Capítulo 20 | Mira como las estrellas brillan para ti.

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        Mi consciencia iba y venía pero no se quedaba mucho tiempo conmigo. Cuando por fin pude librarme de ese extraño trance en el que estuve sumergido aún me encontraba mayormente desconcertado, para cuando abrí mis ojos la oscuridad se cernía aún sobre mi, empecé a preocuparme y a volver a entrar en pánico hasta que sentí el suave olor a lavanda en la habitación. Un aroma poco usual, pero que tanto me gustaba, y sabía que provenía sólo de una persona en especial. Una paz inexplicable me inundó, mis hombros cayeron y me permití relajarme sobre la almohada sintiéndome seguro al tener sus brazos envueltos a mi alrededor.

¿Había sido todo un largo y tortuoso sueño víctima de mis peores miedos? ¿Acaso era eso?

—¿Samson? —escuché su suave voz en la oscuridad.

Mi brazo se apretó alrededor de su cintura y la acerqué más a mi, ella dejó caer su cabeza sobre mi pecho y sus manos me rodearon el estómago desnudo. Se levantó un poco y dejó un pequeño beso en el lugar donde mi corazón latía para luego volver a su antigua posición.

—Estaba tan asustada.

Fruncí el ceño. —¿A que te refieres?

—Estabas como en un trance, Samson, ardías en fiebre, gemías de dolor y te retorcías, pero nunca abrías los ojos, decías incoherencias y no hallaba una manera de hacerte reaccionar. Creí que te estaba perdiendo. —Pude notar el dolor en su voz al pronunciar cada palabra, cada sílaba, cada letra.

Dejé de respirar un segundo y traté de recordar, pero nada venía a mi mente, sólo imágenes borrosas que pasaban rápidamente de mi hecho una bola en medio del salón. Estaba en blanco. Froté mi cara y luego suspiré, mi cabeza seguía doliendo un poco y mi cerebro aún latía contra mis sienes.

—No lo recuerdo.

—Tu padre dijo que posiblemente estabas alucinando a causa de las altas temperaturas de tu cuerpo. Fue bastante difícil darte el antibiótico porque no dejabas de moverte y hablar como loco, luego te coloqué pañitos sumergidos en agua fría por todo el cuerpo, hasta que por fin la fiebre empezó a bajar.

Me quedé en silencio un rato y ella también, ¿que iba a decirle? ¿solo darle las gracias por no dejarme morir y ya? Tenía que admitir que después de esa pesadilla, verla a ella tan preocupada envuelta a mi alrededor y saber que cuidó de mi tan pacientemente, eso ahuyentó un poco a los demonios que me perseguían, pero seguían allí, asegurándose de acabar con cada minúscula partícula de amor que tenía hacia mi mismo.

Incliné mi cabeza, buscando el calor de su piel para refugiarme en el, pero ella se apartaba. Se colocó de pie y caminó hacia la puerta.

—¿A dónde vas? —pregunté, ¿iba a dejarme?, ¿por eso se encontraba distante?

—A avisarle a tu padre que has despertado, hemos pasado por un infierno esta noche, le alegrará escuchar que estás mejor.

Y dicho eso salió de la habitación. Los demonios se acomodaron sobre el borde de la cama acechándome desde cerca, a la espera de que bajara la guardia para ellos aprovecharse. Me cubrí más con las sábanas y me di la vuelta, quedando sobre mi costado y de espaldas a la puerta. Cerré mis ojos, deseando que este fuese sólo otro mal sueño.

Y en parte lo era, porque ella no volvió a la habitación.

«No. Quedate. Quedate. Por favor, quedate»

SamsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora