Stacey

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Stacey

Aparentemente, Stacey y Troy son el matrimonio perfecto. Ella es la directora de una de las galerías más importantes de todo Nueva York, y él un abogado de éxito. Tienen todo lo que se podría pedir: Un matrimonio feliz, un elegante apartamento en Manhattan y un trabajo prestigioso y bien remunerado. Troy es un hombre amable, apuesto y educado, además de un romántico millonario. Stacey está tan feliz con él, y él con ella, que la revista “Sweety Home” va a hacerles un reportaje. Era el sueño de Stacey cuando era niña. Cada semana se sentaba en el elegante sofá de la salita de estar de su madre, se ponía el collar de perlas perteneciente a ésta, la leía entera y pensaba “Yo quiero eso”. Y, por fin, lo ha conseguido. A sus treinta y cinco años, tiene todo lo que siempre había soñado.

Vuelve al principio de todo ese gran discurso sobre la feliz Stacey. He empezado con el adverbio “aparentemente”. En efecto, eso solo es un vistazo superficial a su vida sentimental.

En realidad, el reloj biológico de Stacey se ha activado, y lleva pidiéndole desde hace meses un bebé. Pero Troy, debe tener el reloj biológico estropeado, porque no quiere involucrar a terceras personas en su pequeño mundo. Y esa pequeña criatura que debería unirlos, poco a poco, ha hecho que se distancien. Ya no hacen el amor nunca. Ya no duermen uno al lado del otro, acurrucados, sintiendo el calor que desprende el otro. Ahora, duermen en habitaciones separadas. Ahora, Troy está planteándose mudarse a casa de su madre. Ahora, todo va mal.

Para el reportaje, han tenido que volver a poner las cosas de Troy en su antigua habitación. Troy ni siquiera fue puntual el día señalado. Y cuando llegó, no fue nada amable. Llegó, se hizo la foto, y se fue. Los trabajadores pensaron que tendría una reunión importante. Pero Stacey sabia la verdad: no quería pasar más tiempo con ella. No sabía dónde meterse.

Al irse el equipo de la revista, Stacey se encerró en su habitación y se tumbó en la cama. Y allí, sola en una cama para dos que aún conservaba en inconfundible olor del que se estaba convirtiendo en su futuro marido, se sintió más sola y humillada que nunca. Y lloró. Lloró hasta que no le quedaron lágrimas.

Para cuando el número de la revista salió, Troy ya había vuelto con su madre. Esa semana, miles de niñas con el collar de perlas de su madre, leerían ese reportaje y pensarían: “Yo quiero eso”. Todas pensarían que ese superficial y escueto reportaje habla sobre la pareja ideal. Todas lo creerían. Y todas la envidiarían. ¿Por qué? Porque, a veces, las relaciones son más bonitas desde fuera que desde dentro.

Relatos de un pobre pianistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora