Epílogo | Hogar es donde tu estés.

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        —¿Esas son todas las cosas? —preguntó mi madre en su largo vestido floreado mientras acariciaba su vientre, llevaba ya varias horas haciéndolo y no sabía el por qué.

—Si, sólo dejame terminar de bajar esta caja —respondió Ryan, haciendo exactamente lo que dijo. Se encontraba relajado, como la mayoría de las veces, era difícil hacerlo perder su cabeza.

—Oigan, cuando dijeron que su luna de miel iba a ser en San Francisco, creí que estaban locos —dije desabrochando el cinturón de seguridad—. Pero cuando me dijeron que yo iba a venir con ustedes, definitivamente creí que estaban alucinando.

Me bajé de la camioneta y observé el vecindario, me recordaba mucho a aquella vieja calle donde solía vivir durante aquellos pocos meses. Sólo que las casas de esta zona eran todas como la de Brandy.

—Sorpresa, sorpresa, amiguito —Ryan rió llevando la caja dentro de la casa—

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—Sorpresa, sorpresa, amiguito —Ryan rió llevando la caja dentro de la casa—. ¿No te emociona volver?

—Más que emocionarme me aterra. ¿Cuando ibas a decirme que habías comprado una casa aquí? Y muy bonita por cierto, es como si tuvieras una en cada ciudad —le respondí siguiendo sus pasos.

—A tu madre le encantó la ciudad, no dejó de repetírmelo por días, incluso mencionó algo sobre querer vivir aquí... —mi cabeza se giró rápidamente en su dirección, una amplia sonrisa plasmada en su rostro. Con su dedo índice, colocándolo en el puente de sus lentes, los bajó por su nariz descubriendo sus ojos color verde. Me guiñó un ojo y siguió con lo que estaba haciendo—. Feliz cumpleaños, Samuel. ¿Quien soy yo para negarle tal deseo a mi mujer?

—Ay Dios mio —murmuré, la mandíbula me cayó al suelo—. Tienes que estar bromeando.

Ambos entramos a la cocina, yo pisándole los talones, casi corriendo detrás de él. Mi madre se encontraba allí apilando los platos y sus muy preciados nuevos utensilios dentro de los estantes. —¡Mamá! —chillé—. Dime que están bromeando.

Ella se dio vuelta rápidamente, uno de los platos deslizándose de sus manos hasta hacerse añicos sobre el suelo. Pequeños y grandes pedazos de cerámica volaron a nuestro alrededor, me encogí y di un paso atrás, mi madre soltó un grito ahogado y se aferró a la encimera con sus uñas, observando como el plato se desmoronaba a su alrededor. Ryan inmediatamente corrió hasta donde ella se encontraba, sus manos posándose sobre el estómago de ella, dejando varias caricias. —¿Estás bien? —susurró—. Te dije que tuvieras cuidado, no es bueno para el bebé que te andes agitando tanto.

Me quedé quieto donde estaba, las palabras quedando atoradas en mi garganta. —¿B-bebé? —mi mirada viajó de mi madre a Ryan rápidamente, mis ojos bien abiertos y respiración acelerada.

Ella alejó los brazos de Ryan de su cuerpo y tambaleándose se sentó en una de las sillas de la mesa, él observaba con detalle y preocupación cada pequeño paso que daba.

SamsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora