Capítulo 8

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Clara contuvo el llanto para contarle a Alys con voz entrecortada lo que había recordado. La atónita anciana le pidió que la dejara examinar la cicatriz, palpó con las nudosas manos el relieve de carne rosa y siguió con un dedo su orografía.

-Sí -afirmó-, es lo que vi el día que llegaste. Entonces supe que habías sufrido una herida terrible, pero hasta ahora no había reparado en que tiene el tamaño justo para sacar a un niño. ¡Qué horror, cortar así a una mujer! ¡O a una chica! ¡Tú eras casi una niña! El dolor debió de ser terrible. Podría haberte matado.

-No -explicó Clara-, eso no. Cuando me hicieron el corte, ya no sentía nada. Antes sí que me dolía, como le pasaba a Bryn, pero cuando me cortaron solo sentí presión. La presión del cuchillo, dolor no.

Alys meneó la cabeza; no se lo podía creer:

-¿Cómo es posible?

-Hay remedios especiales. Medicamentos. Te quitan el dolor.

-El sauce blanco lo alivia -murmuró Alys-, ¡pero no en un corte así! ¡Para eso no hay hierba que valga!

-No sentí nada.

-¿Y la sangre qué? -Alys tocó de nuevo la cicatriz. Su dedo índice, de nudillos doblados y engrosados por la edad, pasó por toda la longitud de la marca-. He visto heridas así. Un pescador alcanzado por un arpón; un cazador atacado por un oso. Me llamaron para atenderlos, pero lo único que pude hacer fue tranquilizarlos y consolarlos. La sangre salía a borbotones y murieron de eso... de la pérdida de sangre y del dolor. Gritaban de dolor pero cada vez se debilitaban más. Lo que primero murió fueron sus ojos.

Los propios ojos de la anciana parecían mirar a lo lejos, rememorando las terribles heridas que había visto y no había podido curar.

Clara bajó la vista para mirar ella también la cicatriz.

-No pude ver nada, me vendaron los ojos -dijo, y se estremeció al recordar el antifaz-, pero sentí el corte. Y tienes razón: claro que habría sangre, pero disponen de instrumentos para tratar eso. Recuerdo un ruidito...

Después de pensarlo, intentó reproducirlo:

-¡Zzzzt!, y olí a quemado. Creo que...

Alys, desconcertada, esperó a que prosiguiera.

Clara suspiró.

-Tienen algo que aquí no hay: electricidad. Es difícil de explicar. Creo que tienen un instrumento eléctrico que quema y cierra los vasos sanguíneos. Zzzzt. Zzzzt.

Alys asintió, como si para ella tuviese sentido.

-Yo quemo heridas o mordeduras de serpiente de vez en cuando. Con un atizador. Para eliminar el veneno, pero no para cortar la hemorragia, ni en una herida tan grande como esta.

Clara volvió a taparse la cicatriz y ambas se sentaron en silencio, la una con sus nuevos y agobiantes recuerdos, la otra haciendo cábalas sobre qué le había pasado a la chica y por qué.

-Tengo que encontrarlo -susurró Clara por fin.

-Sí, debes.

-Pero ¿cómo?

Alys permaneció en silencio.

A Bryn también se lo contó. Una tarde en que la miraba atender a su niña, Clara confió en ella y le describió el regreso de los recuerdos. Bryn la escuchó con horror y pena. Sujetó a su hija con más fuerza mientras Clara contestaba sus aterradas preguntas. Ninguna advirtió que en el exterior de la cabaña, junto a la puerta entornada para disfrutar la fresca brisa otoñal, las tres niñas escuchaban con los ojos como platos.

The Giver: El Hijo (libro IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora