Capítulo 15

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Clara miró de pronto a sus compañeros de trabajo durante el desayuno. Desde que llegó a la Piscifactoría un año antes se había sentido diferente. Ellos no parecieron notarlo. Eran amistosos y la incluían en sus salidas. Por otra parte, a todos les gustaba Dimitri, el director que nunca se aprovechaba de su autoridad para comportarse con arrogancia. Incluso podían tomarle el pelo por su larga espera de una cónyuge.

Pero los jóvenes como Clara hacían bromas, a veces un tanto despectivas, sobre los trabajadores de más edad: que si eran demasiado metódicos y ordenados, que si se iban corriendo a casa al acabar el trabajo como si tuvieran miedo de sus cónyuges...

En realidad, los jóvenes también eran empleados diligentes, pero a la juventud se le toleraba cierto desenfado. Se ponían en el borde de los estanques y bautizaban a los alevines con nombres tontos:

-¡Ahí está el Babas Tragaldabas! ¡Se está zampando otra vez toda la comida!

-¡Atención! ¡Que viene Machote Morrón!

Clara siempre sonreía al oírlos. Durante su estancia en la Unidad de Partos había visto que las Receptoras hacían igual: encontrar cosas sobre las que bromear, aunque no fuese más que por pasar el rato. Ella misma se había apuntado, había tomado parte, hasta el final.

Pero aquí se había sentido siempre más aislada. Distinta. Era difícil saber por qué.

Sin embargo, durante el desayuno, advirtió que algo no habían sabido valorar hasta ese momento. Mientras recogían sus bandejas, echaban sus arrugadas servilletas a la basura y se estiraban el uniforme para empezar otra jornada de trabajo, todos ellos hicieron rápidamente otra cosa que hacían siempre de forma rutinaria.

Tomar una pastilla.

Clara conocía esas pastillas. Su toma empezaba hacia los Doce, o antes. Los padres observaban a sus hijos para decidir cuándo había llegado la hora. A ella no la habían considerado preparada para tomarlas antes de la Ceremonia de los Doce. No le importó. Los amigos suyos que las tomaban, lo encontraban molesto. Después, como fue elegida Biomadre, su lista de instrucciones especificaba: No tomar pastillas.

Si estás tomándolas, déjalas de inmediato.

Si no has empezado a tomarlas, no empieces.

Las Biomadres tienen prohibido tomar pastillas.

Recordó que en aquel tiempo tal prohibición no le había parecido importante. A sus padres, sin embargo, les afectó un poco. Ellos las tomaban y su hermano Peter también.

-Te las había dejado aquí, preparadas, para cuando llegara el momento -leh había dicho su madre con una risa nerviosa-. Supongo que tendré que tirarlas.

-Devuélvelas, mejor - sugirió su padre.

Clara había preguntado a las demás Receptoras cuando se trasladó a la Unidas de Partos.

-¿Alguna tomaba ya las pastillas? -inquirió una vez en la cena.

Una se encogieron de hombros y contestaron que no, pero otras asintieron.

-Yo las dejé en cuanto me dieron las instrucciones -contestó única chica.

-Yo disminuí la dosis -explicó la otra.

-Supongo que nos las cambiaron por las vitaminas -sugirió Nadia, refiriéndose a las dosis cuidadosamente medidas de vitaminas que todas tomaban por las mañanas-. Seguro que las pastillas eran vitaminas de algún otro tipo que ya no necesitamos.

-No. La pastilla era algo muy distinto -contradijo Suzanne, la que había dicho que disminuyó la dosis.

-Tienes razón -convino Miriam-, las vitaminas no hacen que nos sintamos distintas pero las pastillas... -Tras dudarlo añadió-: El caso es que al tomarlas no parecían hacerte nada, pero al dejarlas, yo empecé a sentir... -Pareció incapaz de describir o que sentía.

-Yo me puse muy nerviosa -explicó Suzanne-, y, bueno, esto me da un poco de vergüenza y no sé muy bien como describirlo, pero empecé a ser consciente de mis propios sentimientos. No solo en mi cabeza, sino, bueno... físicamente.

La chica se sonrojó y soltó risitas nerviosas. Las otras, Clara incluida, también se avergonzaron, pese a la curiosidad. Normalmente, no se hablaba de sentimientos, de ningún tipo.

-Sí, eso es -convino Miriam-. Yo creo que ellos quieren que suframos ese cambio. Sin las pastillas, nuestro cuerpo estará preparado. Eso es lo que estamos experimentando.

-A mi casi me gusta. Antes nunca había deseado nada, pero ahora deseo el Producto. Me hace feliz sentirlo crecer -dijo Suzanne frotándose la barriga y sonriendo.

Las otras chicas se mostraron de acuerdo y se acariciaron los distendidos vientres.

-Es una sensación bonita.

-Después de parir, vuelves a tomar las pastillas, hasta que estás lista para la próxima vez -dijo Nancy, que por entonces ya había tenido tres Productos y estaba esperando la asignación de su nueva Tarea.

-¿Durante cuánto tiempo? -preguntó Clara-. Esta es mi primera vez, y nunca las he tomado.

-Ya las tomarás. Después de producir. Durante unos seis meses, quizá. Luego las dejarás y te prepararás para la próxima Producción. ¿Ves a Karen, esa de allí? -Nancy señaló a una joven de una mesa cercana-. Acaba de parir y ya las está tomando, pero dentro de unos meses deberá irse preparando para la segunda Producción.

-Es un aburrimiento -masculló Suzanne-, lo de estar entre partos y tomando pastillas. Aunque lo demás tampoco es muy divertido que digamos. Lo que pasa es que no te enteras.

Ahora, paseando la mirada por la cafetería, Clara advirtió que todos los empleados tomaban la pastilla matutina. Quizá por ese motivo su conversación era siempre alegre, superficial, básicamente inane. Parecían las Receptoras entre producciones... seres sin sentimientos. Al caer en la cuenta de que ella era la única que no tomaba una pastilla diaria, supuso que se trataba de un simple error. Su desastrosa experiencia y su consiguiente desertificación habían sido tan repentinas y sorprendentes que nadie en la Unidad de Partos se había acordado de suministrarle las pastillas ni de advertirle de que las tomara. Quizá cada enfermera dio por sentado que otra se lo había dicho.

Por eso sentía cosas. ¡Y era la única! Por eso anhelaba al niño y se derretía cada vez que él agitaba la manita y le decía «ayós», o pronunicaba su nombre con voz argentina, o le dedicaba su extraordinaria sonrisa.

No permitiría que le robaran esos sentimientos. Pensó desafiante que si alguien con autoridad notaba el error y le entregaba un suministro de pastillas, los engañaría; y jamás, bajo ninguna circunstancia, ahogaría los sentimientos que había descubierto. Se dio cuenta de que prefería morirse a renunciar al amor que sentía por su hijo.

The Giver: El Hijo (libro IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora