CAPÍTULO 12

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Cuando Alex abrió los ojos apenas pudo vislumbrar una imagen clara. Sentía un agudo dolor en la cabeza, punzante.

Hacía demasiado frío, estaba tiritando. Le dolía el cuerpo. Cuando trató de moverse descubrió que estaba fuertemente atada a algún lugar, probablemente alguna piedra. Todo a su alrededor estaba extremadamente oscuro.

Justo entonces, sus recuerdos más recientes resurgían en mi mente. Descubrió que aún continuaba en esa cueva, justo después de haberse desmayado.

Estaba envuelta en silencio, únicamente era capaz de oír el incansable sonido de un goteo.

Comenzó ser presa del pánico y se revolvió en contra de esa superficie rugosa, inútilmente, porque lo que la mantenía presa no cedió ni un milímetro.

Se preguntaba porqué la habría atado. Desesperada por no poder ver ni oír nada que la ayudase a liberarse, por asumir que forcejear no tenía ningún sentido, empezó a gritar el nombre de su padre. Su voz hacía eco por toda la cueva pero nadie respondía a mi llamada.

Hacía tanto frío. No podía ver nada y ese goteo infernal la estaba haciendo enloquecer.

Alexandra estaba fuertemente atada a una roca, le dolían hasta los brazos y sentía que le faltaba el aire. Tenía tanto miedo de que esa cosa volviera, necesitaba salir de allí cuanto antes.

Luchaba contra esas ataduras, se resistía en su lugar y continuaba forcejeando sin ningún resultado. Era imposible.

Sus ojos se aguaron cuando pensó en que ese monstruo volvería a por lo que había dejado atrás, que resultó ser ella.

No tenía caso que siguiera resistiéndose. Se sorbió la nariz, impotente. Oyó chasquidos que la alertaron. Trató de buscar el origen de esos sonidos, aunque no obtuvo pistas de ello.

De la nada, sintió que su ataduras estaban menos tensas, hasta el punto de dejar de apresarla contra esa roca.

Se separó de esa superficie lentamente. Su respiración se agitó, bien sabía que esa cuerda no se había podido soltar sola, y más aún cuando se resistió todo lo que pudo y no sé aflojó.

Todo seguía oscuro y no era capaz de ver con claridad. No encontraba su linterna. Trató de no hacer ningún movimiento brusco, pero avanzó en la oscuridad de la cueva. No pensaba ni por un segundo quedarse allí ni una décima de segundo más.

Llegó a una zona algo más iluminada. Observó que a su alrededor no había nada ni nadie, que estoy completamente sola en algún lugar de esa cueva. Respiró más tranquila, trató de relajarse y pensar en una estrategia rápido.

—Es tu oportunidad. Lárgate de aquí.

Esa voz tan grave helaba su sangre aunque le estuviera diciendo que le permitía escapar.

Comenzaba a perder la razón, no sabía por qué camino salir y el haber escuchado su voz solo hacía que su temor aumentase.

De nuevo, como si estuviese paralizada, sus músculos no se movían ni un centímetro. No respondían a sus órdenes no importaba cuanto quisiera correr hasta que la estamina de mi cuerpo se agotase.

Alexandra no escuchaba más allá de sus pensamientos. Estaba sumida en un trance que le impedía percibir cualquier factor externo.

Se llevó las manos a los oídos y los tapó cuando esa frase se empezó a repetir en su cabeza continuamente. Ya no aguantaba más.

Cuando volvió en si él ya no estaba delante de ella. La ojiazul se dio la vuelta, apresurada. Sintió un fuerte golpe en el estomago que le obliga a toser bruscamente.

—No dolerá. —Le escuchó decir, antes de recibir un fuerte golpe en la nuca.

Todo se volvió negro otra vez. Y como si la oscuridad de la cueva no ocultase lo suficiente sus movimientos, todo se hacía aun más opaco. Alex se llevó la mano a la nuca y frotó esta suavemente.

Oyo pasos a lo lejos. Parecía ser que se había alejado por ahora.

Las situación se le había ido de las manos. Debía encontrar una salida de una vez por todas, dejar de dar rodeos y lograr que sus piernas acataran sus órdenes. No podía seguir dejando que la aterrorizase de esa forma y lograse inutilizarla.

«Podría destrozarte ahora mismo»

La mano de Eyeless Jack retorciéndose en su estómago, sus garras desgarrando todos lo órganos de Alexandra. Toda su sangre escurriéndose por todos los orificios que él la había hecho. Ese sabor metálico que le daba náuseas. La ojiazul se halló sepultada bajo la oscuridad y la humedad de esta cueva.

Trató de soportar ese agudo dolor más le era imposible. Sus órganos estaban siendo triturados por esas garras tan afiladas.

Sacó de su abdomen la mano cubierta de sangre y restos de algunas vísceras. Alex cayó al suelo, que se tiñó en sangre.

Su rostro quedó grabado en las pupilas de la chica. Esa máscara azul intenso aún en aquella oscuridad. El líquido negro que goteaba de sus cuencas, que había ido a parar sobre ella.

—Todo está bien.

Su voz hacía eco en la mente de la ojiazul. Cada vez más grave o más aguda, distorsionándose por momentos. Iba a enloquecer.

—Todo está bien.

La cabeza le daba vueltas y vueltas. Deseaba dejar de oír esas palabras que se repetían en bucle.

—No hay de que preocuparse.

—Ya está bien, sólo necesita que le de un poco de aire.

Cuando sus ojos se abrieron para discernir el entorno a su alrededor, una luz brillante los cegó. Los cerró con fuerza y esperó a que se acostumbrasen a la intensa luz que la rodeaba.

Ya no estaba en el interior de esa cueva, no sentía frío y no era capaz de oír ese goteo insoportable. Tampoco había rastros de esa oscuridad abrumadora. Aún así, todo lo que hizo fue acurrucarse en la camilla en la que había aparecido y dejar que sus lágrimas descendieran libres por sus mejillas.

Había sido la peor pesadilla que Alex había tenido en toda la vida. Una pesadilla que es desgraciadamente real.

Betrayal | Eyeless JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora