A finales de primavera, Andras el Alto ya era padre de un hermoso niño; los corderos alegraban el prado, más abrigados por su suave lana gracias a la mejoría del tiempo; las primeras flores silvestres se abrían, y mariposas lavanda de alas de encaje revoloteaban de flor en flor; los gemelos de Bryn esbozaban idénticas sonrisas y lucían dos dientes por cabeza; los pescadores doblaban las redes que habían reparado durante el invierno mientras sus esposas, sentadas a su lado junto al fuego, les tejían prendas de abrigo para el trabajo.
Hasta el viento parecía nuevo. No era la misma corriente salvaje que desgarraba los tejados y arremolinaba la nieve. Ahora se empapaba de la fragancia salobre de los erizos de mar, los mejillones y las algas de roca, y la transportaba quedamente por la playa y colina arriba, donde, en ese momento, se entretenía en rizar los largos cabellos de Clara mientras ella llenaba su cesta de ortigas. Los rígidos tallos y las hojas en forma de corazón tenían unos pelos duros que hacían daño al tocarlos, pero Clara llevaba los guantes especiales que Alys le había tejido. La planta seria una gran alivio para el Viejo Benedikt, aquejado de gota.
-No las toques -le advirtió a Bethan, que la había acompañado y estaba deseosa de ayudar-; pican. Tú recoge corteza de saúco, allí. Tu mamá la necesita para tus hermanos.
Bethan arrancó trocitos de corteza y los añadió a la cesta. Los gemelos estaban en plena dentición y no callaban.
-Cuando yo me vaya, tú te quedarás al cargo de la cosecha. Alys te hará unos guantes como estos, pero aún así ten cuidado con las ortigas.
Bethan agachó la cabeza.
-Sé que podrás hacerlo. Has aprendido mucho -aseguró Clara.
-Sí que podré, pero no quiero que te vayas.
-¡Ay, Bethan! -Clara abrazó a la esbelta niña-. Sabes que tengo que hacerlo.
-Para buscar a tu bebé -Bethan suspiró-. Sí.
-Además ya no será un bebé, sino un niño mayor. ¡Si no lo encuentro enseguida, se convertirá en un hombretón!
-Me da miedo que te vayas, Clara -dijo bajito la niña.
-¿Y cómo así? Ya ves lo fuerte que me he puesto. ¡Mira! -Clara se agarró a una rama del saúco y se levantó a pulso con un solo brazo. Luego, despacio, volvió a bajar al suelo-. ¿A que ni tu papá puede hacer esto, eh?
Bethan sonrió un poco.
-No. Además se está poniendo gordo; lo dice mamá.
-Entonces no debes tener miedo. Ya ves lo fuerte, lo ágil, lo...
-...lista, y pilla, y... -Bethan soltó unas risitas. Solían jugar a menudo con el sonido de las palabras.
-¡Y lela!
-¡Y mozuela!
-¡Y mentecata!
-¡Pompisosa!
Como siempre, el juego degeneró en sinsentidos que las hicieron reír mientras bajaban con su cesta por la colina.
El tiempo pasaba a toda prisa. Las estaciones se atropellaban y Clara había dejado de sorprenderse por los cambios. Como los demás aldeanos, se abrigaba bien al llegar el invierno y le daba la bienvenida a casa nueva primavera. Solo el crecimiento de los niños advertía el paso del tiempo. Bethan y sus amigas habían dejado de ser las pequeñas alegres y exuberantes que eran y se habían transformado en jovencitas altas y calladas que se preparaban para convertirse en mujeres. Elen había ocupado su lugar como la más traviesa de la aldea, y seguía entreteniéndose con los imaginativos juegos heredados de su hermana mayor. Los pelirrojos gemelos reñían y correteaban mientras Bryn, su madre, se inquietaba por su mala conducta y se reía de sus gracias.
En primavera la nieve se derretía y Clara volvía a colgar del árbol la jaula de Alamarilla. En otoño, cuando el viento azotaba la aldea y las hojas caían susurrando, metían de nuevo en casa a su pequeño compañero.
-¿Cuánto vivirá? -le preguntó un día a Einar mientras daba de comer al pinzón. De pronto era consciente de que todos los seres tenían un principio y un fin.
-Los pájaros viven mucho. Seguirá aquí con Alys cuando tú te hayas ido.
Clara miró al chico. Llevaba largo de tiempo sin mencionarlo, lo de su marcha. Seguía comprobando la fuerza de Clara y procurando aumentarla, pero llevaba meses sin hablar de la escalada. Ya habían pasado seis años desde que la sacaron del mar, y cinco desde la mañana en que el nacimiento de Elen le devolvió el recuerdo de su hijo. En alguna parte habría un niño ya crecido, corriendo, gritando y jugando.
Al notar su mirada interrogadora, Einar dijo:-Pronto.
Con la cercanía del verano y el florecimiento de las plantas, Alys necesitó más ayuda porque sus fuerzas empezaban a flaquear y había mucho que hacer. Para Clara, el ejercicio diario se había convertido en una costumbre. Saltaba de la cama cuando aún no había amanecido y levantaba sacos cargados de piedras con cada brazo antes de poner la tetera al fuego. Después, mientras esperaba que el agua hirviera, practicaba tumbada la elevación de piernas y la flexión de tronco. Ya lo hacia todo con gran facilidad. Le daba risa recordar lo difícil que le resultaba cuando empezó. Ahora hacia lo mismo pero con piedras colgadas de las muñecas y los tobillos, y sin esfuerzo.
Después limpiaba la jaula de Alamarilla. Una mañana en que solo estaba nublado después de varios días de lluvia, Clara sacó la jaula y la colgó del sauce cercano a la cabaña. El pinzón gorjeó, contento de estar al aire libre, y Clara le contestó silbando. Entonces oyó otro silbido y se volvió para dar la bienvenida a Einar, que bajaba por el sendero del prado.
-Alys hizo pan ayer -le dijo alegremente-, un montón. Te hemos guardado unas rebanadas.
-Mira el cielo -repuso él.
Clara miró. Por encima del amenazante acantilado, las pálidas y delicadas nubes le recordaron las ovejas de Einar cuando, después de deshelarse la nieve, seguían apiñadas para darse calor mientras recorrían el prado mordisqueando los brotes de hierba. Pero Clara era consciente de que Einar no se refería a eso.
-¿Qué?
-Detrás de esas nubes hay sol. Dejará de llover por un tiempo.
Los que cuidaban del ganado, como Einar, o cultivaban la tierra, como Andras, o los mismos pescadores, conocían el cielo. Clara asintió, risueña.
-¡Bien! Podré hacer la colada y tender la ropa en los arbustos.
-No -dijo Einar-, no harás la colada: remontarás el vuelo.
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