¿Adonde iríamos a parar, si enseguida em-
pezáramos a hablar de nuestra inocencia?
FRANZ KAFKA
NO SÉ POR QUÉ me he decidido a empezar este libro. Con toda sencillez, sin un propósito literario concreto, como quien abre la llave del agua corriente, ayer resulté escribiéndolo. Ayer cumplí tres años en la cárcel. Quizás el hito sombrío del aniversario explique el impulso inconsciente que me llevó a emprender esta tarea. Ahora, ya no puedo abandonarla. El río de mi voz ya no puede dejar de correr. Dispongo de un lápiz y de algunas hojas de papel que me regaló David. El mayor problema lo ofrece la dificultad de sacarle punta al lápiz. Para ello he de valerme de un guardián que no muestra muy buena disposición de colaborar. Tendré que circunscribir mi inspiración al ámbito de la bondad o del capricho del guardián. En la cárcel, el genio depende un poco de la punta de un lápiz. La inquietud de escribir algo me acosaba desde hacía varias semanas, aunque no lograba decidirme sobre el medio que debía adoptar para consignar mis pensamientos y ordenar mis experiencias y recuerdos. El verso exige un don de profecía cósmica del que yo carezco. La novela es un espejo en un camino, como dijo Stendhal, y en la cárcel no hay espejo ni camino. El teatro sería más adecuado, pero el teatro imita tan mal la realidad, que el teatro me da siempre más miedo que la vida. Las memorias son una venganza de los estadistas en decadencia o una coquetería de relaciones públicas de las damas galantes. El ensayo es filosofía periodística, algo así como decir religión irreligiosa. No me quedaba más recurso que el diario. Y no me arrepiento. A pesar de estar desacreditado también, el diario es el instrumento de expresión más honesto, porque es el único que desde el principio se sabe que no es sincero. No pretende adivinar, como el verso, ni colabora en la locura, como la novela, ni aspira a suplantar la verdad, como el teatro, ni se maquilla el rostro, como las memorias, ni posa de pedante, como el ensayo. Participa, sin embargo, de los ingredientes de todos esos estilos, los buenos y los malos, aunque bien dosificados. Entre todos ellos, el diario es la manera más inofensiva de mentir. Además, siendo la cárcel tan verdadera y tan falsa como la misma literatura, el diario es por excelencia un género literario para presos. No es muy exigente que digamos. No impone pensar, sino llenar con palabras la soledad y el silencio. No obliga a correr, como el periodismo: pensar en correr, en la cárcel, no deja de ser una ironía. El diario es también un instrumento cómodo para los ignorantes. El diario puede ser la cámara de una cinematografía popular, el apunte cotidiano de un tendero, el cuadro instantáneo de un fotógrafo ambulante, la pubertad lírica de una muchacha, la contabilidad incisiva de un muerto de hambre. Será tan fácil que hasta hombres que no han estado presos han escrito diarios. Se me ha agotado la punta del lápiz. El guardián está lejos y, como es tarde, no puedo gritar para llamarlo. Mister Alba se ha quitado la camisa. Se prepara para dormir. Sin camisa, no sé por qué, se hace más notoria en su rostro la falta de un ojo. Su barriga muestra un brillante tatuaje que imita a la perfección la cuchilla de una navaja barbera. Dos o tres olas de gordura ondulante esconden o muestran el tatuaje según la voluntad respiratoria de Mister Alba. Es un tatuaje bien expresivo en un preso que no es un asesino. Siempre me ha llamado la atención este tatuaje estomacal, cuando, por lo común, el pecho y los brazos son el campo preferido para esta suerte de paleografía epidérmica. Al verme titubeando con el lápiz sobre el papel, Mister Alba se lleva la mano al tatuaje. Ante mis ojos ocurre entonces algo que no puedo creer. Como quien se quita las gafas, Mister Alba se despoja del tatuaje, y pone en mis manos la cuchilla de una navaja barbera, sin cierre y sin cabo, pero con un ribete de plástico en el filo. Es una cuchilla real. Tan real que antes parecía un tatuaje. Miro sucesivamente la navaja y los ojos de Mister Alba. Me doy cuenta de que, efectivamente, lo que Mister Alba me acaba de revelar no es un dibujo chino en la piel, sino una incisión en forma de cuchilla, una repisa en la carne, en la cual se coloca el arma, que adquiere entonces todo el aspecto de un tatuaje. Es una obra perfecta de incrustación del metal en el cuerpo humano. Con una muela, un dentista no haría una obra de arte semejante. —Me lo hicieron en Panamá—explica Mister Alba—. Después le diré cuál es el procedimiento. Y sonríe orgulloso cuando yo empiezo a sacarle punta al lápiz. Le hablo en voz baja. —Es raro que no lo hayan descubierto. —Ni lo descubrirán mientras no me toquen —contesta Mister Alba—. Un policía le toca todo a un preso. Todo menos el vientre. La ley sólo le toca el vientre a las mujeres.
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Jesús Zárate LA CÁRCEL
Misterio / SuspensoLa acción de la novela galardonada con el Premio Planeta 1972 transcurre íntegramente en una cárcel colombiana, en la que el protagonista, Antonio Castán, se encuentra acusado de un crimen que no ha cometido. Para ocupar su tiempo empieza a llevar u...