Capítulo 9

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Nadie sabe con exactitud quién soy y de donde vengo. Lo que tuve que soportar y lo que aún soporto. Creen que con verme una sola vez en la calle, en un vídeo o por leer mis tonterías en una plataforma que carece de sentido, son dueños de hablar de mi. Me definen como una viuda. Como una loca. Una suicida. Pero no me conocen. No saben cuales son las sombras que me invaden o el porqué de la ausencia de luz en mis opacos ojos. No imaginan que hace tiempo que ya no veo las estrellas, aquellas que aún luchan por ser vistas a pesar de la contaminación lumínica de una ciudad absurda y monótona, y que la luna ya no alumbra mi rostro. No saben de mis heridas, aquellas que ya no me importan ocultar, y que el alcohol es lo único que humedece mis agrietados labios. No perciben que olvidé lo único que me apasionaba en la vida, que mis pies ya no saben lo que es tocar la madera de un salón y que ya no veo mi reflejo en un enorme espejo.

Saben que la culpa me invade, son astutos para herir y hacerme saber lo que piensan; que lo dejé solo. 'Donde estabas cuando él moría por dentro?', 'Eras su esposa! Tenias que notarlo!'. Fue más fácil culparme a mí, y no los juzgo, yo también lo hice. Porque fui un tonta en confiar total y ciegamente en él, sabía que Rubén tenía esa osadía por ocultarme cosas, pero no le insistí y ahora sufro las consecuencias.

Observo la habitación, todo sigue en orden, menos mi cabeza y mi espíritu. Me siento completamente mareada y con un ardor en mi garganta que quema. Tengo sueño e intento mirar el reloj, pero la oscuridad y la falta de visión hacen que desista de ello. Dejo la botella en el piso intentando ser delicada en mis movimientos, pero es imposible, y escucho el sonido del vibrio girando en el suelo. Me levanto, ahora el mareo se siente peor que antes, intento buscar a mi amiga en la oscuridad pero bajar la cabeza hace que pierda la visión. Otra cosa que no soy capaz de hacer. Estoy ebria, lo sé. Camino, deseo salir de aquí, tambaleo y me ayudo de las paredes para salir de la su habitación. Hago lo mismo mientras camino por el pasillo, casi a ciegas, la luz es muy fuerte para una persona que estuvo horas en la oscuridad. Entonces escucho ruidos, vienen de abajo, mis latidos se aceleran por inercia. No sé si estoy asustada, no sé si el temblor en mis piernas tienen que ver con la adrenalina (mezclado con alcohol) que corre por mis venas o por estar ebria, a punto de caer al suelo. Ya no me puedo sostener en pie pero hago un esfuerzo, me acerco hacia las escaleras y veo una silueta en la oscuridad. Pero juraría que desprendía luz o tal vez sea porque estoy loca. Entonces lo veo, es él, vino por mi. Bajo dos escalones y es suficiente para mi cuerpo. Caigo por las escaleras pero me sorprende no sentir dolor, aunque sé que mañana lo lamentaré si es que logro despertar. Llego hasta abajo, no me muevo, el mundo parece hacerlo por mi y me marea aún más. Siento sus cálidas manos acariciando mi rostro y lo miro. Solo para toparme con sus ojos, profundos, conteniendo aquella galaxia que siempre logró cautivarme y noto decepción.

— Por qué, Mía?—musita.

Pero mi visión desaparece, todo se borra, como si apagaran la luz. Solo espero no despertar.

Flashback

Los días, las semanas y los meses avanzaban con rapidez. Mia ya tenía dieciocho, su días en la escuela habían quedado atrás y no había un segundo en que ella no pensara en su futuro. Su oportunidad de estudiar cualquier carrera había pasado tan rápido que no se dio cuenta hasta que los padres de Julia le preguntaron, «Mia, no te decidiste aun?». Claro que no. La joven no tenía idea de lo que quería, sólo pasaba tiempo en una academia de danza a causa de la insistencia de Rubén. Sabía que aquello le apasionaba, sus profesores decían que tenía talento, que pocas veces veían a una joven con tanto potencial como ella. Cada vez que Mía bailaba, parecía estar volando, recorriendo mundos que nadie es capaz de imaginar —salvo ella— , podías creer que representaba cada instrumento, cada melodía, cada nota; era la reencarnación de la misma música. A Rubén le maravillaba verla bailar, observar la sonrisa que tenía cuando lo hacía, su cabello moverse a pesar de estar recogido en una coleta. Ella pocas veces era capaz de darse cuenta que él la estaba viendo puesto que Rubén se escondía en una esquina, mirando a través de una ventana del pasillo, y se iba cinco minutos antes de que terminara la clase. Era su admirador número uno.

Hell (r.d) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora