Cuantas veces he repetido esa escena en mi cabeza, cambiando las frases, las miradas y el sentido, pero sinceramente nunca podré cambiar lo que realmente sucedió.
Era una tarde veraniega, toda la escuela rugía de emoción y exasperación al saber que ya no tendrían que venir aquí hasta tres meses más. Miles de abrazos y besos por parte de las niñas hacia otras, algunas deseosas de salir rápidamente de aquí, que pegaban saltos por cada minuto que pasaba en el reloj.
Nosotros, los profesores, esperábamos calladamente a que el reloj diera las doce, mientras que algunas alumnas se acercaban a despedirse de los profesores más queridos, o simplemente por cortesía.
La mayoría de mis colegas fingía una falsa sonrisa y se unía a los demás despidiéndose de las niñas, todos al igual que ellas, esperábamos la hora para irnos con nuestras familias y descansar luego de muchos meses haciendo exámenes, enviando tareas, soportando el carácter de todo un salón entero con estas niñas.
Pocas se acercaban a despedirse de mí, algunas más valientes que otras se atrevieron a darme un abrazo y un beso en la mejilla, como Eva por ejemplo. Mis colegas al igual que mis alumnas me miraban con miedo y rencor, debo reconocer que a lo largo de mis años he aprendido de la profesión, así agrandando mi carácter, uno fuerte y decisivo, haciendo caer hasta mis propios amigos. Durante toda mi vida he sido difícil de conquistar y agradar, por lo que cuento con muy pocos amigos a los que en verdad les agrado.
Volvamos a esa tarde, como profesora tengo un curso a cargo mío, que me ha costado controlar, son treinta niñas en total, todas con carácteres fuertes y sin respeto, pero como siempre, cuando yo entro al salón un silencio nervioso se extiende en el ambiente, una costumbre que todos los cursos a los que enseño han aprendido a tomar.
Todos esos ojos me miran llenos de angustia, con su boca cerrada y sentadas correctamente esperando el comienzo de mi clase.
Pero ella no.
Tú, mi Eva, desde mi primer día enseñándoles no me prestaste ni la mínima atención, tus ojos divagaban por el blanco salón, observando las cortinas con la cabeza en alto y con una expresión dura, tu rostro siempre era inexpresivo y frívolo, tu postura siempre recta y los brazos sobre la mesa.
Cuando comencé a hablar en general, me miraste sorprendida, aparentemente no te habías dado cuenta de mi presencia, desviando la mirada rápidamente, inicie mi clase como siempre, un discurso de lo responsable que deberían ser, de que en mi clase antes de hacer cualquier acción deberían preguntármelo a mí, a lo que todas asintieron rigurosamente, mirándose unas a otras con caras asustadas.
Mis ojos viajaron directamente a Eva al terminar de hablar, estabas concentrada mirándote tus manos, con tu cabeza en sentido paralelo al mío, con expresión pensante y absolutamente desinteresada a lo que sucedía a tu alrededor.
Les dicté que como era el primer día de clase, las dejaría hablar con sus compañeras, un par de horas libres para que se acostumbraran al horario escolar.
Ellas asintieron alegremente al saber que no enseñaría hasta el siguiente día, yo me volví y me senté en la mesa del profesor, sacando mi computadora para hacer algunos arreglos que debía concluir.
Mientras pasaban los minutos, no paraba de levantar mi cabeza y mirar a todo el salón, pero era Eva mi objetivo principal, mirándola cautelosamente, ella se sentaba casi de las últimas, por lo que me era difícil mirarle discretamente.
Decidí pasar la lista para averiguar tu nombre, o algún indicio de que familia provenías, pasaban los números y tu no levantabas la mano, llegué a asustarme pensando en que tu aparente desconcentración hacia el entorno te habrías saltado tu nombre, pero al llegar a la antepenúltima "Eva "levantaste lentamente la mano y dijiste presente, tu voz era ronca y dura, como una mujer ya realizada, no me sorprendía mucho, bajaste la cabeza con el mismo desgano que antes y continuaste una charla con tu compañera de puesto, sin mirarme otra vez.
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Enamorada de mi alumna
RomanceAntes de comenzar, el que quiere puede continuar y leer mis más profundos secretos, hágalo, algunos son perversos y lujuriosos, otros pacifistas y sin sentido, no me responsabilizaré si algún trauma los asecha a lo largo de la historia, mi fin no e...