–Como sabrás, se está construyendo una barca.
Kira asintió. Acababa de conseguir que los niños se durmieran. Tenían vitalidad por arrobas. Ahora que Anabelle sabía andar, acompañaba a Matthew, su hermano de dos años, en la comisión de toda clase de trastadas. Por la noche, Kira estaba hecha polvo. Agarró su taza de té, dejó a un lado su bastón y se sentó al lado de Jonás, que parecía preocupado.
–Ya lo sé. Yo estaba presente cuando vino a por los libros, ¿recuerdas?
Jonás miró las paredes de la habitación, cubiertas de librerías de suelo a techo. Y eso no solo ocurría allí, sino en todas las habitaciones de la casa que compartía con su familia. Una de las cosas que trataban de enseñar a los pequeños era que no sacaran los libros de los estantes bajos. Para los críos eran muy tentadores, por los colores vivos. Jonás recordó que cuando el perro era un cachorrito había hecho igual, y una y otra vez habían encontrado esquinas masticadas en los volúmenes que ocupaban las baldas inferiores. Trasto ya había alcanzado la madurez, pesaba más de la cuenta y era perezoso, así que ya no necesitaba masticar. Dormía y roncaba sobre su manta casi todo el día. Ahora eran los pequeños quienes toqueteaban y mascaban todo.
–Siempre he sabido que pasaría algo así –comentó Jonás– desde niño ha querido conocer su pasado.
Kira asintió de nuevo.
–Es lógico que lo desee –señaló–. Será la próxima generación, los nacidos aquí, como nuestros hijos, los que no sentirán esa necesidad.
Ambos, como casi todos los vecinos, provenían de otro lugar, habían huido de algo, escapado de algún tipo de penurias. Jonás se levantó y miró por la ventana hacia la negrura de la noche. Kira reconoció aquella mirada. Su esposo siempre había sentido la necesidad de mirar hacia afuera, de encontrar respuestas para todo. Era lo primero en que se había fijado: en los penetrantes ojos azules y en que parecía ver más allá de lo evidente. En los primeros días que pasaron juntos, cuando Jonás era Líder, él había invocado esa visión para encontrar soluciones a los problemas. Pero los problemas disminuyeron, el pueblo prosperó y Jonás cedió el liderazgo a otros para llevar una vida más relajada con su familia.
Ahora el protector de los libros y del conocimiento: el erudito/bibliotecario. A él fue a quien Gabriel acudió no hacía mucho para buscar libros con diagramas e instrucciones que le permitieran construir un barco.
Jonás suspiró y dio la espalda a la negrura que envolvía el pueblo.
–Estoy preocupado por él –confesó.
Kira dejó a un lado la costura que se disponía a empezar, se acercó a su marido y le rodeó la cintura con los brazos. A continuación miró esos ojos graves y tan azules como los suyos.
–Lógico. Tú fuiste quien lo trajo aquí.
Hacía años que Jonás, poco más que un niño por aquel entonces, había traído a Gabriel –un crío de unos dos años sin pasado, un crío que se merecía un futuro– a este pueblo que los había recibido con los brazos abiertos sin hacer preguntas.
–Era muy pequeño y no tenía a nadie.
–Te tenía a ti.
–Yo no era un adulto. No podía sustituir a un padre; ni siquiera conocía el significado de esa palabra. La pareja que me crió lo hizo lo mejor que pudo, pero para ellos tan solo se trataba de un trabajo –Jonás suspiró al recordar a quienes llamaba padre y madre–. Una vez les pregunté si me querían.
–¿Y?
–No me entendieron –contestó Jonás, meneando la cabeza–. Dijeron que esa palabra no tenía sentido.
–Hicieron lo que pudieron –dijo Kira y, tras un momento, él asintió.
–Ahora Gabe es mayor de lo que era yo cuando lo traje aquí –reflexionó Jonás–, y más fuerte y más valiente.
–Y menos guapo –subrayó Kira. Extendió la mano sonriendo para acariciarle el pelo. En condiciones normales él le hubiera devuelto la sonrisa, pero su rostro seguía preocupado y su cabeza se hallaba en otra parte.
–Y estoy casi seguro de que tiene algún tipo de don.
Kira exhaló un suspiro. Sabía de qué estaba hablando. Ella y Jonás tenían dones. Aunque a veces resultaban emocionantes, aprender a utilizarlos bien y en el momento oportuno resultaba agotador.
–Lo que en realidad me preocupa es lo que pueda encontrar con su búsqueda –prosiguió Jonás–. Quiere una familia que no existe. Gabe era un... –Jonás frunció el ceño para encontrar la descripción adecuada–. Un producto manufacturado –concluyó–. Todos lo éramos.
Kira se sentó y permaneció en silencio. Era una descripción escalofriante. Por fin, pensativa, repuso:
–Todos procedemos de lugares difíciles.
–Pero tú tuviste una madre que te quería.
–Sí, hasta que se murió. Luego me quedé sola.
–Pero al menos la tuviste... ¿cuántos años?
–Casi quince.
–Una edad parecida a la de Gabe. Siente una terrible añoranza, pero no va a encontrar lo que nunca existió; sin embargo... –Jonás se levantó y se acercó a la ventana. Kira observó a su marido mientras este miraba la oscuridad. Más allá de él se distinguía la silueta de los árboles, movidos levemente por la brisa nocturna, contra un cielo sin estrellas.
–Sin embargo ¿qué? –preguntó al ver que él seguía callado.
–No estoy seguro. Siento que ahí fuera hay algo. Algo relacionado con Gabe.
–¿Algo peligroso? –inquirió Kira con aprensión–. Deberíamos advertírselo, si lo de fuera es peligroso.
–No –contestó Jonás, que aún parecía concentrado en algo que no estaba en aquella habitación–. No. Gabe no está en peligro. Ahora no. Pero hay una presencia. Parece benigna. Creo que... Creo que hay algo, alguien, buscándolo. ¿O esperándolo? ¿Alguien lo espera? ¿Lo vigila?
Lo que no le contó a Kira fue que sentía algo más, porque ni él mismo lo entendía, ni quería asustarla. Pero ahí fuera había otra cosa, algo impreciso que entreveía en los límites de la conciencia y que no guardaba verdadera relación con Gabe. No obstante, le resultaba vagamente familiar y tremendamente amenazador.
Hola, como se darán cuenta la esposa de Jonás es Kira, en el libro está traducido así, pero si concuerdan conmigo se trata de Nora, quien es el personaje principal del segundo libro. Quisiera que me digan con cuál de los nombres la menciono en los siguientes capítulos. Por cierto, solo quedan 11 :)
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