Norma Jensen

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(Por: Chloe)


—Entonces...¿no vives constantemente preocupado por el peligro de diabetes que corres comiendo helado en esas cantidades?

Señalo con mi cuchara la montaña que Lucas tiene frente a él y consigo hacerlo reír. Extrañamente, él parece nervioso ante la pregunta.

Genial, ahora tengo curiosidad.

—Nunca como tanto helado —murmura—. Supongo que necesito energías para la fiesta.

—¿No dijiste que Marcos te ha prohibido ir a la fiesta?

—Oh, es verdad. Por un segundo lo olvidé.

No soy un gato, pero la curiosidad me está matando.

—Bueno, si quieres ir siempre puedes rebelarte contra el sistema. Sé de una buena fuente que habrá antifaces para ocultar a todos —bromeo, intentando sacar la duda de mi cabeza.

—No importa. Habrá muchas fiestas...no creo que haya muchos otros milagros donde Chloe Jensen me acepta un helado.

La forma en la que pronuncia mi nombre me da escalofríos. Y no de los buenos.

—No me digas así —intento que salga en un tono enojado, pero consigo un desastroso tinte apagado.

Él realmente deja de comer su helado y lo hace a un lado para poder mirarme sin interferencias.

—¿Por qué? ¿No te gusta tu nombre?

—Es un nombre bonito —replico. Él asiente, de acuerdo—. Pero odio la forma en la que lo dijiste hace un momento.

—¿Porque solo tus padres te llaman así cuando están molestos contigo? —Sugiere él, intentando bromear para relajar el ambiente.

No sé cómo explicarlo y el silencio se extiende ante nosotros. Lucas parece estarse devanando los sesos para encontrar la razón sin que se lo diga. Finalmente, hace la cosa más inesperada: se pone de pie, va al mostrador de la heladería y conversa un rato con el encargado. No me doy cuenta de lo que intenta hacer hasta que vuelve.

Lleva dos recipientes y empieza a llenarlos con el helado que todavía no hemos comido. Luego me indica la salida con un gesto de su cabeza.

—Vamos, este lugar es demasiado rosa para hablar de la vida.

Aunque me gusta mucho el rosa, tengo que admitir que tiene razón. Hay demasiada gente, demasiado ruido, y demasiada modernidad. Nunca pensé que empezaría a admirar la superficialidad que respira una tienda de helados pero Lucas lo hace demasiado fácil.

No me dice a dónde vamos, solo me da indicaciones mientras intenta que los helados no arruinen los asientos de mi auto. Es el primer chico que se sube y no empieza a alardear automáticamente de sus conocimientos sobre el motor o en cuántos segundos pasa de 0 a 100 km/h, aunque me pregunto si lo hubiera hecho de haberme traído uno de los Aston Martin de mi padre.

Finalmente llegamos a lo que parece...¿un museo?

El letrero no está iluminado y a la distancia no logro leer qué dice.

Estaciono con cuidado y lo miro intrigada, pero él tiene una sonrisa que me dice que va a quedarse callado. Está jugando conmigo, así que tomo mi helado y empezamos a caminar. Sin embargo, Lucas se desvía de la puerta principal y me lleva a una caseta que ni siquiera había notado, en un extremo de la calle.

Camina al INFIERNO en mis zapatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora