Crucé aquellas grandes puertas corredizas, de cristal transparente, sin mirar a nadie. A pesar de que mi vista estaba fija al frente no podía ver nada. Mientras decenas de personas se movían de un lado a otro a mí alrededor, no sentía nada. Era como si estuviese dentro de una burbuja. Una burbuja llena de un aire densamente pesado, que me impedía respirar. Mis pies parecían no tocar el suelo, pero no me importaba. Quería llegar a mi habitación y cerrarle la puerta al exterior.
Me pareció oír a alguien pronunciar mi nombre a lo lejos, sin embargo no voltee. Simplemente seguí mi camino. A unos cuantos metros, divisé mi cuarto y aceleré el paso para llegar más rápido. Aunque al parecer no funcionaba, ya que cada paso que daba parecía alejar aquella puerta más y más.
Cuando al fin pude colocar mi mano en la perilla, no hice más que girarla y empujar la puerta hacia dentro. Ingresé a aquella habitación, sintiéndola tan familiar y tan desconocida a la vez. Cerré la puerta justo detrás de mí, para luego dejar mi peso apoyarse contra ésta. Cerré mis ojos y suspiré profundamente, intentando aclarar mi mente por un segundo.
Volví a abrir mis ojos mientras comenzaba a caminar en dirección a la que era mi cama. Giré y me dejé caer de espaldas en ella. El olor a lavanda comenzó a inundar mis sentidos, ingresando a través de mis fosas nasales. Sin embargo, esta vez no se sintió tan reconfortante como solía hacerlo. Pareciera que en realidad, aquel no era mi hogar. A decir verdad, me sentía bastante lejos de mi hogar.
***
Abrí mis ojos de repente, cuando la sensación de caída libre invadió mi cuerpo. Todo lo que pude ver fue el techo. El cual era de un color claro, aunque ahora se veía bastante más oscuro, lo que me indicaba que ya era tarde y el sol se había ocultado. Llevé mis manos a la cara, intentando despabilarme. Luego estiré una de estas hasta alcanzar el interruptor del velador ubicado sobre una de las mesas de noche. Lo encendí. Las ocho y veintiséis, indicaba el reloj colgado cuidadosamente en la pared.
La cena estaría lista en pocos minutos, y aunque no me apetecía cruzarme con toda la gente en el comedor, mi estómago me lo pedía a gritos. Me levanté con bastante pereza y me encaminé al baño. Tomé una rápida ducha, ya que el agua no era un bien que nos abundara. Me cambié y di algunas vueltas por mi habitación. Para cuando estuve listo tomé aire con fuerza y me encaminé hacia la puerta.
Salir de la habitación había sido lo más difícil. Pero una vez que estuve en el pasillo, comencé a caminar con confianza. Entré al comedor y aunque algunas personas ya se habían retirado, todavía quedaban algunas otras, sentadas de manera aleatoria en las distintas mesas. Tomé mi bandeja y seleccioné lo que iba a comer. Una vez con la comida en mi bandeja, camine en busca de alguna mesa. Cuando al fin hube encontrado una completamente vacía me senté en ella y comencé a comer en silencio.
-Pensé que no vendrías.- Dijo una voz femenina. Levanté la mirada lentamente. ¿Acaso era posible? ¿Era en verdad ella? El corazón comenzó a latirme a gran velocidad y una sonrisa se apoderó de mi rostro.
-Bueno, mi estómago me lo pedía...- Dije bajando la mirada algo avergonzado.
- Te vi entrar, hoy en la mañana. ¿Qué hacías afuera tan temprano? Intenté llamarte, pero no oíste...- Dijo con voz suave, dejándome confundido. Aquella ya no era su voz. Fue entonces cuando levanté la vista otra vez. Lucy.
-Yo... - No sabía que responder. Y el hecho de haber caído en la realidad de que no era ella, sino Lucy, complicaba las cosas.
-Está bien, no importa.- Dijo ella al notar que no podía responder. - ¿Oíste la noticia? Pudieron liberar a James de aquellos monstruos. Ya lo están trayendo de vuelta. – Continuó con una gran sonrisa en su rostro, como si intentara alentarme. Me obligué a ofrecerle una sonrisa. Aunque fuese demasiado forzada. Ella sólo intentaba ser amable, y yo acá, sin ánimos de amabilidad en absoluto.
- Escuché por ahí que el presidente, sus dos hijos y otros dos agentes fueron liberados...- Dijo en voz baja, como si no estuviese segura de contármelo.- Es una pena. Tendrían que haber pagado por todo el daño que han causado a la humanidad. A veces desearía ir personalmente y... - Levanté mi rostro con cierta brusquedad haciendo que se detuviera. Su mirada se fijó en mí, y parecía estar asustada. Relajé mi rostro y bajé la mirada.
-No es su culpa...- Dije sin elevar mucho la voz.
- ¿Pero cómo puedes estar tan seguro? Todos aquí afirman que...
-Simplemente lo sé. – Dije interrumpiéndola, elevando esta vez un poco mi tono de voz.
No dijo nada más. Tampoco se levantó, simplemente se quedó en silencio, mientras ambos nos concentrábamos en nuestras bandejas. O al menos, eso pretendíamos. Por suerte, minutos más tarde, alguien vino y le dijo que la necesitaban en la sala de control. Por lo que se tuvo que ir. Agradecí aquello, no quería volver a dejarla sola como aquella vez. Eso sería rudo de mi parte.
Tome mi bandeja, me levanté y con pesadez caminé lentamente hacia el lugar donde se lavaban. La deje sobre la mesada mientras una de las mujeres que limpiaban en este turno, Tina creo que era su nombre, me sonreía. Ya nadie quedaba en el comedor.
-Es una linda chica.- Dijo mi padre mientras colocaba su bandeja también en la mesada. El jamás comía en el comedor, por qué lo haría hoy. Sólo giré mi rostro un poco y lo miré con seriedad.
-Tal vez.- Dije volviendo mi rostro al frente, para luego dar la vuelta y salir de allí lo más pronto posible.
-Al menos no es una horrible mutante.- Dijo cuando estuve cerca de la puerta. No le presté atención.- Ni mató a tu madre.- Continuó.
Me detuve en seco. Volviendo puños mis manos con fuerza, intentando controlar mi ira. Apoyé una de mis manos sobre la hoja derecha de la puerta y la empujé fuertemente, para luego salir a toda velocidad de aquel lugar. Prefería salir de allí antes de contestarle a mi padre.
Llegué a mi habitación y cerré la puerta liberando mi enojo. Podía sentir como los sentimientos comenzaban a mezclarse dentro de mí. Ira, impotencia, tristeza, confusión. Y aunque la nave se encontraba llena de personas, la soledad también me invadía. Y me sentía más sólo que nunca. Sólo e incompleto.
Como pude, caminé hasta la cama y volví a arrojarme sobre ella. Cuando lo hice, vi como la ropa que había utilizado antes de bañarme estaba allí también. Había olvidado arrojarla en el cesto de ropa sucia. Me levanté y la tomé. Al levantar la campera, algo calló de uno de sus bolsillos. Era pequeño y de color negro. Al parecer de plástico. Me agaché y lo levanté mientras lo observaba. Dándolo vuelta en mi mano. Intentando ver algo más. Parecía ser un auricular. ¿De dónde habría salido?
Volví a arrojar la ropa, sin importarme que callera en el suelo. Simplemente me concentré en aquel artefacto. Luego de meditarlo por un tiempo, me decidí y opté por colocar aquel auricular en mi oreja. Nada. No se oía nada. Ni siquiera interferencia. ¿Se habría roto al caer? Maldije internamente y me lo quité. Estaba a punto de arrojarlo cuando lo noté. El auricular tenía un botón. Casi imperceptible. Pero estaba allí, sin duda lo estaba. Volví a colocar aquel pequeño aparato en su lugar y esta vez presioné el botón.
-¿Hola? – Dije dudoso. Cerré mis ojos con fuerza al no escuchar nada más que silencio. De seguro lo había roto.
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RADIOACTIVE -Editando-
Science FictionLuego de un experimento fallido cada persona en la Tierra debió ser exiliada. Aunque no muchos pudieron lograrlo, ya que estaban contaminados o no contaban con los recursos necesarios. Varios años pasaron para que aquellas personas pudieran volver...