Primera parte : La rata

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MIÉRCOLES. OCTUBRE 14

Ésta es la definición de la ley: algo que puede ser violado.

GILBERT K.CHESTERTON



MI NOMBRE ES ANTÓN CASTÁN. En realidad, me llamo Antonio Castán. Pero en la escuela, siendo muy niño, por una concesión cordial, mis compañeros decidieron despojar la palabra de las dos últimas letras. Letras inútiles, desde entonces yo mismo me encargué de echarles encima la tierra del olvido. Esta mutilación verbal, lejos de deformar mi personalidad, la ha definido y completado. Antón me caracteriza civilmente, puesto que conserva en esencia mi verdadero nombre. Por otro lado, Antón idealiza un poco la vulgaridad de Antonio. Antonio es nombre de patricio o de santo, y yo no tengo nada de lo uno ni de lo otro. Antón se aproxima más a mis auténticas disposiciones, puesto que es nombre de revolucionario o de prisionero. Siendo la forma aceptada y común de mi identificación legal, es a la vez mi título de guerra. Llamarse Antón es como llevar en la vida una bandera. Antonio es nombre para inscribirse en el censo nacional. Es nombre de estadística tributaria y de catastro urbano. Por el contrario, Antón es un nombre de letras, como se decía antiguamente para calificar lo que implicaba una actividad intelectual. Antón sería un buen seudónimo para escribir versos o novelas. Un día, Mister Alba me dijo: —Antonio es nombre de decadentes cadencias latinas. Antón es nombre de mística precisión eslava. Hizo usted bien en cambiarse el nombre. En esta cárcel, como en la historia de Roma, todos los héroes se llaman Antonio. No siendo yo latino, sino latinizado a la fuerza, por asimilación accidental, Antón me sirve para desatarme una cadena. La voz, aguda como una orden militar, es a la vez mi gracia y mi apodo. Esta dualidad me desvincula de las limitaciones espirituales de una raza y de un pueblo y me convierte en lo que efectivamente quiero ser: una parte insignificante pero sustancial de la humanidad. He mencionado las cadenas. De cadenas va a hablarse mucho en este libro. Tal vez ése sea el secreto de mi complacencia con la decisión infantil que me bautizó en aquella forma. Antonio fue el nombre que me impuso la ley de una larga tradición familiar, cultural y religiosa, ineludible e impositiva. Antón es el nombre con que yo violo esa ley. Antón fue el nombre que me dio la amistad, es decir, la libertad. Antón es el único modo que me queda de ser libre. Cuando yo era lo que se llama un hombre libre, todo esto me importaba muy poco. Bajo el régimen de la elección individual da lo mismo llamarse de cualquier modo. En esas condiciones está permitido hasta el lujo bastardo y hermoso de carecer de nombre y apellido. Basta entonces con saber que uno es un ser humano. En la cárcel, al tocarme el cuerpo y esculcarme el alma, encuentro sólo la protuberancia remanente de mi nombre, y eso ya es un consuelo. La cárcel me ha despojado de todo, menos de una convicción que sobrevive aún en el seno de mi conciencia, y es que todavía puedo parecerme a un hombre libre. A pesar del número conque aquí me han marcado, me queda todavía una tabla de salvación, puesto que me queda el refugio íntimo de mi nombre, para conservar la certidumbre de que sigo perteneciendo al género humano.









Jesús Zárate LA CÁRCELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora