Sueños y promesas

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Felicidad. Eso es lo que debe reflejar mi cara ahora mismo. Y, en cierto modo, es comprensible. Después de tanto dolor, de tanto sufrimiento, por fin la tengo entre mis brazos. Es preciosa. Todo lo que he pasado durante este tiempo, ha valido la pena. El simple hecho de tenerla entre mis brazos, de besar su frente desnuda, sentir como su manita estrecha fuertemente mi dedo... me llena de alegría. Pese a que acaba de nacer, ya se aprecian unos mechones rubios preciosos. Eso me tranquiliza. Pese a que a su piel es morena, como la mía, el pelo rubio y los ojos claros son de su padre, y podrían salvarle de una muerte segura. Miro a mi pequeño tesoro. Pese a que seguramente acabaría con un nombre alemán, para mí siempre será mi pequeña y dulce Azucena. Me entristece que tenga la piel tan morena. Por su pelo y ojos podría pasar por una americana cualquiera. Pero ese color la va a meter en más de un problema. 

Le beso la frente. No, su padre jamás dejará que le ocurra nada malo. Cierto que es guardia en este horrible lugar, pero eso se debe únicamente a que necesita trabajo. Sé que Wotan es un buen hombre, y que no va a dejar que los nazis le hagan daño a nuestro angelito. No es un mal hombre, simplemente necesita trabajo. Son tiempos difíciles para todos. Por eso no me gusta que mi pequeña sea de piel morena, con apariencia gitana. No quiero que le espere un destino tan incierto como el que le espera a su madre.

Pese a todo, que Wotan se encargue de ella me tranquiliza. No dejará que le pase nada malo. Vivirán juntos. Mi niña crecerá y se educará como una verdadera señorita. Con el paso del tiempo, irá creciendo. Demasiado rápido a ojos de su padre. Se llevará muy bien con él, y con sus amigas, y tendrá tanta confianza en él que le contará todo lo que pase por su cabecita loca y su gran corazón. Tendrá un temperamento desenfrenado, cosa que le causará más de un problema y varias discusiones, pero saldrá de ello con la ayuda de su padre.

La abrazo y le beso la frente. No quiero perderla. No quiero separarme de ella. De repente, sin previo aviso, una lágrima indiscreta rueda mejilla abajo. A esa lágrima le siguen muchas más. Hasta el punto que acabo hecha un mar de lágrimas. La estrecho fuertemente contra mi pecho, como si su calor pudiera detener este llanto silencioso que llevaba tanto tiempo reprimiendo. No puedo perder a este pequeño ser. Hasta ahora, mi vida carecía de sentido. Ahora, no. Ahora soy consciente de que vale la pena luchar. Vale la pena luchar por la libertad de uno, ya no por solo él, si no también por su descendencia.

De repente, la puerta se abre de un portazo. La puerta se abre de par en par, estrellándose sonoramente contra la pared, para dar paso a una horrible enfermera. Avanza con paso decidido hasta mi camilla, y me rebata a mi dulce Azucena de entre mis brazos. De nada sirven mis gritos, mis llantos ni mis súplicas. Y aún menos los de la pequeña. Cuando la calla, me pregunta su nombre. En un ataque de rebeldía y orgullo inesperado, espeto: Azucena. La ruda enfermera, sin dudarlo un instante, me cruza la cara de un bofetón. "Tonterías", dice, "Jamás dejaré que un bebé tan hermoso llevo un nombre tan... tan... repulsivo". Noto como se me encienden las mejillas, y como las palabras burbujean dentro de mí, saliendo de mis labios sin que apenas pueda pensar lo que estoy diciendo: "Mi hija es medio gitana. Tiene una madre gitana, y la mitad de la familia igual. Así que lucirá con la cabeza bien alta un nombre gitano, porque su madre, ósea yo, lo quiere así." Contra todo pronóstico, estalla en una sonora y breve carcajada. Como si escupiera cada palabra, dice: "¿Su madre? No te mereces ese título. Eres una pésima madre, aún viendo a tu hija una sola vez en tu vida. Por estar orgullosa de una raza inferior y que debe ser exterminada, vas a ponerle un nombre que la va a marcar de por vida. ¿Morena y con nombre gitano? Para eso, lo mejor es matarla ahora. ¿Eso es lo que quieres? ¿Matar a tu hija? Pues no haberte quedado embarazada. Eres un ser ruin y despreciable, no te mereces a esta niña. Por suerte, no vas a criarla tú. Esta criatura tiene la suerte de tener un padre maravilloso que la va a acoger en su casa, y unos ojos claros preciosos. Entre eso y su rubia cabellera, puede que sobreviva y que se la acoja como miembro de esta espléndida raza. Pero eso depende de ti. ¿Le vas a poner un nombre que se lo permita, o prefieres matarla con ese absurdo nombre?" Esas palabras han sido pronunciadas con un desprecio y una superioridad horripilante. Y me duelen. Porqué sé que, en el fondo, tiene razón. "Brunilda", susurro, "Llamadla Brunilda".

Me duele mucho separarme de mi pequeña. Siento como si arrancaran un pedacito de mi alma, como si me extirparan un cachito de corazón. La enfermera sale por la puerta con mi pequeña en brazos. Le pido que me deje cogerla una vez más, despedirme de ella. "No. No pienso permitir que la pequeña Brunilda pase ni un minuto más contaminándose con la presencia de una zorra gitana como tú."

Les pido a los dioses que cuiden de mi pequeña Azucena, ahora convertida para siempre en Brunilda. No voy a permitir que esto quede así. Es mi niña, y voy a luchar por ella. Bien saben los dioses que no descansaré hasta reencontrarme con mi princesa. Lucharé. Lograré salir de este lugar infernal. Buscaré y encontraré a Wotan, y viviremos los tres juntos y felices. Esta no ha sido la última vez que he visto a mi hija. Lo prometo. Lo juro.

Relatos de un pobre pianistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora