Capítulo 6

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Observaba los cálculos de la pizarra, intentaba comprender las palabras que utilizaba su profesor, no había nada que la distrajera. Mia era una joven aplicada, jamás llevó una mala nota a su casa y era, sin exagerar, la favorita de los profesores. No representaba una molestia para nadie, solía ser muy dulce con todos sus compañeros, incluso con los que se comportaban mal con ella. Pero en matemáticas era un desastre. Sus notas no eran las mejores de la clase. De hecho, las de Julia sí lo eran. Y admiraba su capacidad de sacarse buenas notas sin siquiera prestar atención, nada similar a Mia.

Alguien golpeó la puerta y el profesor resopló . La mujer, de estatura baja, bien vestida y con varias arrugas en su rostro maquillado, abrió la puerta y caminó hasta su profesor. Intercambiaron palabras y luego el hombre alzó la vista hacia Mia.

- Mia, hay alguien en la preceptoría que quiere hablar contigo-anunció. Ella frunció el ceño, confusa, no imaginaba quién podía ser. Solo rezaba que no fuera su madre-. Ve y vuelve rápido.

Ella asintió y se levantó de su asiento, caminó por el pasillo que formaban los pupitres. Salió por la puerta que la mujer había dejado abierta y se dirigió hasta el lugar indicado. Sus piernas empezaron a temblar, parecía que si daba un paso más se caería allí mismo por lo débil que se sentía. El miedo se estaba apoderando de su cuerpo, quería aferrarse a la idea de que no era su madre la que la estaba esperando, no quería imaginarse la forma en la que iba a tratarla si era ella. Hace varios días, los padres de Julia quisieron hablar con los de Mia; ella se negó. Le daba vergüenza. Ellos no debían arreglar ningún problema de la joven, al menos eso era lo que ella creía. Aunque lo que Mia pensara no representó un impedimento para que ellos hicieran lo que creían adecuado. Fueron cuando Mia y sus hijos estaban en el instituto. Cuando llegaron a casa, se encontraron con una sorpresa; tanto su ropa como sus cosas, estaban en el salón de su casa. Y solo dijeron «- Supongo que ahora serás parte de nuestra familia». Repitió tantas veces aquella palabra, "familia". Le sonaba tan ajena que creía no ser merecedora de formar parte de la suya. Se sentía una intrusa. Pero era mejor sentirse así antes de tener miedo otra vez. Y ahora lo estaba sintiendo, aún más cuando el pasillo estaba llegando a su fin y solo le quedaba una puerta que atravesar. «No debería sentir miedo contigo. Pero sin embargo lo hago, mira como me has lastimado».

Abrió la puerta. No quiso darle más vueltas al asunto. El temblor no se fue pero sus mejillas ahora estaban rosadas por su presencia. Pensó en que si tenía que avanzar, lo hizo, dudosa. ¿Qué hacía aquí? Él le sonrió y deseo hacerla reír, llevaba días queriendo escuchar su voz, la melodía de su risa. Pero debía contenerse, había dicho que era su primo y que tenía algo que decirle, algo que no podía esperar.

- Por qué estás aquí?-preguntó Mia, tan por lo bajo que apenas lo escucho.

- Porque quería verte-respondió sin descaro.

Rubén no podía comprender el porqué de la ausencia de su timidez. Él solía ser un joven extremadamente tímido, al menos hasta que entrara en confianza. Pero con Mia fue distinto. Tal vez porque el día en el que se conocieron, él estaba desesperado por tener una conversación divertida y no tan monótona como lo era con su familia. Y ella le agradaba. Deseaba su amistad.

- Podías haberme llamado...-dijo Mia algo vergonzosa.

- Si. Si tan solo tuviera tu número...-soltó una risa.

Mia colocó la palma de su mano sobre los labios de Rubén, acallando su sonora risa.

- Calla-dijo con una sonrisa de lado a lado.

Quitó su mano con cuidado y miró a todos lados, expectante de no haber llamado la atención de nadie. Rubén le sonrió. La observó, intentando retener aquella imagen puesto que hoy encontraba bastante guapa a Mia. Vestía con su uniforme del colegio, llevaba una camisa blanca arremangada, una corbata con un nudo algo suelto del mismo tono gris de su pollera tableada y sus zapatos negros reducían de limpios. Se tomó su tiempo en intentar buscar alguna que otra imperfección en el rostro de Mia, pero era en vano, solo habían ojeras que no deseó tapar con maquillaje. Pero ajeno a ello, no había absolutamente nada que no le permitiera pensar que la joven Mia era bonita. Intentó alejar aquello de su mente, obligándose a no pensar así de ella y notó que la sonrisa se le estaba borrando de su rostro.

Hell (r.d) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora