Capítulo 4

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Se sentía absurdamente nervioso, era incapaz de explicar la sensación que parecía recorrer sus temblorosas piernas y acelerar sus latidos. Inhaló una gran bocanada de aire y buscó en su bolsillo su móvil. Llamó a su padrastro, mientras arrastraba como podía sus dos maletas, y esperó en el pórtico de aquel edificio. Moría de calor. Estaba sudando. No recordaba que Madrid fuera tan calurosa.

- Estoy aquí, abreme cabrón -rió-. Vale, espero...adiós.

Colgó la llamada. Guardó su móvil y esperó al hombre, deseando llegar a su departamento, darse un baño y dormir hasta que se cansara de ello. «Estoy muerto».

Hizo a un lado los vasos tal y como se lo habían ordenado. El tío de Julia había salido hace uno segundos para buscar a 'su pequeño' y ordenó que tuvieran todo listo para su sorpresa. Mia ayudaba todo el tiempo, no quería que nadie le sirviera, pensaba que era una forma de agradecer tanta hospitalidad hacia una completa extraña. Luego de aquel incidente, Julia la llevó de inmediato a su casa, allí se encontraba su madre, que a diferencia de Carmen, ella era una mujer sumamente dulce y, claramente, adicta a sus hijos. Le ofreció a Mia quedarse el tiempo que quisiera con ellos. Le sorprendió, no entendía porque se comportan así con ella, no la conocían. No sabían nada de ella, «no lo merezco».

Estuvieron toda la tarde juntas hasta que cayó el sol y su padre llamó a la casa para avisar de que se alisten, que en cualquier momento pasaba a recogerlos. Mia se vistió con unos jeans negros y una blusa azul, su amiga le prestó unos zapatos negros, y se disculpó con ella por no recoger más ropa. La joven lo vio tan absurdo que le pidió entre risas que no vuelva a disculparse por absolutamente nada.

Y ahora se encontraba observando a una familia de verdad, se le era imposible no sonreír, maravillada por lo que sus ojos veían. Julia molestaba a su hermano con bromas y sus padres reían por ello, de vez en cuando cruzaba miradas con ella pero Mia bajaba la mirada casi al instante, avergonzada. Entonces sintieron voces del otro lado, de pronto las luces se apagaron, debió ser unos de los niños que intentaban acallar sus murmullos. La puerta se abrió lento y solo se vio la leve silueta de un chico alto y delgado. Llevaba el cabello sumamente despeinado y largo, Mia era capaz de notarlo con la poca luz que entraba del pasillo. El joven encendió la luz y los gritos inundaron la habitación.

- Madre mía -musitó.

Hector venía detrás de él, se unieron en un largo abrazo antes de volverse para saludar a los causantes de la sorpresa. Mia lo siguió con la mirada. Incómoda. Estaba sorprendida por su aspecto, tan juvenil y tan poco serio. Ya sea por su cabello de aspecto mojado o por la ropa extremadamente grande que llevaba. Aunque la mayoría de los jóvenes vestían así, algunos se inclinaban a llevar camisetas de bandas de rock, pero el muchacho prefería vestirse como si fuera un 'rapero'. A Mia le causó gracia, pero más allá de eso, su atención se dirigió a Julia, que reía muy animada con su primo. Deseó irse, sabía que en cualquier momento llegaría a ella y moriría de vergüenza. «¿Qué digo cuando me saludé? Ni siquiera debería estar aquí... Estoy loca».

Su amiga se percató de aquel problema. La miró y caminó hacia ella, que se encontraba apoyada en el marco de la puerta que daba a la cocina.

- ¿Sucede algo?-preguntó bastante alegre. Supuso que le hace verdadera ilusión el ver de vuelta a su primo.

Aunque, por lo que había hablado con anterioridad, no era su primo. Es decir, Héctor es su padrastro, pero lo trata como si fuera su hijo. La familia entera lo tiene como tal.

- No, estoy bien-susurró cabizbaja.

- Tengo que acostumbrarme a no creer en tus 'estoy bien'-dijo haciendo comillas.

- Ouch, eso duele-rieron.

Entonces sintió que alguien apoyaba su mano en su hombro. Giró la mirada de inmediato para toparse con unos ojos verdes y una sonrisa algo cansada. Ella lo miró sorprendida.

Hell (r.d) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora