Capítulo 10

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 Miro el reloj mientras tomo el tercer café del día. Estoy en la cafetería durante un descanso antes de la última clase y no entiendo por qué David no ha llegado aún. Algo me dice que no tiene ninguna gana de hablar conmigo.

Cuando por fin aparece, se sienta frente a mí sin decir nada y yo le acerco el café que he pedido para él.

—Espero que todavía esté caliente —digo en tono conciliador.

Su gesto se suaviza y sé que en el fondo es débil y no le gusta estar enfadado conmigo.

—Gracias. —Da un sorbo—. ¿Qué me querías contar?

Sin rodeos.

—Verás, Jamie nos dijo que lo más seguro es que tengamos que quitarnos el chip.

Se le escapa una risa sarcástica.

—Ya me lo imaginaba.

—Conoce a alguien que quizás nos pueda ayudar. Al parecer hay lugares clandestinos donde entienden más de estos temas. Me avisará cuando sepa algo.

Frunce el ceño pensativo.

—He estado todo el fin de semana intentando encontrar una solución y yo también he llegado a la misma conclusión. El problema es que quitar el chip va contra la ley y al hacer eso estaremos condenando a nuestro "yo" de esta realidad.

No lo había pensado.

—Tienes razón, pero ¿qué podemos hacer?

No responde, lo que me confirma que está igual de perdido en esto que yo.

—¿Dónde está Neo?

No esperaba ese giro de la conversación.

—Supongo que en clase.

—Ya... lo siento pero te lo tengo que preguntar. ¿Por qué no le dijiste que no hay nada entre nosotros, que habías vuelto por él?

Noto como enrojezco y no soy capaz de mantenerle la mirada.

—Yo no...

—Ari, sé que le has elegido, aunque él todavía no lo sepa. No quiero que me mientas por no hacerme daño. —Alarga su mano y la coloca sobre la mía—. Lo tengo más asumido de lo que crees.

Se me llenan los ojos de lágrimas. Después de cómo me he comportado, no esperaba encontrar comprensión por su parte.

—Lo siento David... eres muy importante para mí y sé que no te merezco ni como amigo.

No sé cuándo he empezado a temblar, pero debe ser evidente porque David se sienta a mi lado y me rodea con el brazo.

—Ey, tranquila. No quería agobiarte.

Respiro hondo varias veces para intentar recuperar la compostura.

—Bueno, no me has contestado, ¿se puede saber qué os pasa a vosotros dos?

Me resulta extraño hablar con él.

—No hay mucho que contar. Él quiere a la Ari de aquí, no a mí. Así de simple.

Entrecierra los ojos.

—¿Estás segura de eso?

Asiento con rotundidad aunque él no parece muy convencido.

—Pero, tú no le has dicho lo que sientes, ¿no?

Me encojo de hombros.

—¿Para qué? No tiene ningún sentido que lo haga.

Árboles de metalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora