Capítulo 25

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— Cuánto va a durar?—le preguntó.

— Eso no importa—bajó la mirada.

— Por qué? No crees que nos debemos explicaciones? —dijo tan suave que a Mia parecía desgarrarle el corazón.

— No creo que sea el momento, Rubén —con la voz quebrada.

— Tenía que estar como lo estoy ahora? Con el alma por el suelo para que tu te quedaras a mi lado?—dijo desesperado porque la joven lo mirara otra vez.

— No...—susurró.

— Entonces?

— Y Jennifer?—preguntó desviando el tema, claramente.

— Supongo que con su madre—respondió—. Realmente no lo sé—se encogió de hombros.

— Discutieron? —balbuceó.

— Ella me detesta—dijo, soltando un respiro—. Y la entiendo, he sido un tonto con Jen.

— Siempre hay oportunidades, Rubén. Solo...solo no las desperdicies—musitó ella, intentando comprender la situación, alejándose de lo que realmente deseaba decir. Se estaba tragando las palabras, los sentimientos y hasta su propio orgullo por él. Por temor a perderlo de nuevo. Sus ojos se cristalizaron.

— Sí, supongo que las hay—dijo suspirando —. Porque sino tu no estarías aquí—ella lo miró expectante, intentando procesar sus palabras, resistiéndose al color de sus ojos—. He sido un tonto, Mia—soltó al fin.

— Yo solo debí haberme quedado a tu lado, como te lo prometí—dijo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, caían por sus pálidas mejillas, haciendo que Rubén se acercara a ella y las secara con las yemas de sus pulgares. Mía solo sonrió ante ese contacto pero luego dejó de hacerlo cuando pensó en el tiempo que desperdiciaron.

— Fui un cobarde, Mia. Debí haberte dicho todo aquella noche en la que dormimos juntos—susurró, permitiéndose estar más cerca de ella y recorrió con una mirada todo su rostro, asombrándose de nuevo por su belleza, por lo perfecta que la encontraba. Era ella. Esa chica estaba hecha para él—. He intentado recordar el momento exacto en el que me enamoré de ti, Mia.

— No fuiste el único que intentó guardárselo —cerró los ojos, obligándose a no llorar. Él ahora estaba junto a ella, ya no había por qué derramar lágrimas.

— Pero no quiero seguir guardando algo que ya no puede seguir escondido. Algo que ya está entre nosotros—dijo.

— Entonces no permitas que me vaya otra vez—decía mientras él acariciaba su mejilla—. No lo hagas.

— No podría, no soportaría estar otro día sin ti, Mia—susurró acercándose a sus labios, rozando la punta de su nariz con la suya, disfrutando de la cercanía—. No te alejes, no lo hagas—dijo y la besó dulcemente, solo él podía besar sus labios con semejante necesidad. Aun acariciaba su mejilla mientras sus labios, unidos, parecían derretir estrellas. Como si todo el universo estuviese a su disposición, festejando que dos almas como las de ellos estuvieran juntos otra vez. Porque complementos como ellos jamás se vieron.

Paró de besarla para observar sus ojos otra vez, para asegurarse de que estaba con ella y con nadie más. Porque siempre que besaba a una chica buscaba sus ojos y se hundía cuando se daba cuenta que no eran los de Mia. Estaba más que seguro que no sería capaz de dejarla ir, ni de soltar su mano ni por un instante, no se iba a atrever a perderla. «Bendito el día en el que te cruzaste en mi camino».

— Tienes suerte de que te necesite, Rubén —dijo ella acercándose a sus delgados labios—. Porque puedes lastimarme, quebrarme y reducirme a la nada misma...—Ruben la frenó con un beso, no quería que siguiera hablando, se prometía que no la lastimaría nunca. Ella sonrió aún pegada a sus labios y colocó sus manos en el pecho de Rubén para separarlo de su boca—. Pero seguiré a tu lado porque no sabré cómo soltar tu mano, nunca—dijo. Él sonrió y volvió a besarla. Anhelando no soltarla nunca más.

Hell (r.d) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora