CAPÍTULO 22

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La llevaba en brazos como si fuera lo más preciado para él, y en realidad, era justo eso. Alexandra se había convertido en su más preciado tesoro.

Lo más sorprendente de todo es que estaba huyendo en lugar de enfrentarse a los intrusos. La presencia de la chica funcionaba como una dosis de sedante para él, calmaba su ira y su sed de sangre. Aplacaba su dignidad territorial y conseguía que todos sus pensamientos hostiles pasaran a segundo plano. Ella funcionaba como su medicina.

La ojiazul se escondió en el hueco de su cuello y respiró tranquila. Jack ya no olía a sudor, todo lo contrario. Su aroma era agradable. Por un segundo pudo olvidarse de que el muchacho corría de rincón a rincón, que el corazón le latía rápido y está vez no era por estar cerca de Jack, sino por la posibilidad de ser atrapados.

Se había dejado la mochila, su linterna y todas las cosas que guardaba allí. Se aferraba a Eyeless Jack porque estaba asustada, envuelta en la oscuridad de la cueva, y cada vez se asustaba más. No eran sólo los pasos de Jack lo que podía oír. Escuchaba los goteos de la gruta, los quejidos de los murciélagos e incluso el sonido de pequeñas piedras repiqueteando en el suelo.

De pronto el enmascarado se detuvo. La dejó en el suelo con cuidado y se quedó inmóvil, Alexandra no se atrevió a decir una sola palabra. El ex militar comprobaba que no había moros en la costa, al menos no cerca de ellos. Posicionó las manos sobre la roca gruesa de la pared, y con una fuerza que Alex consideraba inhumana, hizo la enorme piedra a un lado, dejando al descubierto una especie de cripta.

Pudo ver como Jack tomó una gran bocanada de aire antes de rodearle la espalda con el brazo. La incitaba a entrar, inseguro pero convencido de que era la mejor opción. Alexandra, en cambio, discrepaba. Era muy observadora, y había tenido tiempo de inspeccionar muy de cerca los gestos y expresiones del ex militar, uno a uno. Ni esa máscara azul eléctrico ni sus ojos borboteando petróleo espeso serían capaces de ocultar sus atisbos de inseguridad.

—Entra. —dijo él.

—Tú primero. —respondió ella.

Confiaba en él. Sin embargo, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Tenía los vellos de la piel erizados como escarpias y sentía las gotas de sudor frío tras la nuca. Todo su cuerpo estaba en alerta y era difícil desprenderse de ese estado de vigilancia extrema.

El enmascarado dio el primer paso al frente, se agachó para poder colarse por la brecha de la cripta y esperó a que la muchacha hiciera lo mismo. Alexandra seguía dudando, tenía la sensación de estar apunto de meterse en un agujero sin salida. Jack le tendió la mano y susurró un "estoy aquí" que terminó por impulsarla a tomar su mano y no dejarla ir.

Se adentró en la oscuridad más profunda que jamás había visto. No podía ver absolutamente nada, y se preguntaba si era esa clase de horror con la que Jack tuvo que aprender a vivir de la noche a la mañana.

El aire se hizo más pesado conforme avanzaba dentro de la cripta. El hedor contenido en el lugar era insoportable. Olía a putrefacción, una peste que le removía las entrañas. Cortaba la respiración y se atascaba en el pecho. La chica se dio la vuelta y regresó torpemente a la brecha que cruzó en primer lugar. Inspiró desesperada el aire descontaminado de la cueva, pero no fue suficiente. El aire llegó tarde, y su cuerpo trataba de resistir el efecto de la ponzoña del ambiente. Comenzó a toser, no incorporaba el oxígeno como debería y su estómago se contraía para expulsar el veneno que se había metido en el cuerpo. Escupió jadeante, vomitó con el corazón en un puño hasta que su estómago se quedó vacío. El sabor amargo y ácido de sus jugos gástricos se le extendió por toda la boca, provocándole un shock que la trajo de vuelta. Poco a poco respiró más despacio, sin dejar de acezar. Recobró el aliento lo antes posible sólo para dirigirse al enmascarado.

—Dime que no... —suplicó en un hilo de voz. —Que no es tu...

—Lo es. —respondió él. —Lo siento, pero es el único lugar seguro.

—Ni de coña. —ladró Alexandra. —¡No podemos quedarnos en tu matadero!

Jack siseó. —Por eso quería traerte aquí.

—¿Cómo puedes respirar ahí dentro? —cuestionó ella, de mal talante.

—Cuando te acostumbras no es tan malo.

Alexandra puso los ojos en blanco. Se repetía mentalmente que no entraría en ese tugurio, no mientras quisiera seguir viva. Eyeless Jack le colocó las manos tras la espalda, y realizando movimientos circulares continuó.

—Es asqueroso, lo sé. También es el único lugar seguro, Alexandra. Las paredes son tan gruesas que sus cachivaches no detectarán nuestro calor corporal. Desconozco como funciona esa tecnología, pero sin calor no existimos, y esta cueva puede ocultar el nuestro.

—Es tu cripta de sacrificios, Jack.

El tacto del enmascarado no impedía que sus tripas siguieran revueltas.

—Es un lado de mí. —su tono de voz amargo taladró los oídos de la ojiazul. —Puedes tenerme asco, está bien. Pero debes entrar y ponerte a salvo cuanto antes.

La serenidad con la que hablaba, aunque tratará de esconder tribulación de sus palabras, terminó por ser inútil. Justo entonces Alexandra sintió como el órgano que latía en su pecho se encogía, se llenaba de culpa. No se hacía a la idea de la cantidad de cosas por las que había tenido que pasar, el destino tan nefasto que había tenido que afrontar. Y ahí estaba ella, asestando golpe tras golpe.

—Déjame respirar un poco. —susurró entonces.

Se preparó para entrar de nuevo a la cripta y no desplomarse. Por muy fétido que fuera aquel olor, debía ser capaz de soportarlo.

—Perdón. —se dio la vuelta. —Estaba exagerando.

Lo que ella no sabía es que aún tenía muchísimo más que soportar.

—Sé que no. —afligido, la ayudó a entrar.

Alexandra comenzó a respirar pausadamente. El asco que sentía era difícil de ocultar. Jack esperó unos minutos, lo hizo rogando porque la muchacha no saliera huyendo a punto de darle un síncope.

—Tienes razón, no es para tanto. —pronunció mecánica.

—Voy a cerrar, ¿estás lista?

—Claro.

Escuchó el sonido de la roca desplazándose sobre la piedra de la gruta. Alex intentó dejar de pensar en la intensidad del olor a muerto. Escuchó los pasos de Jack acercándose a ella, que estaba perdida entre el veneno y la oscuridad. Se pegó a la pared rugosa que tenía detrás, y se deslizó con cuidado por encima de ella, para no rasparse, hasta llegar al suelo. Hacía frío, y más sentada contra las gruesas paredes heladas de la gruta.

—¿Te puedo preguntar algo?

El dueño de la cripta le otorgó una respuesta afirmativa.

—Había un nombre tachado, en la pared.... ¿Louis era...?

Jack no la dejó terminar de hablar. Cualquier cosa que Alexandra pudiera estar pensando distaba de la verdad.

—Un traidor. El motivo por el que perdí la vista. La razón por la que me convertí en... esto.

—Ven aquí. —le pidió al ex militar.

Se sentó a su lado y sintió que, a pesar del olor a podredumbre y a pesar de la fría temperatura colándose en sus huesos, tenerle cerca de ella era su punto de anclaje a la realidad. Jack era un superviviente de la guerra y de la crueldad del mundo, un superviviente de la traición.

Betrayal | Eyeless JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora