor, siéntate", sonrió a medias y comenzó a golpear suavemente con la palma de su mano, el cubrecama rojo.

La joven se acercó sigilosamente y notaba los ojos de la mujer irritados, como si hubiera estado horas en la intensa oscuridad. Se sentó, dejando un leve espacio entre ambas y la miró de reojo, apagando, al mismo tiempo, la luz de su móvil.

"Así está mucho mejor", dijo Alice. Mia trago saliva e intentaba desesperada distinguir algo en la habitación, aunque sea una ilusión forjada por su mente y su desesperación.

"Dónde están los demás?", pregunta la joven de cabello castaño, cuando nota la ausencia de los demás integrantes de la familia.

"Quienes?", decía mientras soltaba una leve carcajada. A Mia le recorrió un escalofrío por su espina dorsal.

"Alice", la nombró confundida y suspiró antes de continuar. "Hablo de Héctor, Ana y Rubén".

"Rubén?" repitió ella, alarmada ante ese nombre. "Quién es Rubén?" preguntó haciendo que a Mia se le congelara la sangre ahí mismo. Se levantó rápido. El miedo ya era parte de ella. "Mia, ¿quién es Rubén?" volvió a preguntar esta vez un tanto alterada.

Hell (r.d) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora