DOMINGO. NOVIEMBRE 15

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    También yo, pertenezco a estos presidiarios y a estas

prostitutas.

WALT WHITMAN


LAS MEDIDAS HUMANITARIAS y sanitarias recomendadas por el nuevo director de la cárcel se empiezan a aplicar de prisa. Desde hoy deberemos bañarnos dos veces a la semana, los miércoles y los sábados, obligatoria y colectivamente. Pero también podremos bañarnos otros días si hacemos para el efecto solicitudes individuales.

Desde hoy tendremos también tres horas de aire libre al día. Para evitar aglomeraciones peligrosas, como las que provocaron el último motín, habrá en lo sucesivo tres turnos diarios para salir al patio.Anosotros nos tocará el primer turno de la mañana, que empieza a las ocho. A las ocho salimos juntos con todos los presos de la sección donde se encuentra nuestra celda. Nos llevan por el pasillo, en fila india. Cada preso lleva una toalla y una barra de jabón. Aunque hace frío, los prisioneros van vestidos solamente con pantalones. En el pasillo, la larga fila de torsos desnudos tirita bajo el frío.

En el patio, el sol de la mañana cae sobre el lugar donde se ha improvisado la ducha. Al iniciarse el motín, los presos enfurecidos destruyeron las enramadas donde antes estaban instalados los baños de la cárcel.

La nueva instalación se reduce a una manguera de jardinería conectada a una llave del patio interior, y atada a un poste. El cabo de la manguera lanza el chorro de agua sobre un tablado. Desnudos, los prisioneros tienen que pasar uno a uno bajo el chorro y bañarse y jabonarse a la vista de todos.

Esto provoca las protestas de Mister Alba.

—Nunca creí que cayéramos tan bajo—dice Mister Alba.

—La culpa es de los presos, por haber demolido las enramadas de los baños.

—De todos modos, esto es una humillación inconcebible.

—¿Preferiría no bañarse?

—Me gusta bañarme. Pero bañarme solo, o bien acompañado. Esto de hacerlo en público, ante este cortejo de rufianes, le quita el encanto al ejercicio de bañarse.

—Nosotros somos parte del cortejo de rufianes. Además, nadie se va a fijar en usted.

—No es cuestión de que los demás se fijen o no se fijen. Es cuestión de que me siento incómodo.

—Peor era el baño en los tiempos de Dostoievski—afirmo. Empiezo a hablarle a Mister Alba de los baños de Dostoievski. En su libro más conocido, La casa de los muertos, Dostoievski describe el baño de la cárcel. Es una escena dantesca, llena de vapores deletéreos y de increíbles humores de descomposición. De esta escena del baño el lector sale con el alma sucia. Le hablo a Mister Alba de esa escena y él se muestra muy interesado.

Ya nos va llegando el turno del baño. Al aproximarse a la manguera, los presos que van delante de nosotros se quitan los pantalones y los dejan en el suelo. Luego avanzan bajo la ducha, brincan, cantan, se jabonan, chorreando júbilo bajo la caricia del agua fría. Salen felices, secándose y regresan a recuperar los pantalones.

Cerca del chorro hay un guardián que hace de maestro de ceremonias del baño. Señalando el camino que debe seguirse, no cesa de repetir:

—No empujen, caballeros. No empujen. Hay agua para todos, caballeros.

Nos llama caballeros como la cosa más natural del mundo. Sin duda, su modo de calificarnos produce sus efectos. Por lo menos por un momento, al oírse llamar caballeros, los reclusos dejan de empujar y de decir palabras soeces.

Jesús Zárate LA CÁRCELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora