Capitulo 3

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Despierto cuando el dolor de un sueño que no fue me destroza el corazón en pedazos que ya no tienen arreglo. Otra vez había soñado con él, que volvimos a ser adolescentes llenos de vida, de ilusiones y que el único miedo que teníamos era el que nos deparará el futuro. ¿En qué momento eso cambió? ¿cómo es que lo permitimos? ¿Cómo es que dejamos que nos arrebataran la vida, que nos matarán así? Si teníamos una vida entera para ambos para llenarla de experiencias juntos. Aún teníamos tiempo para amarnos. Quería continuar viéndote a los ojos, aunque estuvieran apagados, no me importaba. Solo quería saber que me estaban viendo, que tal vez encontraban algo especial como yo lo hacía en ellos, que me necesitaba más de lo que yo lo hago.

Nadie te enseña a continuar. No hay un manual para ello. Solo te quedas mirando hacia la nada misma, anhelando esa vida que pudiste tener y que ahora sabes que jamás tendrás. Porque no quiero una vida sin él. Nadie quiere una vida sin la persona que ama. Es injusto. El mundo se merecía que él siguiera aquí. Conmigo o sin mi. Hubiese deseado que su corazón siga latiendo, lo deseo. Latiendo para que siga haciendo feliz a tanta gente tal como lo hizo conmigo...

Dejo que las lágrimas mojen mi almohada, que el nudo en la garganta me ahogue y que los sollozos invadan la habitación. La soledad y el dolor se sentían tan presentes que ya me había acostumbrado a convivir con ellos.

Suena el timbre, interrumpiendo todos mis pensamientos, las lágrimas parecen detenerse de inmediato, molestas ante la presencia de un intruso queriendo romper mi soledad. Pero lo ignoro. Hoy no quiero salir de casa (de hecho, no salgo de ella hace días) y tampoco quiero que nadie me haga sentir más absurda de lo que ya me siento. Aunque parece que a esa persona no le importa como me sienta porque vuelve a insistir ante mi ausencia. Siempre odié aquel sonido y a él le fascina.

— No te equivocabas cuando decías que éramos distintos—musito.

Me levanto desganada. Arrastrando los pies, descalza, salgo de la habitación y me demoro en bajar las escaleras aún más cuando vuelven a insistir en el timbre. «En esto si nos parecemos». Abro la puerta lento, ni siquiera me preocupo en fingir vergüenza por estar en camisón. Poco importaba. La rubia me mira sorprendida, como si estuviese viendo a un muerto. Tal vez ya lo era.

— Te tardaste—reprocha.

— No era mi intención—contesto sarcástica.

— ¿No me vas a dejar pasar?—intenta mirar sobre mis hombros el interior de la casa.

— Creo que estoy obligada a hacerlo—me causa gracia pero sin embargo no sonrio.

— Sigues siendo divertida Mia—ironica.

No respondo, solo me hago a un lado mientras tallo mis ojos en un intento de que no note nada raro en mi. Aunque sabía que ya lo había hecho. Cierro la puerta lento, intentaba evitar cualquier tipo de ruido puesto que sentía que mi cabeza palpitaba de semejante dolor.

— Ve y vístete—me ordena—. Traje para hacer el desayuno—sonríe.

Me la quedo mirando por varios segundos, contemplando como los años se habían hecho presentes en ella. Pero, a diferencia de mi, Julia se encontraba alegre, como si nada a su alrededor pudiese alterar aquello. De todos modos. Asiento y subo las escaleras mientras observo que se dirige a la cocina. Completamente confundida por lo que acababa de pasar. Ya hacía meses que no sabía nada de Julia, sólo desapareció cuando más la necesitaba, sin importarle que sea su amiga. Llego a mi habitación y no tardo mucho en dirigirme al baño para darme una rápida ducha. Antes solía calmarme, me hacia olvidar por un momento todos mis problemas, el agua se encargaba de llevarse todo lo malo junto con el jabón. Pero ya no. Ahora me hace sentir vulnerable, absurdamente sola.

Hell (r.d) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora