Capítulo 2

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Estaban agrupados a su alrededor. Pudo oírlos, cuando fue capaz de concentrarse pese al dolor intermitente y cada vez más intenso. Hablaban entre sí con tono de urgencia. Algo iba mal.

La reconocían una y otra vez con sus instrumentos, metálicos y fríos. Alguien infló el brazalete colocado en su brazo y le apretó un disco metálico en la parte interna del codo. Luego le pusieron otro artilugio sobre el tirante y tembloroso vientre. Dio un grito ahogado cuando la traspasó el dolor de otra convulsión. Sus manos estaban atadas a la cama, no podía moverse.

¿Tendría que ser así? Trató de preguntarlo, pero emitió una vocecita tan trémula y amedrentada que nadie la oyó.

-Ayuda -rogó entre gemidos. Nadie la escuchaba. En realidad, nadie le prestaba atención. A ella no. Lo que les interesaba era el Producto. Las manos y herramientas de quienes la rodeaban se hallaban en su tensa cintura. Ya habían pasado por horas desde el comienzo: la primera punzada, el dolor rítmico y progresivamente más agudo y, por fin, la colocación del antifaz.

-Hay que dormirla. Tenemos que sacarlo de ahí -dijo con voz autoritaria quien sin duda estaba al mando-. Rápido.

-Respira hondo -le ordenaron mientras le apretaban algo gomoso contra la boca y la nariz. Respiró hondo. No tenía elección. Si no, se hubiera asfixiado. Inhaló un compuesto desagradablemente dulzón que aplacó el dolor y la angustia y la conciencia. Lo último que sintió fue un corte indoloro en el vientre. La estaban rajando.

Se despertó con un dolor distinto, no una agonía punzante, sino algo extenso y profundo. Al sentirse más libre, cayó en la cuenta de que sus muñecas estaban desatadas. Seguía en la cama, abrigada con una manta. Le habían puesto barandillas laterales, así que estaba protegida por ambos lados. Y se encontraba sola; ya no quedaba ningún técnico ni enfermera ni aparato alguno. Solo ella, Clara. Se giró con cuidado para comprobar el vacío de la habitación; luego trató de levantar la cabeza, pero el dolor se lo impidió. Como no podía mirar su propio cuerpo, desplazó las manos hasta su deshinchado vientre. Ahora estaba plano, vendado y muy dolorido. La había rajado para sacarle el Producto.

Y lo echaba de menos. Estaba dominada por una angustiosa sensación de pérdida.

-Te hemos descertificado.

Habían transcurrido tres semanas. La primera la pasó recobrándose en la Unidad de Partos, bien atendida y controlado... mimada incluso, pese a lo cual todo le parecía un poco raro. La acompañaban otras jóvenes, también convalecientes, con las que mantenía charlas agradables y hacía bromas sobre cómo recuperar la silueta. Todas las mañanas les daban masajes y las supervisaban mientras hacían unos ejercicios suaves. No obstante, Clara se reponían con más lentitud que la otra, porque ella tenía una herida y las demás no.

Al cabo de esa primera semana las llevaron a un lugar de transición, donde se divirtieron charlando y jugando otras dos semanas antes de regresar con sus compañeras.

Cuando volvieron a la Residencia, saludaron a sus viejas amigas, ya con el vientre más abultado, y retomaron su lugar en el grupo. Exteriormente todas se parecían, por la forma de sus cuerpos, sus vestidos de premamá y sus cortes de pelo idénticos, pero su manera de ser las diferenciaba: Nadia era simpática y bromista; Miriam, circunspecta y tímida; Suzanne, ordenada y eficiente.

Al volver de la Producción apenas hablaban de la Tarea.

Si alguien preguntaba «¿qué tal?», la respuesta consistía en un encogimiento de hombros y un «bien, es fácil» o un seco «pasable» acompañado de una expresión que indicaba todo lo contrario.

-Nos alegra verte de nuevo.

-Gracias. ¿Cómo va todo por aquí?

-Igual, salvo en que acaban de llegar dos nuevas. Y Nancy se ha ido.

The Giver: El Hijo (libro IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora