Capítulo 29

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Oscuridad.

La más absoluta oscuridad. Me he despertado, sobresaltada y durante los primeros minutos, he boqueado desesperada, recordando cómo el gas se colaba en mis pulmones y me impedía respirar. Después de varias inspiraciones entrecortadas, he conseguido calmarme, sin embargo la falta de luz, el verme carente de un sentido tan importante como es la visión, me ha puesto en alerta al instante.

No sé dónde estoy. Me incorporo sobre lo que a mi tacto parece un colchón y palpo la superficie intentando situar los límites del espacio. Al sacar un pié más allá del borde, descubro que está colocado sobre el suelo. Alargo la mano y palpo una superficie fría y rugosa, seguramente cemento.

—¿Hay alguien aquí? —pregunto a media voz.

Nadie responde. Decidida a obtener toda la información posible sobre el lugar en el que me encuentro, me pongo de pie junto al colchón con la mano derecha apoyada en la pared y la izquierda situada frente a mí. Con mucho cuidado, voy dando pasos, mientras arrastro los pies para asegurarme de no tropezar. El lugar es pequeño, apenas un hueco de tres por dos aproximadamente. Después de palpar las cuatro paredes, para mi propia desolación descubro que no hay nada aparte del colchón y las mantas. En la pared de enfrente, se intuye el contorno de una puerta, pero ni siquiera tiene manilla que intentar manipular.

Me siento de nuevo en el colchón, con las piernas recogidas y la frente apoyada sobre mis rodillas. ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? Y más importante aún, ¿dónde están mis compañeros? No entiendo nada de esta situación, no sé si esto ha sido una trampa organizada por Diya o es parte del plan que nos ayudará deshacernos del chip. No tengo respuestas y estar aquí sentada, dando vueltas a todo esto, puede volverme loca del todo. Solo espero que el resto se encuentren bien, no soportaría saber que les he llevado directamente a un callejón sin salida.

Pasan los minutos y mis nervios van en aumento. No se oye absolutamente nada, como si la habitación estuviera aislada, pero, ¿con qué fin? Me acerco a la puerta y la aporreo con toda la fuerza que soy capaz de reunir.

—¿Me oye alguien? Chicos, ¿me oís? ¿Estáis bien? —grito a pleno pulmón.

Me apoyo frustrada contra la puerta al ver que no obtengo ninguna respuesta. Sea quien sea quien nos retiene aquí, ¿cuánto tiempo pretende mantenernos aislados?

—¡No sé que pretenden al encerrarme aquí!¡Ni sé quién es el responsable!¡Pero quiero hablar con esa persona!

Durante varios minutos no sucede nada y cuando ya estoy dispuesta a gritar de nuevo, oigo el ruido de un cerrojo al otro lado de la puerta. Me separo sobresaltada y la luz que inunda el habitáculo me deslumbra, obligándome a apartar la vista. Pongo mi mano a modo de visera y apenas tengo tiempo de distinguir a dos hombres que se acercan a mí precipitadamente. Uno de ellos me coloca una capucha y acto seguido me sacan del lugar, sujetándome cada uno por un brazo. Camino a trompicones, en parte por la falta de visión, en parte porque no estoy dispuesta a ponerles las cosas fáciles. El trayecto no es largo, apenas unos pocos metros y oigo el ruido de otra puerta. Una vez allí, me sientan en una silla y después de sujetarme con correas, me quitan la capucha y salen de allí. La luz es tan intensa que me lloran los ojos y tardo varios minutos en acostumbrarme a ella. Cuando por fin consigo enfocar la vista, los únicos objetos de la habitación, aparte de la silla en la que estoy sentada, llaman mi atención. Frente a mí hay una pantalla sobre una mesa metálica tipo escritorio. La observo, esperando que se encienda por arte de magia, pero no, permanece apagada. Me remuevo sobre el asiento, poniendo a prueba la resistencia de las correas, sin embargo, solo consigo hacerme daño.

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