JUEVES. OCTUBRE 22

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La libertad es la prisión del hombre libre.

LAWRENCE DURRELL


EL GUARDIÁN ME HA TRAIDO los lápices y el papel. Podré escribir desde ahora no sólo sin limitaciones, sino también con comodidad. Al pedido, el guardián ha añadido de su iniciativa un sacapuntas de bolsillo. Al agradecerle este servicio, le pregunto cuánto le debo. Él me dice: —Cuando supieron que era para un preso no quisieron cobrarme. —¿A quién debo agradecérselo? —Es un regalo para la cárcel. Es un regalo de la libertad. El guardián llama cárcel a la cárcel. Al resto del mundo lo llama libertad. Cuando el guardián se marcha, nos quedamos discutiendo sobre la libertad. Cada uno de nosotros se ha formado un concepto caprichoso de la libertad, hecha a la medida de las propias inclinaciones o conveniencias personales. En la cárcel, cada uno de nosotros se bebe con distintos labios la tisana mágica de la libertad. Para Braulio Coral, el vagabundo que pinta paredes, la libertad consiste en una brocha gorda. Para Mister Alba, el aventurero que colecciona tarjetas postales, la libertad se reduce a un pasaporte internacional. Para David Fresno, el estudiante bohemio que paró en la cárcel por suplantar a un pariente en una operación bancaria fraudulenta, la libertad es una chequera falsa. Para mí, que soy escritor, pero que, sobre todo, soy inocente, la libertad es otra cosa. Para cada hombre, la libertad significa algo distinto. Huyendo de la humillación de la servidumbre, el hombre busca la libertad, la persigue, la alcanza, la disfruta, la comprende. El drama empieza cuando hay dos hombres, porque dos hombres ya no pueden ponerse de acuerdo para hablar de ella. La libertad es un enigma al alcance de la mano. Sobre este asunto, Mister Alba nos hace una exhibición pirotécnica de conocimientos humanísticos. —A fuerza de oír hablar de ella, a veces pienso que la libertad no existe. Cervantes indicaba que la libertad es el camino. Hegel pensaba que la libertad es la elección. Nietzsche proclamaba que la libertad es la jerarquía. Clemenceau arengaba que la libertad es el deber. Unamuno conjeturaba que la libertad es el azar. Yo creo que, teniendo razón, ninguno de ellos tenía toda la razón. En esta celda yo he hecho el gran descubrimiento: la libertad es la cárcel. Mister Alba calla y por un momento la celda se llena con la cálida presencia de la libertad. Al principio, la libertad de la celda es como un ruido delirante: un ruido olvidado por nuestro corazón, que parece venir de muy lejos. Luego toma la forma de un viento inesperado cuya caricia nos arrebata y purifica. Por fin la libertad estalla y nos deslumhra, como si entre nuestras manos acabara de caer una bola de sol. Nuestros ojos, agobiados de temor y bajeza y oscuridad, quedan por un momento ciegos de libertad. Entonces la libertad, ruido, aire y luz de prisioneros, empieza a palpitar en nuestra sangre. Mister Alba tiene razón. La libertad está con nosotros.

 A fin de rebajar un poco el derroche de erudición de Mister Alba yo me permito observar: —Para Epicteto, que era un filósofo, la libertad era la sabiduría. Para Freud, que era un soñador, la libertad era el sueño. Para D'Annunzio, que era un poeta, la libertad era la victoria. Así podrían citarse interminablemente, pensamiento sobre pensamiento, hasta el pensamiento infinito, las contradictorias reacciones de todos los hombres enfrente de la libertad. De este modo, la libertad es como la escalera eléctrica que, paso a paso, nunca pasa, porque nunca deja de pasar. Callo, pero no dejo de pensar en la libertad. La suma total de todas estas preferencias aisladas, la exactitud acumulada de todas estas definiciones divergentes que, sin embargo, de algún modo se iluminan y complementan entre sí, me llevan a una conclusión estremecedora: la libertad no es nada, porque la libertad lo es todo. En otras palabras, la libertad es la vida. Pero también puede ser la muerte. Diógenes el cínico predicaba que la libertad es la muerte.


Jesús Zárate LA CÁRCELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora