Capítulo 11

1K 105 22
                                    

Acepto. Él me sonríe antes de irse a prepararme un baño, suena tan irónico y absurdo. Me doy asco, no sé por qué permito que siga en mi casa, pero cuando lo noto ya cedí a su sonrisa. Ahora me encuentro dentro de la bañera, mirando el techo, buscando con que distraerme y seguir perdiendo el tiempo. Pero desisto. Al cabo de unos cuantos minutos, ya estoy vestida; un vestido negro es mi atuendo para bajar y desayunar. Me miro al espejo, lo hago rápido, busco un defecto en mi. Observo el bulto en mi frente. Ese es uno, pero hay miles, para qué seguir. Salgo de mi habitación. Camino hasta llegar a las escaleras, me da gracia el ruido de mis zapatos negros, bajo con cuidado. No deseo que otro mareo desprevenido me haga caer, llamar la atención de Michael se está volviendo tan fácil y no quiero que sea así. Quiero distancia pero pareciera que él no, busca algo más, su sonrisa pícara lo delata. Soy una mujer casada y sé de sonrisas. Llego abajo, escucho musica que viene de la cocina, encendió el estéreo. Hace tiempo que no hay música en esta oscura casa. Avanzo de una vez, lo veo a él frente a la estufa, tararea una canción. Creo que es de Bruno Mars. Me detengo, cerca de la puerta, y lo observo desde allí. Su elegante postura está algo ausente, ahora se lo nota cansado y su cabello castaño está algo descontrolado. Pasó la noche cuidándome, vigilando que siga respirando y, a pesar de que lo estaba haciendo, se quedó a mi lado, durmiendo como un perro al que nadie quiere. Nadie hace algo así. Nadie lo hizo por mí, salvo Rubén. Y Michael es un desconocido, alguien que intenta infiltrarse en mi vida. Debería estar prohibido que las personas se acerquen a mi. Soy dañina, como el cianuro o el ácido, todo lo que está a mi alcance desaparece, se esfuma y queda en mi memoria, para recordarme que no debo querer a nadie porque terminaré en el infierno donde ahora intentan empujarme.

Se voltea a mí, sus ojos marrones me encuentran y su blanca sonrisa me deja ver la perfección de sus dientes. Lleva la camisa fuera de lugar, con sus mangas arremangadas hasta sus codos y sin corbata. Entro en pánico. Él no debería ser el que me prepare el desayuno, debería ser Rubén. Ni siquiera tendría que haber sido amable cuando lo conocí y mucho menos aceptar ese café. Ana tenía razón.

— Hola—dice.

— No hacia falta—intento disimular que me encuentro molesta.

— Tienes que desayunar—voltea y termina de hacer los waffles—. Siéntate—me ordena, pero lo dice tan calmo que parece una sugerencia.

Le hago caso. Él no tarda tanto en poner el desayuno sobre la mesa, se sienta frente a mi, en su lugar. Trago saliva. Me tendrá como una loca si me quejo de donde está sentado.

— Te ves hermosa—dice mientras me sirve café.

— Sueles hacer esto a menudo?—pregunto.

— A qué te refieres?

— Me refiero a que si sueles hacerle el desayuno a las mujeres que invitas a tu casa —esquivo la mirada. Busco que coger de la mesa que ahora se encuentra llena de cosas dulces que luego tendré que tirar porque no las comeré.

— No me creerás, pero es la primera vez que le hago el desayuno a alguien más—dice. Su seguridad al hablar me impide que dude.

— No sé si sentirme alagada por eso—muerdo mi tostada.

— No tienes porque sentirte así. Descubrí que eres diferente—le da un sorbo a su café.

— "Diferente"?

— Si, diferente, Mia—deja su taza sobre la mesa—. He descubierto que no sonríes, cualquiera tiene la capacidad de hacerlo, pero tu no. Eso ya te hace diferente—me deja paralizada por unos segundos. Es observador, aunque no se necesita verme por mucho tiempo para notarlo.

— No quiero hacerlo, solo es eso.

— Porque no tienes una razón —intenta descifrarlo.

— Ya no tengo quien lo cause, Michael—digo.

Hell (r.d) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora