Sentí las puntas de mis dedos empezar a casi congelarse mientras miraba embelesado al ataúd frente a mi, aún sin poder creer en su totalidad que alguien a quien yo amaba se encontraba sin vida dentro de él. La cantidad de flores que yacían en la parte superior era abrumadora, aún sentado en la última fila de asientos podía sentir el potente aroma de las margaritas —sus favoritas— entrar por mis fosas nasales y expandirse en mis pulmones. No había mucha gente, en realidad, mi madre, Ryan, Brandy, sus padres, algunos vecinos con los cuales nunca hablé y ahora me tratan como si yo fuese su mejor amigo o algo por el estilo, Brandon y Callie por supuesto, y estos amigos de mi padre de alcohólicos anónimos. Todos vestían de trajes y largos vestidos negros, incluyéndome, sólo que el mío parecía ser el más pesado y oscuro de todos. O al menos así lo sentía.
Una de las pequeñas margaritas que antes yacía tirada en el suelo ahora se retorcía entre mi dedo índice y pulgar. En mi mente, el lugar se encontraba en un profundo silencio y las nubes grisáceas adornaban el amplio cielo. Pero no era así.
—Samuel.
Alcé la vista, todas las cabezas se habían volteado a mirarme con atención. Mi madre me llamaba desde la primera fila, Ryan a su lado sosteniendo su mano, y Brandy del otro con un pañuelo limpiando sus mejillas, junto a ella Brandon y Callie luciendo más tristes que nunca. Dos filas de asientos me separaban de ellos, y en estos momentos sentía que era lo mejor. No lograba fiarme de mi mismo en estas circunstancias. Volví a mirar a mi madre con confusión, estaba seguro de que en mi frente se había formado una larga arruga.
—Samuel —volvió a repetir.
Alcé mis cejas. —¿Hmm?
Su labio tembló. —¿Quieres decir algunas palabras?
Me quedé estático en mi asiento, volví a mirar la flor entre mis dedos y esta simplemente cayó al suelo escondiéndose entre el largo césped. Tragué con dificultad y me puse de pie un minuto después, zigzagueando entre los asientos hasta llegar a colocarme a un lado del ataúd. Estábamos a los pies de un gran árbol que nos brindaba su sombra, mi mirada escaneó el alrededor. Cientos y cientos de lápidas se levantaban a mis costados y sentí mis dedos temblar. Era la segunda vez en mi vida que me encontraba en un funeral, la primera, no fui lo suficientemente valiente como para quedarme hasta el final, y ahora hasta tenía que dar un discurso.
No había planeado algunas palabras en específico, en realidad, no había planeado nada en lo absoluto. Sólo quería quedarme sentado en mi asiento hasta que toda esta tortura culminase. Maldije en silencio y le di un vistazo a las pocas personas que allí se encontraban, enfocando mi atención en Brandy quien con sus labios formaba palabras de aliento. Sabía con seguridad que no iba a poder pronunciar ni una sola palabra en frente de ellos, por lo que formé una imagen en mi cabeza, en donde tanto mi padre como yo nos encontrábamos tumbados bajo la sombra del gran árbol, sólo nosotros dos. La palma de mi mano se extendió sobre la madera fría, suave y brillante. Habían abierto una parte del ataúd al principio de la ceremonia para que los que quisieran vieran por última vez su rostro, me negué a hacerlo, me parecía una completa falta de respeto para la persona que se encontrase dentro sin vida, sumándole el hecho de que si veía a mi padre una vez más iba a derrumbarme.
—Hola, viejo —murmuré sonriendo con tristeza—. ¿Recuerdas aquella última vez en que te dije que te amaba? No lo haces, porque no lo hice, y no sabes lo mucho que me arrepiento de eso. La oscuridad se había convertido en mi amiga más cercana, pero al llegar aquí vi un pequeño rayo de luz, y no lo hubiese logrado sin ti. Soy un desconsiderado, un malagradecido, un insolente y estúpido niño, pero yo sólo quería que te quedaras conmigo. Te prometí que iba a mejorar, que estarías orgulloso de la persona en que me habría convertido, y lo estoy intentando, pero ya no estás aquí a mi lado para regañarme o felicitarme, sólo me queda dar lo mejor de mi. Te sentirás orgulloso de mi, lo prometo.
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Samson
RomanceÉramos como estrellas perdidas tratando de iluminar la oscuridad, pero al final terminábamos ahogándonos en nuestras propias lágrimas.