Capítulo 14

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¿Cómo es que la vida se atreve a jugar tanto con las personas? Somos seres que sentimos, nos acostumbramos a la existencia de otras personas y, a veces, creamos lazos que son inquebrantables. Pero también, tal y como sentimos, somos capaces de ocultar nuestros sentimientos. Existen varias razones; amor; odio; egoísmo. Egoísmo porque siempre resulta ser amor, pero nos lo reservamos, tememos a lo fuerte que pueda llegar a ser, lo ocultamos con una sonrisa, siendo indiferente y hasta alejándonos de aquella persona. El amor es egoísta y nosotros jugamos a ser fuertes, a resistirnos ante ese torbellino. Preferimos la tormenta antes que el arcoiris.

Bajo del auto, viendo a ese hombre, olvidando su elegancia por una mujer absurda como yo. Se levanta de la escalinata cuando me ve caminando hacia él, sonríe y se acomoda la corbata y su saco negro.

— Esperaste—digo obvia.

— No deseo irme a otra parte sin antes hablar contigo—dice.

— Aquí? Mis vecinos no son de esos que se toman el tiempo para inventar locas teorías—irónica.

— Creo que no me molestaria—me cruzo de brazos y él muerde su labio inferior antes de reír—. Quieres ir a un café?

— Hasta ahora las conversaciones en lugares públicos no terminan de la mejor manera...—le recuerdo.

Lo invito a pasar a la casa, tal vez aquí, no me importe alterarme o llorar. Él sonríe, muerde sus labios y se toma la barbilla. Me mira, hay algo que le hace gracia pero que no lo puedo identificar.

— Qué?—digo.

— Nada—dice.

— De qué querías hablar, Michael?—voy al grano.

— No he dejado de pensar en ti...—suelta, tranquilo, natural, como si desconociera la magnitud de sus palabras.

— Eres muy honesto, Michael—sarcástica.

— No...no en ese sentido —se ríe —. Solo que no he dejado de pensar en tus palabras... En tu mundo. Jamás me importó tanto comprender a alguien...

— Solo los locos comprenderían —digo, sonando como una.

— Si, pero yo ya no busco comprender...tardaría mucho tiempo en hacerlo y jamás llegaría al resultado exacto.

— Entonces?—comienzo a impacientarme.

— Quiero ser tu amigo. Quiero que llegue aquel día en el que logres confiar en mí, en el que no dudes llorar en mis hombros...que sonrías por una de mis bromas.

— Tanto te importa ser mi amigo? Qué hay de divertido en una viuda amargada como yo?

— Todavía no tengo una respuesta racional a tu pregunta—dice sonriendo.

Me detengo a pensarlo por unos instante. No puedo admitir que me hizo falta su presencia (hasta dudo que haya sido así, realmente), de hecho, hasta creí necesitar que alguien cuidara de mi esas noches en las que el alcohol me sumerge a esa oscuridad...esa oscuridad que a mi me aterra. Pero no puedo correr a los brazos de un desconocido, confiar en él es como un león dejándose tocar por un cazador; no es lo recomendado. Tal vez me equivoque...pero quiero correr el último riesgo de mi absurda vida.

— Quieres...venir a...cenar? Esta noche?—titubeo. Se queda en silencio, no responde, solo me mira con ese par de ojos castaños—. Ana y yo...olvidalo.

— Qué?—se ríe—. Me encantaría cenar con vosotras. A las nueve, te parece?

— Si...espero que comas algo antes porque no soy buena para la cocina—le hace gracia mi comentario.

Hell (r.d) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora