Capítulo 23

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Carmen Becker murió luego de cuarenta y ocho horas luchando porque su corazón siguiera latiendo. Pero no fue suficiente. Podríamos decir que era una mujer valiente, soñadora y cariñosa, pero los últimos años demostró lo contrario. Su cabello pronto se verá más opaco y sus ojos ya no se abrirán. Dejaría lo único que amo una vez en su vida, a su hija, que aun seguía aferrada de su mano, sollozando mientras todos a su alrededor prometían cuidarla.

El dolor era inmenso. Jamás descubrió tal sensación, creía que se ahogaría entre lágrimas y que todo acabaría cuando ella dejase de respirar. Al igual que su madre. Pocas personas decidieron presentarse en aquel funeral. Solo estaba una vieja amiga de ella, la familia de Julia (que ahora, era su familia) y las coronas de flores que adornaban ese opaco cementerio. Los sollozos de la joven pararon, las lágrimas no, caían como torrentes de agua ácida, quemando sus mejillas. Representando su dolor. El dolor que no se iría con nada. Porque no tendría otra oportunidad de escuchar su voz o sentir el cálido abrazo que solo una madre puede proporcionar. Todo había acabado allí.

— Me tenía que haber quedado con ella, Julia...—musito mientras su amiga la abrazaba por los hombros.

Clavó su mirada en la lápida, leyendo una y otra vez su nombre grabado en el mármol. Pensaba en lo injusto que era morir con tan solo cincuenta y un años.

— No es tu culpa, Mia. Claro que no lo es—decía entre lágrimas.

— Sabes? Cuando era pequeña, ella solía llevarme al parque todos los fines de semana y me compraba un algodón de azúcar —comentó y aquel recuerdo hizo que sonriera por inercia.

— Parece que te quería muchísimo, Mia—dijo, corrió un mechón de pelo castaño que tapaba el ojo de la joven, con extrema dulzura.

— Si, lo hacía —susurro creyendo que no la iba a escuchar, pero aun así lo hizo.

— Y lo sigue haciendo, en algún lugar, donde esté... —se frenó a causa de las lágrimas —... Siempre te va amar. Eres su hija, siempre lo vas a ser.

Alzó la vista solo por un instante y no se creyó capaz de apartarla. Lo veía caminar, tomando de la mano a una joven pelirroja. Llevaba un traje negro para la ocasión. En otra circunstancia (más bien, en el pasado) se hubiese reído al verlo, pero la situación no ameritaba a risas, nada ni nadie cambiaría aquello. Se miraron fijamente, casi sin reconocerse, «No olvidaría el color de sus ojos». Rubén no podía creer lo distinta que se veía. Más delgada, el cabello más corto que antes y, aunque las lágrimas opacaban su belleza, él no descartó lo bonita que se encontraba. Pero Mia solo era capaz de observar a la chica que tenía al lado, no era Celia. Entonces entendió que Rubén jamás hubiese ido por ella. Lo observó saludando a la familia, sus piernas temblaban y su dolor de cabeza aumento.

— Mi mas sentido pésame —dijo una chica a su lado. No se había percatado de que se había alejado de Rubén.

— Gracias—respondió serena. Apenas la miró.

— Me llamo Jennifer. Sé que no me conoces pero...—respiro profundo—... entiendo lo que es perder a un familiar. Si me necesitas, no dudes en buscarme. Soy la novia de Rubén —comentó.

Se giró para verla y, por sobre sus hombros, vio como él se acercaba a su chica. Sus latidos se aceleraron, golpeando con fuerza el pecho de la joven y un escalofrío recorrió su espina dorsal.

— Hola—dijo.

Mia no respondió. Solo lo miró mientras sus lágrimas empañaron su visión, recordando la última vez que lo había visto besando a Celia en aquellos columpios donde miles de veces pasaron la tarde entre risas, jugando como dos amigos, enamorándose sin darse cuenta.

Hell (r.d) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora