CAPÍTULO 4

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Alexandra había acertado por casualidad, se había metido en la boca del lobo por culpa de esa casualidad.

—Linterna, walkie-talkie, mochila, vale, vale, lo tengo. Susurró para ella misma.

La chica de los ojos azules trataba de darse ánimos, no todo estaba perdido. Lo único que tenía que hacer era buscar un callejón sin salida, decírselo a su padre y volver a casa con él. Su madre prepararía lasaña y Kylie la molestará como lo hacía siempre.

De repente, escuchó un ruido detrás de ella. Alex chilló. Gritó como una maldita nena e incluso se mordí la lengua.

Intentó pensar razonadamente. En una cueva podían oírse centenares de sonidos distintos, podía ser cualquier cosa. Eso incluía a un maldito monstruo come hombres dispuesto a arrancarle los riñones de cuajo.

—A este paso moriré de un ataque al corazón. 

Hablaba en alto para evitar seguir escuchando esos extraños sonidos, los opacaba con su voz. Se llevó la mano al pecho, su corazón latía como loco. Alex se tomó unos minutos para respirar hondo y tomar fuerzas para continuar.

El walkie-talkie sonó de la nada, lo que obviamente la asustó. Peguó tal salto, que el walkie-talkie se estrelló contra el suelo cuando se le resbaló de la mano.

—Por favor que aún funcione.

Suplicaba de nuevo en voz alta al tiempo que cogía histérica el walkie-talkie.

Alex, ¿cómo vas? —Oyó la voz un poco distorsionada de su padre.

—Bien. 

Había estado a punto de perder los nervios por un fallo muy estúpido, debía tener la presión arterial por las nubes.

Nos vemos en quince minutos.

Será nos hablamos. 

Cortó. A esas alturas debía estar bastante alejado de ella.

Era hora de avanzar. No podía quedarse allí parada esperando a que su padre le dijera que volvían a casa.

Alex continuó por una dirección al azar, se dejó guiar otra vez por el sendero de la casualidad. Con la linterna en mano, a paso normal aunque inseguro y el corazón sacudiéndose a revoluciones por minuto, seguía caminando entre las profundidades de la cueva.

Pudo vislumbrar unas pintadas en la pared de la cueva. No debió haber sido fácil trazar en una superficie tan irregular.

Comenzó a leer ciertos nombres: Jack, Louis, Billy, Michael, Rowan y Dann.

Alex había encontrado todos esos nombres por casualidad. No sabía que narices significaban o qué hacían ahí. De cualquier forma, le sacó una foto a los escritos sobre la pared rugosa. Después, decidió que avanzaría sin pararse un solo segundo más. 

Entonces cayó en la cuenta de que no había tocado el walkie-talkie en un buen rato, se preguntaba si se había pasado de la hora acordada.

—Papá.

¿Como vas? —Preguntó.

—Encontré un muro con nombres, todos de hombre.

¿Sacaste una foto? —Inquirió curioso.

—Sí.

Bien hecho, nos 'hablamos' en quince minutos.

Betrayal | Eyeless JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora