MARTES. NOVIEMBRE 24

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Cuando un hombre dispara sobre otro, dispara sobre sí

mismo: no existen asesinos en el mundo.

CURZIO MALAPARTE


—EL DEFENSOR TIENE LA PALABRA —dice el Honorable Gordo Tudela después de tomarle juramento a David.

David parece nervioso, como si tuviera al frente una audiencia pública. Empieza a hablar en voz baja:

—No debiera ocuparme de la acusación, sencillamente porque aquí no ha habido acusación. Pero el respeto que me inspira la cárcel y la necesidad que tengo de desagraviarla me obligan a examinar una auna las falacias de Mister Alba. No tengo más remedio. Voy a meterme en el pantano. Voy a destruir el rompecabezas de variados colores con que ha querido deslumhrarnos Mister Alba. Lo haré de un manotón, como el niño que tira al suelo las piezas revueltas de un juego de dominó. David habla sin parar. Ahora no lo miro. Me siento tranquilo, casi libre. Su voz me ampara del temor a lo desconocido.

—Mister Alba nos ha mostrado los cinco rostros de la verdad. Pero cuando la verdad muestra cinco rostros es que ya no se siente segura de ser la verdad. Decir que Antón mató para limpiarse del cuerpo el olor de la inocencia es ensuciar el cuerpo de la inocencia con una increíble perversidad. Decir que mató porque lo corrompió la cárcel es calumniar a la cárcel. Decir que mató para poder dormir es una fábula rusa: eso lo leyó Mister Alba en un libro de Chéjov que yo le presté recientemente. Decir que mató por inspiración del maestro Vargas Vila es sostener que el crimen lo cometió el único discípulo que aquí tiene Vargas Vila, es decir, el mismo Mister Alba. Decir que mató para poder darle un aire de tragedia al segundo acto del drama es no conocer esta celda. Desde que Mister Alba entró en ella, esta celda ya no necesita más tragedia. En este punto la voz de David, aunque todavía baja, es mucho más enérgica:

—Con el mismo criterio de acuñar verdades con el metal de la mentira, yo podría presentar también otros aspectos del asunto, que Mister Alba omitió. Podría probar, por ejemplo, que Leloya no ha muerto, aunque lo hayan enterrado, puesto que sus obras, es decir, sus crímenes, están vivos. Podría decir que no lo mató Antón, sino el propio Mister Alba, o sea quien lo citó al sitio donde encontró la muerte. Podría demostrar que a Leloya no lo mató el brazo de carne de Antón, sino la pierna de palo de Óscar. Podría decir que el crimen tiene antecedentes temporales trasmigratorios y afirmar que al matar, Antón cumplió con una predestinación que le llega de los más hondos compromisos de una antigua encarnación. El Honorable señor juez le dijo a las damas católicas que Leloya se suicidó. Sin descartar esta hipótesis, no sería difícil poner en claro que en Leloya no murió Leloya, sino el mismo Antón Castán, También podría apelar a un recurso puramente dramático, probando que Antón mató porque ama la publicidad de la justicia, es decir, que mató para poder ser juzgado. Por otro camino, estaría capacitado para mostrar que mató por compasión humanitaria: mató para salvar a Leloya del horror de ser víctima de una guerra atómica. Finalmente, no me sería difícil poner en evidencia que al matar a Leloya, Antón se puso a salvo de que Leloya lo matara a él: es posible que Leloya se hiciera nombrar director de la cárcel para borrar con un nuevo delito las huellas de una antigua infamia contra Antón. Traspira tanto, que la tela húmeda de la camisa se le pega a las costillas, destacando la sombra de los huesos, como en una radiografía borrosa.

—Para un jurado real, la exposición y el desarrollo de cualquiera de esas versiones sería un triunfo de la ciencia penal. Pero aquí no se trata de darle vida a los espectros. Aquí no se trata de hacer con las leyes una exhibición de juegos malabares. En este jurado fantasma, yo sólo le puedo dar crédito al hombre. Ahora David habla con ardor. Bajo el golpe de su voz, el ojo apagado de Mister Alba parece una cuenca de ceniza.

Jesús Zárate LA CÁRCELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora