Capítulo 5

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Es curioso llegar a una fiesta cuando eres viuda. Parece que todo el mundo es capaz de percibir tu dolor, esa aura oscura que te rodea, es como si olfatearan la muerte. Es intimidante como sus ojos se posan sobre mí, observando cada movimiento de mi persona, la forma en la que voy vestida, el color de mis uñas, el maquillaje que se encarga de tapar las marcas del dolor. Absolutamente todo. Pareciera que no solo es justo juzgar con la mirada, deben hacerlo entre ellos, pensando que tal vez la música era capaz de ocultar sus murmullos. Pero no es así. He aprendido con el tiempo a darme cuenta de aquellos detalles, de cómo las sonrisas desaparecen cuando aparezco, de como algunos intentan esquivar la mirada...haciendo todo lo posible por no verme. Porque represento el dolor. Y a nadie le gusta recordar lo que les duele.

Camino de una punta a la otra del inmenso jardín, evitando mirar a los que estaban presentes en aquella fiesta. Hay chicos riendo en una esquina, intento buscar el rostro de Ana, pero no está y comienzo a preocuparme. ¿Por qué no está? Un nudo se forma en mi garganta y siento que alguien me toma del brazo para detenerme. Alzo la mirada y me topo con un rostro conocido, con una sonrisa sincera, casi como la primera vez que lo vi. Solo que ahora tenía una barba mas canosa que mostrar y un par de arrugas en su rostro. Pero ajeno a eso, no encontraba nada distinto en Héctor. Intenté sonreírle, pero no pude, él me suelta, encogiéndose de hombros. Cómo disculpandose por tanto atrevimiento.

— Ana está en su habitación, se ha encerrado allí—no sigue, se detiene cuando el dolor se hace presente en su voz. Mis ojos arden, queriendo derramar lágrimas otra vez, pero respiro hondo, intentando contenerme—. Ve a verla, contigo querrá hablar...

— No creo que quiera verme...—miro para ambos lados. Algunos dejaron de mirarme, otros como Miguel y Alejandro no dejan de verme, mientras se dicen cosas al oído. Como si yo  fuera lo suficientemente incrédula como para no darme cuenta.

— Solo es capaz de hablar de ti, no ha parado en todos estos días...claro que quiere verte—me anima.

Pero no estoy convencida de hacerlo. Algo de mi me prohíbe pensar en ello. Asiento con la cabeza y me dirijo a la puerta que da ingreso a la cocina. No pido permiso. No me interesa tenerlo. Solo camino hasta llegar a las escaleras, subo y pienso en la forma que tiene Alice de irrumpir en mi casa. Sin descaro. Me da furia el solo pensar que ella, en algún lugar de su habitación, tiene un duplicado de todas mis llaves. Aun no entiendo cómo es que lo permití.  Yo no necesito sus visitas, no preciso de su limpieza, ni de sus comidas. No lo pedí. Y jamás lo pediría. Solo quería que me dejaran en paz, pero ella no fue capaz de comprender aquel concepto.

«está loca, un día se matará y no quiero que eso pase. Puedo evitarlo!».

Camino por el pasillo, intentando localizar la habitación de Ana y los recuerdos me juegan en contra. Imagino a Rubén en mi búsqueda, riendo, escapándose de mi. Trago saliva, intento alejar aquello de mi mente. Llego a una habitación con un letrero de madera pintado con rosa, «Princesa Ana». Aun lo usas. Y al lado, otra puerta, al final del pasillo, me resulta una tortura observar el póster, aun pegado, de Pokemon. Le doy aviso a Ana sobre mi presencia, en un intento desesperado de no derrumbarme allí, por primera vez quiero borrar a Rubén de mi cabeza. Aunque sea por unos instantes. 

— Largo!—grita con furia—. Dejadme en paz!—se notaba la tristeza en su voz y sentí como mi corazón se achicaba.

— Ana...cielo—digo, casi por inercia—. Soy yo, Mia...abreme—le suplico.

No escucho nada del otro lado, solo un silencio desgarrante, que parecía como un grito. Que ironía, ¿cuando los silencios dejaron de ser vacíos? Vuelvo a insistir, pero no más de una vez. No intentaba molestarla, intentaba comprenderla, saber que le sucedía. Aunque conociéndola sabía de qué se trataba. Escucho unos pasos, seguido, la puerta se abre, ocultando a una joven de ojos castaños. Pero poco podías apreciarlos porque un tono rojizo opacaban aquella galaxia. Era tal como su hermano, ambos tenían la capacidad de atraerte con solo mirar sus ojos, de sentirte feliz, aliviada, cómoda, podrías ser capaz de verlos todo el día y no cansarte de ellos. Eran sinceros. No hay nada más sincero que la mirada de alguien. Más cuando ese alguien te ama. Y aún más cuando aquellos ojos solo muestran dolor. Los de ella eran así. Profundamente castaños y llenos de lágrimas, y dolía verse reflejada de ese modo.

Hell (r.d) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora