Capítulo 12

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Pasaron semanas. Salvo por el secreto que siempre llevaba consigo, el secreto del bebé, cada día era muy parecido al anterior, y al siguiente. Clara cayó en la cuenta de que siempre había sido así. No había tenido sorpresas, ningún miembro de la comunidad las había tenido. Salvo en la Asignación de Tareas, claro, al ser una Doce, cuando la nombraron Biomadre y la sorpresa se convirtió en decepción. Y luego, por supuesto, el horrible sobresalto de su fracaso.

Pero ya estaba inmersa de nuevo en la tediosa rutina comunitaria. La áspera voz que salía por los altavoces para hacer anuncios o servir de recordatorio; los rituales y las normas; las horas de comer y el trabajo, siempre el trabajo. A Clara le habían aumentado poco a poco la complejidad de sus cometidos en el laboratorio, pero eso no mitigaba su carácter mecánico y reiterativo. Aunque se apañaba bien, se aburría y se agobiaba con frecuencia.

¿Y eso que le habían contado sobre la última Ceremonia? ¿Lo del «elegido»? Ni estaba claro el porqué ni nadie había vuelto a mencionarlo. Quizá el chico -recordó que se llamaba Jonás-, estaba haciendo algo distinto, algo interesante, pero ella era incapaz de imaginarse qué podría ser.

Aunque había ido de nuevo al Centro de Crianza, no se había quedado. Después de la entrega de los neos a las unidades parentales en la Ceremonia, el Centro estaba casi vacío. Los neos del siguiente año ya habían empezado a llegar, pero la recepcionista le dijo que no necesitaban ayuda hasta que su número aumentara.

-En realidad, los criadores aprovechan estos días para tomarse unas pequeñas vacaciones -explicó amablemente-. Casi todos se ofrecen voluntarios en otros sitios mientras llegan más bebés -añadió y echó un vistazo a la pantalla de su ordenador-; la semana que viene nos traen otros dos.

Le sonrió a Clara y agregó:

-Así que ahora mismo no necesitamos ayuda, pero gracias por acercarte. Dentro de un par de meses, creo yo, nos vendrá muy bien.

A Clara le hubiera gustado preguntar: «¿Y qué pasa con el Treinta y seis? ¿Sigue aquí, verdad? Ese no ha sido entregado, ¿te acuerdas? Va a estar aquí otro año. Y necesita alguien con quien jugar, ¿sabes? ¿No podría encargarme yo?».

Por supuesto, no dijo nada. Era evidente que, pese a su amabilidad, a la recepcionista le traía sin cuidado y solo quería que Clara se fuese. Esta se volvió a regañadientes y salió del edificio.

De tarde en tarde, sin embargo, veía al criador, el que estaba tan encariñado con el Treinta y seis. Un día en que salió a dar un paseo después de comer; lo vio al otro lado de la Plaza Central, en su bici. Clara le saludó con la mano. Parecía estar haciendo algún recado, ya que llevaba un paquete en la cesta delantera. El hombre sonrió y le devolvió el saludo. Clara advirtió que había puesto una sillita de niño en la parte trasera de la bici, en el lugar que había ocupado la cesta donde transportaba al Treinta y seis. La silla estaba vacía, pero el hecho de que estuviera allí dio esperanzas a Clara. Quizá el criador se lo siguiera llevando a casa de noche. Y ahora iría sentado. Clara se imaginó a su niño, fuerte y robusto, disfrutando sonriente del aire libre y de los árboles.

A partir de entonces empezó a elegir muy bien el momento de sus paseos. Al acabar en el laboratorio, dejaba todo recogido para salir durante el cambio de turno. Entonces se acercaba a la parte más propicia de la comunidad, la esquina noreste de la Plaza Central, donde se erguía el Centro de Crianza y empezaban las casitas familiares en el bulevar principal. Albergaba la esperanza de ver al criador dirigiéndose a su casa después de la cena, con el pequeño Abe montado tras él.

Por fin, un día llegó a tiempo. Allí estaban.

-¡Eh, hola! -gritó Clara.

El hombre levantó la mirada y, al reconocerla, detuvo la bicicleta y apoyó el pie derecho en el suelo.

-¿Cómo estás? -preguntó alegremente-. ¿Clara, verdad?

A ella le gustó que recordara su nombre. No llevaba etiqueta identificativa ya que la dejaba en su bata de trabajo, y habían pasado tres meses desde la última vez que se vieron.

-Sí, eso mismo. Clara.

-Me alegro de verte. Hace bastante que no venías.

-Me pasé, pero me dijeron que en ese momento no se necesitaba ayuda, porque acababan de repartir a todos los neos.

-¡A todos menos a este!

Clara no había querido mirar a Abe desde el primer momento, pero ahora, después de que el criador lo mencionara, miró al asiento trasero y sonrió al chaval que examinaba una hoja con gran interés. Debía de haberla arrancado de algún arbusto cuando pasaban por delante. Vio que se la llevaba a la boca y la probaba con expresión dudosa. Se fijó en que le habían salido dos dientes.

-¿Sigues llevándotelo a casa?

El criador asintió.

-Todavía no duerme bien. Pone de mal humor a los trabajadores del turno de noche, sobre todo ahora que hay varios neos que atender. Mi familia, sin embargo, está encantada con él. Mi hija, Lily, no hace más que decirme que lo solicitemos mediante una dispensa.

-¿Una dispensa? ¿Qué es eso?

-Una excepción a la regla. Lily opina que deberíamos convencer a los de arriba de que tres niños es el número ideal para nuestra unidad familiar.

-¿Y lo has solicitado?

-¡Ni hablar! -contestó él riéndose-. Si lo hiciera, ¡mi mujer solicitaría la anulación conyugal! Este niño encontrará una familia propia el próximo año, y seguro que le va bien, pero hasta ese momento es divertido tenerlo en casa por las noches -giró la cabeza para mirarlo-. ¡Ah, genial! Comiéndose una hoja. En fin, soy experto en limpiar vomitonas. ¡Fue una parte fundamental de mi aprendizaje!

Clara vio que se erguía y llevaba el pie derecho hacia el pedal.

-¿Ya puedes llamarle por su nombre en público? -preguntó rápidamente, intentando retrasar su marcha-. Recuerdo que se lo llamabas en secreto.

El hombre dudó.

-En realidad -dijo un poco azorado-, en casa le llamamos por su nombre, pero no deberíamos. Hasta que no se lo entreguen a una unidad familiar es simplemente el Treinta y seis. Por eso no puedo decírtelo, pero te aseguro que es un buen nombre.

-Seguro que sí. Siempre eligen los nombres con cuidado, ¿verdad? El de tu hija me gusta: Lily. Es bonito.

El sonrió.

-Tengo que irme. Este está feliz, con su hoja, pero cuando quiera comida de verdad empezará a berrear como un poseso, y ya es casi su hora.

-Me alegro de haberte visto, y al bebé -dijo Clara.

-Lo mismo digo. Le contaré a mi hija que su nombre te parece bonito. Esas cosas le encantan -comentó poniendo los ojos en blanco, como si le apabullara tanta tontería-, y claro, para ser justo e imparcial, tengo que añadir que el nombre de mi hijo también es bonito.

Clara se rió.

-Seguro que lo es.

El criador empezó a pedalear lentamente. Tras él, atado a la silla, la boca salpicada con trocitos de hoja, el bebé giró la cabeza y lanzó a Clara una sonrisa.

-Jonás -dijo el hombre refiriéndose a su hijo y siguió pedaleando hacia las casitas donde vivía.


Hola, me gustaría que me dijeran de alguna forma que están leyendo el libro o que les gusta, al menos para saber que no escribo en vano.
No he podido subir otro capítulo ya que he estado demasiado ocupada, pero pronto subiré.
Y bueno, sigan leyendo, no solo este, sino más libros, y más y más y más...

The Giver: El Hijo (libro IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora