CAPÍTULO 25- FINAL

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Había sido un error, todo aquello. Y era culpa suya, su maldita responsabilidad por haber abierto la boca. Había llenado la cabeza de la muchacha de ilusiones, de esperanza. ¿Para qué? Para que, tal como sucedió con él en el pasado, sus fantasías desaparecieran. Para ser traicionado por la realidad.

Acababan de llegar al acuífero subterráneo. La posible salida al exterior estaba a un paso de ellos, y aún así la libertad se escurría entre los dedos de Eyeless Jack. Estaban tan cerca, y a la vez tan lejos. Había sido tan estúpido que aquello solo podía ser un castigo divino.

El ex militar tuvo la impresión de que el suelo desaparecía bajo sus pies. No fue otra cosa que el calor de Alexandra lo que le mantenía fijado al sedimento de la cueva. A pesar de que la muchacha podía caminar por su propio pie, el enmascarado se empeñó en tomarla en brazos. Sentía que, si la tenía así de cerca, podría mantenerla tan a salvo como a su propio cuerpo. Y ahora que necesitaba tenerla tan cerca, no se arrepentía de ello.

De lo que si se arrepentía era de haberla sacado de allí. Alexandra entraba en pánico, incapaz de mantener la compostura. Rodeados de hombres trajeados y armados como si fueran a una cruzada, el caníbal buscaba una forma de salir de aquel embrollo.

Las luces de los hombres le deslumbraban, y los haces carmesíes de las armas de asalto no se despegaban de su silueta. Evitaban a la chica, iban directos a por él. De pronto, algunos de los soldados se hicieron a un lado, dejando pasar a un hombre. A Jack no le hizo falta ver para saber que era él.

El padre de la muchacha. La mente maestra.

—Bien hecho, Alexandra. Te felicito. —espetó con cinismo. —Muy buen trabajo hija mía.

La tenía en sus brazos y no podía evitar que la muchacha temblara, que sus ojos se inundaran de lágrimas o que su respiración se volviera pesada, entrecortada. Jack había pasado por muchas cosas, pero el terror que sentía Alex por su padre en esos momentos era de otro mundo. No temía por ella, que era lo que la hacía estremecer. En cuestión de segundos su mente se nubló, se nubló de presagios atroces.

—Tienes que dejarme en el suelo y correr. —titubeó la joven. —A mi no me quieren, no me harán nada.

—No.

—Déjala en el suelo. —la grave voz del líder del escuadrón perforó los tímpanos de ambos. 

—Tienes que hacerlo. —insistió ella. —Corre hacia la salida, Jack. Te buscaré, yo...

¿De verdad esa era la solución? ¿Lo que tenía que hacer para salvarla? El enmascarado haría lo que fuera mientras la chica no saliera herida. Se cercenaría la lengua, se cosería párpados y labios. Aguantaría cualquier tipo de tortura bajo la etiqueta de experimentación, aguantaría por su felicidad. No obstante, dejarla a la merced de su padre era otra cosa. Dejarla a la deriva sabiendo que el barco de ese animal la encontraría no era una opción real. De ser así, ¿que otra solución había?

Ninguna.

Lentamente la depositó en el suelo. Alexandra se estaba haciendo ideas equivocadas, y es que creía que el amo de la gruta había accedido a seguir su plan. Estaba lejos de ser verdad, puesto que todo lo que Jack quería era asegurarse de que la fémina seguiría a salvo. La única manera de hacerlo era seguirla de cerca, y si eso implicaba dejarse atrapar, lo haría.

La muchacha gritó iracunda cuando vio que no corría. Se lo pedía con los ojos embravecidos y le gritaba que se alejara de ella, pero no tenía caso. El enmascarado había tomado una decisión, y ya fuera errónea o acertada, no había vuelta atrás.

—Alex cielo, ven aquí. —inquirió Peter. —Todo ha terminado.

¿Todo había terminado? No. Alexandra se negaba a creerlo, porque no había trazado tanto recorrido para terminar ahí. No se había hecho con la confianza de Jack, con la antipatía de su padre por nada. No se había metido en un tugurio maloliente para dejar que su padre terminara por coronarse vencedor.

—Papá, ¿por qué sonríes así? —reclamó ella, sintiéndo como le ardían las entrañas. Le ardían de la ira. —¿Crees que has ganado?

—Siempre has tenido un mal perder, hija. 

—Te equivocas en tantísimas cosas... —soltó una risa irónica. Jack no entendía como era capaz de reir con el rostro bañado en lágrimas. —Quiero preguntarte algo.

—Adelante. —replicó altivo, confiado.

—¿Recuerdas que es aquello que siempre admiré de ti?

—Por supuesto. Siempre lo escribías en las cartas que me hacías por el día del padre, Alex. —pronunció con orgullo. —Y creeme que estoy orgulloso de que lo hayas heredado de mí. No te rindes y es admirable. Sin embargo, tenemos que aprender cuando tirar la toalla, hija.

—Creo que tienes razón papá. Hay que saber cuando dejar de intentarlo.

Se giró sobre sus talones para enfrentar a Jack. Delicadamente le quitó la máscara, susurrando que todo estaba bien. Su padre creyó que por fin había entendido qué era lo que debía hacer y no podía estar más equivocado. Si había algo que Alexandra no había heredado de él, eso era precisamente desistir. No cuando la persona que tenía delante importaba más que cualquier otra cosa.

—Nos vemos fuera, Jack. 

Le empujó con todas las fuerzas que le quedaban. El enmascarado estaba tan sorprendido como el padre de la chica, que la hizo a un lado desesperado por sujetar a su espécimen. Apretó los dientes, que rechinaban. La mandíbula de la mente maestra estaba tan tensa firme que la chica se sentía orgullosa. Peter trataba de alcanzar al ex militar.

Fue inútil.

Eyeless Jack se precipitó hacia la superficie cristalina del acuífero. Cayó al agua, tan perplejo como cualquiera de los allí presentes. Alexandra se aferró a la máscara azul eléctrico que pensaba devolverle en un futuro si volvían a verse.

El shock del agua helada le devolvió a la realidad de golpe y porrazo. Estaba loca de remate, y se había quedado sola con ese tirano. Quería volver, regresar a su lado y asegurarse de que estaba sana y salva. No obstante, sus últimas palabras se repetían en bucle en su cabeza. «Nos vemos fuera, Jack»

«Confía en ella» se dijo entonces. Tenía que hacerlo, porque acababa de demostrar que el terror que sentía por su padre no era más fuerte que sus ganas de liberarle. Ella, que era la única que había sido consciente de su castigo autoimpuesto, de la agonía que sentía atrapado en ese triste y oscuro lugar.

El aire comenzaba a faltarle. Nadie se había atrevido a seguirle, y era extraño. Se preguntaba por qué, pero ya sabía la respuesta. Solo esperaba que, cuando volviera a encontrarla más allá de la cueva, fuera ella misma quien le contase como fue capaz de detener a todo un escuadrón con esas manos tan pequeñas y delicadas. ¿Donde guardaba tanto valor? Teniendo ese cuerpecito tan minúsculo, a Jack le parecía imposible.

«Nos vemos fuera» pensó. Tanto si había salida, como sino. Saldría de la cueva le costase lo que le costase, y al final, volverían a encontrarse. Después de todo, la muchacha se había quedado con algo que le pertenecía, y no era la máscara. Era su corazón.

FIN.

Betrayal | Eyeless JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora