Capítulo 13

665 33 3
                                    

Clara distribuyó el trabajo para poder encontrarse con el hombre y el niño de la bici. Se acostumbró a las horas matutinas y vespertinas en que los dos hacían el corto trayecto que separaba la casa del criador del Centro de Crianza. Entonces daba sus paseos: después del desayuno y antes de la cena. Casi siempre los veía y el hombre se paraba a charlar, aunque a veces tenía prisa y se iba corriendo. El pequeño Abe ( al que Clara se esforzaba por llamar siempre Treinta y seis) ya la conocía y sonreía al verla. Además, el hombre le había enseñado a despedirse agitando la manita cuando ella decía «adiós» y ambos se alejan en la bici. Se convirtió en algo que esperar, una placentera interrupción de largas horas de trabajo en el laboratorio que tan poco interés suscitaban en Clara.

El niño la imitaba. Ella se empujaba el interior del carrillo con la lengua para hacer un bulto, él se quedaba mirándola fijamente y empujaba la lengüita contra su propio carrillo. Ella arrugaba la nariz; él también. Entonces Clara hacía ambas cosas: lengua en el carrillo, nariz fruncida; él la imitaba muy serio y ambos se echaban a reír.

Estaba creciendo. Aunque ahora era simplemente un Uno -todos los neos nacidos ese año se habían convertido en Unos en la Ceremonia-, Clara le calculó los meses desde el nacimiento: diez.

-Está aprendiendo a andar -le dijo el criador una mañana.

-Es fuerte- repuso Clara mirando las robustas piernitas que colgaban de la silla de la bici.

-Sí. Cuando le agarramos las manos da pasos. Cualquier día de estos anda solo. Mi cónyuge tendrá que subir unos cuantos objetos a lo alto de las estanterías: lo agarra todo.

-Hay que tener mucho cuidado -dijo Clara, como hablando consigo misma, consciente de lo difícil que parecía cuidar de un bebé.

-Claro, eso fue lo primero que aprendí durante mi formación, y se lo he enseñado a mi cónyuge y a mis hijos -dijo el criador para tranquilizarla-. ¡Eh! -exclamó de pronto, riéndose. Se volvió. El niño le tiraba del uniforme-. ¡No me lo arrugues! ¡Acaban de traérmelo de la lavandería!

Se volvió hacia Clara y, señalando una bolsa con cremallera situada detrás de la sillita, añadió:

-¿Te importa mirar en esa bolsa y darle su Hipo?

-¿Su qué? -preguntó Clara mientras descorría la cremallera.

-Su objeto de consuelo. Este se llama Hipo, de hipopótamo.

-¡Ah! -Clara sacó el peluche. Los niños pequeños tenían objetos de consuelo, con distintas formas y nombres. Recordó que el suyo se llamaba Tejón.

Los ojos del niño se iluminaron nada más verlo.

-Po -dijo extendiendo las manos para hacerse con él. Clara se lo dio; él lo abrazó con un suspiro satisfecho y empezó a morderle una oreja.

-Cuando quieras, puedes pasarte por el Centro para ayudar -sugirió el criador-. Hemos recibido una tanda de neos y los más pequeños me quitan mucho tiempo. Así podrás jugar con el Treinta y seis, e impedir que se meta en líos.

-Lo haré -contestó Clara y, cuando se marchaban, añadió-: Adiós.

Pero el pequeño estaba tan pendiente de su Hipo que ni siquiera la oyó.

Por fin conoció a Marie. El barco de carga había vuelto tres veces desde el día en que habló con el joven tripulante. Llegaba todos los meses y se quedaba amarrado un solo día, tiempo más que suficiente para descargar. Al ver al chico en cuestión sobre cubierta, Clara lo saludaba con la mano y él le devolvía el saludo. Había decidido que si la invitaba otra vez a ver el barco, contestaría que sí, aunque tuviera que pedir permiso. Hablaría con Dimitri, el director.

The Giver: El Hijo (libro IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora