MARTES. OCTUBRE 27

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Yo no soy libre sino cuando me siento libre.

PAUL VALÉRY


H A PASADO LA MAÑANA sin que la fiebre de Braulio se repita.

—Todo se debe a sus aspirinas—le digo a Mister Alba.

—No eran aspirinas—responde él.

—¿Qué era entonces?

—Cocaína en pastillas. Es lo mejor para el paludismo.

—¿Quién diablos le ha dicho que Braulio tiene paludismo?

—Da lo mismo. De todos modos, se curó con las pastillas, que tampoco

eran de cocaína.

El guardián le anuncia a Braulio que el juez lo espera inmediatamente.

Al salir, el guardián lo detiene y le esposa las manos.

—¿Por qué le pone esposas?—chilla Mister Alba.

—Son las órdenes que tengo.

—Eso es una provocación—dice Mister Alba, por decir algo.

—Supongo que es apenas una medida de precaución —dice el

guardián—. La cárcel está llena. Presos. Más presos. Hay mil presos en

una cárcel construida para cuatrocientos. Se habla ya de protestas y

motines.

Cuando se marcha, con las manos maniatadas, Mister Alba y David

empiezan a discutir.

—Yo no había visto estos atropellos en ninguna parte—opina Mister

Alba.

—Yo sí—alega David—. Para eso es la cárcel. A propósito, Mister

Alba: ¿cómo son las cárceles en Panamá? .

—De Panamá sólo conozco el canal, donde trabajé tres años. Allá dejé

de ser el señor Alba, y me convertí en Mister Alba. Fue allá donde aprendí

el inglés.

—Debiera reconocer que fue allá donde olvidó el español.

Para cambiar de tema, Mister Alba vuelve a referirse a Braulio

—Yo no creo que ese pobre diablo sea bigamo—afirma.

—No hable mal de Braulio, tuerto. Al fin y al cabo es su amigo.

Mister Alba se enfurece cuando David lo llama tuerto. Sin embargo,

hoy no da muestras de querer protestar.

—Es mi amigo, es cierto. Pero ha de saber usted que yo sólo hablo

mal de los amigos. De los enemigos prefiero no hablar.

—¿Por prudencia?

—No. Por miedo.

—¿Es usted cobarde, Mister Alba?

—Padezco la "fiebre de gamo", que era como llamaba Teodoro

Roosevelt al afán de correr. Me hice un tratamiento para la cobardía,

pero no me curé. Fue en el Amazonas. Para afianzar el valor, y marchar

a la paz, que es como ellos llaman la guerra, los indios tolabos comen

queso de leche de perra. Yo comí esa porquería, pero francamente,

después de probarla, quedé peor que antes. Creo que me engañaron.

Creo que lo que me dieron fue clara de huevo de paloma.

—¿Por qué dice usted que Braulio no es bigamo?—pregunté yo.

—Por la edad-—contesta Mister Alba.

—¿Por la edad?

—Sí. Braulio tiene la edad de los hombres que sólo pueden permitirse el lujo de ser fieles.

—Expliqúese—reclama David.

—Quiero decir que la bigamia no es un deporte para viejos. Y Braulio ya está viejo. Mis contemporáneos empiezan a envejecer.

Antes que le hagamos notar que Braulio es mucho más joven que él, y como para corroborar la idea de que a pesar de sus contemporáneos él permanece joven, Mister Alba empieza a desmontar, pieza por pieza, el complicado mecanismo externo de su individualidad.

Se quita el saco, se quita la camisa, se quita la camiseta. Luego abre la funda de pellejo donde tiene el tatuaje y se lo quita también.

Pone todo sobre la cama, menos el tatuaje. En efecto, deposita la cuchilla barbera en mis manos.

Al quedar desnudo de la cintura para arriba, Mister Alba se dedica a hacer gimnasia. Yo lo miro y me siento conmovido al pensar en todo lo que este hombre ingenioso y mentiroso significa para los habitantes de la celda. Miro también a David, quien debe de estar pensando algo parecido. Muchas veces, él y yo sorprendemos en nuestros ojos esa lumbre furtiva que, sin palabras, compromete a dos hombres en un mismo secreto.

—¿Qué sería de la libertad sin la cárcel?—dice David.

—¿Qué sería de la cárcel sin la libertad?—apunto yo.

Mister Alba interrumpe sus ejercicios calisténicos. Respira, listo para intervenir, e interviene.

—Lo malo es que la cárcel está aquí y la libertad está afuera.

—No, Mister Alba—dice David—. Yo no puedo aceptar que yo esté

preso y que mi libertad ande suelta.

Mister Alba no se da por vencido.

—El maestro Vargas Vila decía que se encadena el lebrel, pero no el

aullido. Y yo digo que al tigre, cuando lo encierran, no lo encierran en la

jaula con el paisaje que le sirve para matar.

—Eso quiere decir que para usted la libertad es un accidente del

terreno—dice David.

Yo acudo en su auxilio:

—Lo que dice David es verdad. ¿Cómo se puede separar la libertad de mí? Yo estoy en la cárcel, pero mi libertad no me abandolea.

Mi cuerpo y mi alma constituyen mi libertad y el conjunto de los dos está

conmigo.

Después de siete extenuantes minutos de gimnasia, de los cuales

pasó cuatro conversando, Mister Alba descansa. Con mucha calma

empieza a armar de nuevo el rompecabezas artificioso de su figura

exterior. Lo primero que hace es enchufar el tatuaje en el estuche de

su panza.


Jesús Zárate LA CÁRCELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora