-Vaya, vaya, un visitante nocturno invade mi territorio. Encantado de conocerle. Me ofrecería a recoger su abrigo, aunque debo decir que no va vestido para la ocasión; además chorrea. Yo tengo muy buena envoltura, como verá -dijo con un revoloteo de capa.
Gabe había supuesto que tendría que buscar a Canjeador para enfrentarse a él, pero su repentina aparición y su extraña y burlona hospitalidad le resultaban desconcertantes.
-Sí, sí, somos enemigos, no le digo que no -añadió-, pero eso no es óbice para que seamos corteses. ¿Le parece bien que nos presentemos?
Gabe se aclaró la garganta con nerviosismo.
-Me llamo Gabriel -dijo.
Hubo un remolino de capa. Canjeador, que había estado a cierta distancia, se hallaba de pronto tan cerca de Gabe que este olió la pestilencia que desprendía. Lo cual le extrañó, porque daba la impresión de ir muy limpio. Llevaba los ceñidos pantalones casi rígidos por la bien planchada raya, el pálido rostro resaltaba blanquísimo contra la negrura, el cabello oscuro estaba cepillado y engominado... pero apestaba.
Además se había puesto demasiado cerca. Cuando se inclinó hacia delante y dijo con dureza:
-¡Maldito imbécil! ¿Acaso creías que ignoraba tu nombre? -el fétido aliento inundó la cara de Gabe-. Y tú también conoces el mío. ¿o no? ¿o no?
-Sí, conozco tu nombre: Canjeador.
-¡Pues claro que lo conoces! ¡Porque has venido ha destruirme!
Gabe retrocedió, el mefítico aliento le daba náuseas.
-Habrás reparado en que nuestros planes son similares -dijo Canjeador-. ¡Tú aspiras a destruirme a mí, y yo aspiro a destruirte a ti! Así que, cuéntame, ¿de qué armas dispones? Veo que llevas un simple palo. Repasemos nuestros respectivos arsenales, ¿te parece?
Giró sobre sí mismo en el gélido viento y la capa describió un círculo hasta que cayó sobre sus hombros formando pliegues.
Gabe siguió callado, dubitativo. Aquello no se estaba desarrollando como esperaba.
-Lo que llamas «palo» no es un arma -aclaró-. No puedo matar...
Empezó a repetir la frase que le había ayudado a cruzar el río y percibió que los agitados movimientos de los árboles se aquietaban. El viento también se detuvo, de forma súbita. La luna volvió a asomarse.
Canjeador hizo una mueca de lástima.
-Si por tener,no tienes un... -Rebuscó en su capa y sacó la mano- ¿estilete?
Gabe vio que empuñaba un cuchillo brillante, de hoja larga y estrecha y punta afilada.
-Italiano -añadió Canjeador con inesperada voz de erudito-. O quizás...
Su mano, y el estilete, desaparecieron de nuevo entre los profundos pliegues de la capa.
-¿Guan dao? -la mano reapareció empuñando un arma acabada en una terrorífica hoja curva-. Chino -anunció ominosamente.
El viento se reanudó y Gabe se estremeció tanto de frío como de terror cuando el hombre le amenazó apuntando a su cuello con la hoja.
-No voy armado -repitió Gabe-. Esto es solo un remo de barca.
La hoja curva desapareció en la capa.
-¡Que es una forma fina de decir que no tienes nada! -exclamó, airado, Canjeador-. ¡Pues vaya aburrimiento!
Gabe se percató de que tendría que luchar contra ese hombre estrambótico y horrendo, y de que probablemente moriría en la contienda. Trató de recordar por todos los medios lo que Jonás le había dicho. «Utiliza tu don», eso era. «Utiliza tu don»