CAPÍTULO 16

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Fase II: Beta

Ya se conocía el interior de la cueva tan bien como los pasillos de su casa. Alex sabía por dónde estaba y por donde debía torcer para llegar a las zonas que Jack frecuentaba. No siempre estaba en el mismo lugar; pero sí que había ciertas zonas en particular en las que era más fácil encontrarle habitualmente. Un ejemplo de esto era el techo de una zona específica. No toda la cueva tenía estalactitas colgando, esa zona mencionada sí que lo hacía. Por eso era su preferida, porque podía ayudarse de esas formaciones para colgarse y desplazarse por el techo a su antojo.

Le buscaba con la mirada. Los ojos de Alex se habían acostumbrado también a la oscuridad de la cueva. 

—¡Jack!

Le encontró en el el suelo, sentado en la roca que vio aquella vez, esa que tenía forma de silla. Alex no tenía demasiada imaginación, era Eyeless Jack que había tallado esa forma en la piedra. Era evidente, después de todo, vivía allí.

—Llegas tarde.

La chica se sentó en el suelo, a unos metros de él. Con el paso del tiempo, le había perdido un poco el miedo, Y Jack se mostraba interesado por las cosas que Alex le traía de fuera. La última vez le trajo un cuento. Como está ciego, no podía ver ni leer; pero la ojiazul se encargó de hacerlo por él. Le leyó la bella y la bestia, lo que verdaderamente le recordaba a su situación actual, solo que cada vez veía más pequeña a la bestia que conoció en la oscuridad.

—La última vez me dijiste que querías un juguete, ¿recuerdas? —Se descolgó la mochila. —Aquí dentro debe ser todo muy aburrido.

Jack se acercó a ella a menos de un metro por primera vez. Aguardaba con tranquilidad a que sacara lo que le había traído de la mochila. Alexandra lo hizo, sacó el juguete de niños con forma de granada que hacía ruidos de explosión, creía que Eyeless Jack se entretendría escuchando el eco del aparato.

Cuando el enmascarado palpó la rugosidad del juguete gruñó. Le sacó los dientes a Alexandra y lanzó el aparato lejos de los dos. El sonido del plástico chocando con algún material férreo le indico a la chica que estaba destrozado.

—¿Qué pretendes? —Se alejó de ella, colérico. —Querías hacerme estallar.

Ella negó con la cabeza, un gesto que Eyeless Jack no pudo percibir. Regresó a centímetros de la chica de los ojos azules y le clavó las garras en el brazo, iracundo, exigiendo una respuesta. Alexandra soltó un quejido antes de responder.

—¡No! Era un simple juguete para niños, tenía forma de granada porque es para que se lo lancen entre ellos, pero es inofensivo.

—Mentira.

Alex sabía que todos los sentidos de Eyeless Jack eran muy agudos, a excepción de la vista. Eso incluía el olfato.

—No has podido oler la pólvora, ¿me equivoco?

El encapuchado sintió la sangre gotear de las laceraciones que sus garras le habían proferido a la chica en el brazo. Entonces se dio cuenta de que Alex tenía razón y la soltó.

—Lo siento.

La ojiazul se sobó el brazo, dolorida. Comenzó a ponerse nerviosa cuando palpó la sangre que salía de sus heridas. Cerró la mochila apresuradamente y se la colgó en la espalda.

—¿Te duele?

—¿Tú que crees, Jack? —Le respondió ella, enfadada.

Anteriormente, jamás le hubiera hablado de esa forma tan brusca y mucho menos enfadada; pero como se suele decir, el roce hace el cariño y genera la confianza. Ahora Alexandra estaba cada vez más cerca del corazón de Jack, y él lo estaba del suyo.

—¿Volverás?

—Me duele, sí.

—Alexandra, ¿volverás?

La chica rodó los ojos, gesto que de nuevo, Eyeless Jack no pudo percibir. Se presionaba las heridas del brazo con la mano y caminaba a paso rápido por los recovecos de la cueva. Eyeless Jack la seguía colgándose del techo.

—Sí.

—Tráeme otro cuento, me gustaron más que ese juguete.

—Está bien.

Llegó a la bifurcación que siempre cruzaba para tomar el camino que la conducía directamente a la salida, donde, por protocolo, ya nadie esperaba fuera. El entorno natural, sin ningún tipo de alteración, era esencial para la correcta observación del fenómeno. Si la esperaban unos metros más adelante, con coches para llevarla de vuelta a casa; pero no más cerca.

—Volveré mañana, ¿bien? 

—No llegues tarde.

—Adiós Jack.

Alexandra tomó el camino de la izquierda y siguió por el conducto hasta llegar a la boca de la cueva. Cuando la luz del sol la sacó de toda esa oscuridad, cerró los ojos con fuerza para acostumbrarse a la luminosidad de la superficie.

Caminó hasta el lugar donde el equipo de investigadores aguardaba y acudieron a ella en cuanto la vieron sangrando y tapándose la herida. No obstante, nadie preguntaba nada, qué había sucedido o cómo estaba, lo averiguarían con el informe.

Alexandra era la marioneta del equipo, nadie iba a preocuparse demás por una muñeca de trapo dirigida por el cruel titiritero, Peter Greene.

Betrayal | Eyeless JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora