Hogar, dulce hogar

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(Por: Christopher)

Mi casa está tan silenciosa como siempre. Mientras me sirvo el almuerzo, sigue en calma. Termino de comer, lavo los platos, enciendo la computadora....todavía no hay ruido. 

Sin poder soportar la tensión otro segundo, bajo las escaleras a toda velocidad y me dirijo al estudio de mis padres. 

Toco innecesariamente la puerta, pues sé que ninguno se encuentra allí. 

Admiro por un segundo la brillante biblioteca familiar y me acerco al escritorio con cautela. 

Sí, allí está la hoja con el permiso de la escuela, aplastada bajo el pisapapeles hecho con una piedra que le regalé a papá cuando tenía seis años. 

Mi cabeza intenta recordar si está en la misma posición en la que la dejé, si a través de la primera hoja puedo ver la firma de mi padre, o si hay alguna marca de dedos en sus bordes. Sin embargo, tengo que tomarla para saber la verdad, que es la misma de siempre: todavía no la han firmado.

Marco el número que tengo listo en el celular desde que bajé y una dulce voz contesta:

—Oficina del doctor....

—Soy yo.

—¡Hola, Chris!

Claudia lleva siendo la secretaria personal de papá desde hace diez años por lo menos y siempre está emocionada de hablar conmigo, como si supiera que lo necesito, pero esta vez no estoy de humor.

—¿Podrías pasarle un mensaje a papá? 

—Sí, clar...

—Dile que necesito esa autorización del colegio firmada, por favor —la interrumpo—. Lleva dos días sobre el escritorio de su estudio y es urgente.

—Anotado —responde ella, captando en un segundo que no quiero una larga charla sobre cómo va el colegio—. Buenas tardes.

—Gracias, Claudia.

Cuelgo y llamo a la única persona con la que puedo hablar para que me recuerde que mi vida vale la pena.

—Oye, Adrian, ¿estás libre para una partida?

—No, estoy en casa de Bruno Montt, aprendiendo a tomar cerveza —intenta bromear él, luego baja la voz—. Oye, preguntaré si puedes venir, me estoy aburriendo como mierda.

Antes de que consiga replicar que no importa, lo escucho preguntar.

—Todo en orden —me dice después de unos segundos—. Apunta la dirección.

Tomo nota de las referencias y hago lo demás en modo automático. Saco el auto del estacionamiento, conduzco hasta la casa de Bruno, toco el timbre y solo cambio a modo manual cuando mi mejor amigo abre la puerta. 

Él me guía en silencio a través de una casa dos veces más grande que la mía hasta una sala donde Bruno Montt y Sergio Banks juegan un videojuego de guerra que no reconozco.

—Llevan allí toda la tarde —susurra Adrian mientras Sergio increpa a su mejor amigo porque casi lo matan por su culpa—. Parece que no hacen otra cosa. 

—¿Te aburriste con videojuegos? —Pregunto con incredulidad.

Adrian se encoge de hombros y yo decido llevar esto a algún lado.

—Hola —saludo sin mucho entusiasmo—. ¿Cómo les va?

Ninguno responde.

—¿Hola? —Pregunto un poco más alto.

Camina al INFIERNO en mis zapatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora