Capítulo 10

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-Lo siento, pero es que no te creo.

La voz de Gabe era tan escéptica como firme.

Jonás se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y puso el rostro en las manos. Estaban en el banco situado detrás de la biblioteca, en mismo que Jonás había compartido con Clara.

-A mí me pasó igual cuando me lo contó ayer -reconoció Jonás y exhaló un suspiro-. Me quedé aquí pensando: «Esta mujer está como una cabra». ¿Es eso lo que piensas de mí?

Gabe meneó la cabeza y desvió la mirada. Le hubiera gustado estar en cualquier otra parte; con sus compañeros del Hogar, por ejemplo. Construyendo otra barca o hundiendo otra barca, daba igual. En cualquier parte menos allí, escuchando contar una historia increíble a un hombre que quería. Un hombre que la noche anterior le había hablado de acabar con alguien. Era terrorífico. Era triste.

Gabe se volvió hacia Jonás y trató de hablar con mucha calma:

-¿Sabes qué? Creo que has trabajado mucho últimamente, y seguro que leído mucho también. Deberías dar un largo paseo por la ribera y tomarte un descanso para...

-¡Escúchame, Gabe! Nos queda poco tiempo. Esto no es ninguna invención absurda. Esto es real. Ella se acuerda de ti, y de mi también. Ella... -Jonás hizo una pausa y respiró hondo-. Sé que eras muy pequeño cuando salimos de la comunidad, por lo que no recordarás nada de esto, pero yo sí, Gabe. Recuerdo haberla visto. Aunque trabajaba en la Piscifactoría, en su tiempo libre ayudaba en el Centro de crianza, y lo hacía porque tú estabas en ese centro, Gabe. Ella te parió. Así eran las cosas. Las Biomadres producían bebés, que más bien se llamaban neoproductos, y esos productos se almacenaban en el centro de crianza hasta que se repartían entre las parejas que solicitaban hijos.

-¿Así te obtuvieron tus padres? -preguntó Gabe.

-Sí.

-O sea, que una chica te parió.

-Sí.

-Pero tú no sabes quién fue.

Jonás negó con la cabeza.

-Y otra chica (o quizá la misma) me parió a mí años después...

-Esa otra fue Clara, y tú eres el único hijo que tuvo.

-Pero has dicho que trabajaba en la Piscifactoría.

-Sí, decidieron que no podía tener más hijos. Hubo problemas durante tu nacimiento, así que le dieron otro trabajo. Pero ella pasaba todo el tiempo libre contigo. Te amaba, Gabe, aunque el amor estuviese prohibido.

Gabe agachó la cabeza y se descalzó una sandalia para quitarse un guijarro que le rozaba el dedo gordo. Vio el aleteo de un pájaro en un árbol cercano y advirtió que sujetaba una ramita con el pico. Se examinó un arañazo del brazo. Bostezó y se desperezó. Se abotonó y se desabotonó el cuello de la camisa. Estudió sus uñas.

Jonás no le quitaba ojo.

-¿Sabes qué? -dijo Gabe por fin-. Supongo que puedo creerme todo eso. Ya me contaste cómo era la comunidad. Entonces, había una chica que me parió. Eso me lo creo. Y me creo que me quisiera, pero...

Jonás asintió y dijo:

-Lo que no te crees es el resto.

-Así es, el resto es una locura. ¿Esa anciana? Tengo que creerme eso de que un hombre vestido de forma estrafalaria...

Reparó en que Jonás ya no le miraba: dirigía la vista hacia el sendero que bordeaba la zona verde. Al seguir su mirada, Gabe vio a Mentor, el viejo maestro de escuela, caminando lentamente. No era nada raro. Estaban en plenas vacaciones escolares, y Mentor era un simple vecino aficionado a dar paseos.

The Giver: El Hijo (libro IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora