Capítulo 10 | Lo único que queríamos era repararnos mutuamente.

2.6K 234 31
                                    

        —No te escuché llegar anoche.

Mi padre habló de espaldas a mi mientras cortaba una manzana en pequeños trozos cuadrados. Me desperecé un poco, aún adormilado, haciendo sonar la mayoría de los huesos de mi espalda.

Golpes. Lágrimas. Gritos. Confesiones. Todo regresó a mi rápidamente y quise volver a la cama de inmediato. Pero no podía seguir huyendo del pasado toda la vida, en algún momento tendría que plantarle cara y superarlo de una buena vez.

—Era muy tarde, alrededor de las tres —respondí simplemente. No estaba para responder preguntas, y mucho menos sobre la noche anterior, sobretodo cuando el dolor de cabeza que tenía estaba matándome lentamente.

Me dirigí al pequeño refrigerador, arrastrando mis pies descalzos y dejando que mis pantalones de pijama se arrastraran también. Nunca salir de mi habitación con poca ropa; lección aprendida.

Llené el vaso de cristal con agua, no estaba muy fría, lo cual me agradó ya que la prefería a temperatura ambiente. Abrí el primer cajón que se encontraba a un lado, sacando de éste la caja donde mi padre guardaba todo tipo de medicamentos.

Cuando encontré las pastillas para el dolor de cabeza volví a dejar todo en su sitio. Coloqué una de éstas al final de mi lengua y la tragué con la ayuda del agua, haciendo una mueca cuando la sentí bajar por mi garganta.

—¿Volviste solo siendo tan tarde? —noté una pizca de preocupación en su voz, pero nunca dejó de hacer lo que estaba haciendo.

Asentí, apoyando mis codos en la encimera a un lado de él. —Brandon me acompañó.

Había mentido, hace mucho que no lo hacía pero lo sentí necesario. Entre menos preocupaciones le cause a mi padre, mejor.

—¿El amigo de Brandy? —Vertió los pequeños pedazos de fruta en un recipiente de vidrio, para luego lamerse la punta de los dedos.

—Ajam.

Me miró de reojo y asintió muy levemente. —¿Y cómo estuvo todo? ¿Te divertiste?

Rodé los ojos y exhalé fuertemente. Me incliné y tomé un trozo de manzana del recipiente, la llevé a mi boca y me aseguré de saborearla bien antes de hablar, queriendo que su dulzor endulzara mi ánimo también. —Estás muy preguntón hoy, es molesto.

Obviamente no funcionó.

Me sentía tan frustrado conmigo mismo y parecía que la única manera en que podía liberar toda esa frustración era actuando como un completo hijo de puta con todos.

Se quedó paralizado por un segundo, sus ojos se expandieron y sus labios se entreabrieron, bajó la mirada y luego siguió en lo suyo. —Estás de muy mal humor hoy —contraatacó.

—Como sea —escupí duramente. —Estuvo bien, se recaudó una excelente cantidad de dinero. A los niños va a encantarles, se les llevará también regalos de navidad, ya sabes, el tiempo pasa volando.

Me miró. —A Finn le hubiese encantado —pronunció con cuidado.

Mi cabeza se giró inmediatamente en su dirección, mi ceño se frunció y lo miré queriendo estrellar au cabeza contra la pared. —No vuelvas a mencionar su nombre, jamás —gruñí y me dirigí de nuevo a mi habitación.

Me detuve frente a la puerta, pude sentir su mirada siguiendo cada uno de mis movimientos. —Y no, no me divertí, por si en verdad te interesa —espeté, asegurándome de azotar fuertemente la puerta tras de mi.

[...]

Me concentré en las miles de palabras impresas que se exponían todo su significado frente a mi. Releí la misma frase unas tres veces seguidas para luego copiarla en mi cuaderno de apuntes.

SamsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora